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CONDENARON A UNA PAREJA QUE ENCADENABA A SU HIJO
Para evitar los videojuegos

El chico de 11 años era encadenado a una estructura metálica y sus piernas sangraban. Los padres dijeron que tenía una atracción compulsiva por los videojuegos. Los condenaron a dos años en suspenso.

La clave para que se descubriera el caso la dio un vendedor ambulante amigo del chico.
Sólo a él el chico le contaba los maltratos a los que lo sometían.

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t.gif (67 bytes)  El Tribunal Oral en lo Criminal Nº 9 condenó a dos años y seis meses de prisión en suspenso a un matrimonio que mantenía atado y encadenado a una silla y otras estructuras metálicas a su hijo de 11 años, quien tenía problemas de conducta desde pequeño. Durante la audiencia el padre explicó que lo castigaba de ese modo para evitar que se fugara de la casa y se fuera a jugar a los videojuegos, por los que sentía una atracción compulsiva. Las condiciones humillantes a las que era sometido el menor fueron denunciadas y relatadas en el juicio por un vendedor ambulante amigo del chico, quien se convirtió en una pieza clave para develar la historia, a pesar de que la defensa intentó descalificarlo por el “sesgo marginal” de su personalidad. Ahora la Justicia civil deberá resolver si les quita a los padres la patria potestad sobre el menor, tal como solicitó el fiscal.
La habitación no tenía luz y había varias camas. Acostado en una de ellas y cubierto con una frazada, a pesar del calor sofocante que hacía ese 24 de enero de 1997, estaba I.G., de 11 años. El subcomisario que allanó la casa lo destapó y descubrió al niño encadenado de uno de sus tobillos a una estructura formada por el armazón de metal de una silla y un par de canastos de metal para botellas. Del tobillo derecho sangraban las lastimaduras y tenía pequeñas equimosis. En el juicio recordó que la cadena estaba sujeta a ambos lados por candados y que los padres dijeron que no sabían dónde estaban las llaves. Pero al rato encontraron un manojo de llaves escondido en un hueco de la pared, con el que abrieron uno de los dos candados. El otro fue cortado con una sierra en la comisaría.
La sorpresa para la Policía fue aún mayor cuando el chico le contó al subcomisario que no era la primera vez que lo ataban. Estaba así hacía cinco días, durante los cuales fue obligado a trasladarse por la casa arrastrando esa pesada estructura para desplazarse.
Los hechos ocurrieron entre marzo de 1996 y enero de 1997 en la casa en que vivía I.G. con sus padres y hermanos. Al principio sus padres lo ataban a una silla, pero luego agregaron los canastos metálicos para que la estructura inmovilizante fuera más pesada. Durante el juicio, el matrimonio intentó justificar su brutal actitud afirmando que no podían controlar a su hijo, quien se fugó varias veces de su casa y de los institutos de menores en los que estuvo internado (ver recuadro).
Pero los camaristas Luis García, Fernando Ramírez y Luis Cabral consideraron que ese acto “no es idóneo para educar, formar y proteger, y se reduce a un mero sometimiento físico y psíquico”, por lo que aceptaron la imputación que hizo el fiscal Diego Nicholson por los delitos de “privación ilegal de la libertad calificada reiterada en concurso real con lesiones leves calificadas”. Desestimaron, en cambio, “un estado de necesidad que habría justificado la conducta”, como pidió la defensora oficial Stella Maris Martínez, si bien atenuaron la pena por considerar que el matrimonio tiene “importantes trastornos de personalidad” y un registro intelectual “inferior al término medio”.
El chico tenía problemas de conducta desde mucho tiempo atrás. Su mamá, de 56 años, y su papá, de 64, no sabían cómo manejar la difícil relación que mantenían con su hijo. Lo describieron como rebelde e incontenible y dijeron que preferían que estuviera internado en un instituto de menores antes que en la casa. El padre, identificado como J.L.G., declaró que “se portaba mal y se fugaba de la casa para ir a los videojuegos, estaba hipnotizado por las maquinitas”. Según consideró, fue esa “adicción” la que lo llevó a escaparse varias veces de la casa y el colegio, de donde se ausentaba por varios días. Su madre, M.R.P., dio un testimonio similar y dijo que sólo intentaba poner en riesgo la salud física de su hijo, quien la tenía amenazada con escaparse por la ventana.
Unos días antes de ser encontrado encadenado, I.G. se había fugado del “Hogar de Niños Evangelina”, en Quilmes. Allí estuvo dos semanas y luego volvió, como siempre, a los videojuegos de Constitución. En ese lugar, un tiempo antes, había conocido a un vendedor ambulante, Carlos Merino, dequien se hizo amigo. Le daba plata para ir a los jueguitos, lo alimentaba y refugiaba en su casa cada vez que I.G. huía de la suya. Sólo a él le confiaba los “maltratos” que recibía, y por eso decidió denunciarlo a la Policía. Durante el juicio la defensa intentó desestimar a Merino aludiendo al “sesgo marginal” de su personalidad, pero los jueces consideraron su testimonio como clave porque conocía en detalle cada uno de los encadenamientos que soportó su amigo, y que luego relató ante el Tribunal. También contó que al chico lo castigaban con golpes de cinturón, zapatos, cables y puñetazos. Fue su intervención la que posibilitó que la sórdida historia quedara al descubierto.

 


 

UNA CHICA DE 14 AÑOS MATO A SU PADRE
Parricidio en defensa propia

t.gif (862 bytes) Una chica de 14 años mató a su padre a balazos cuando intentaba violarla en la casa donde convivían, en la localidad de General Rodríguez. Con una pistola calibre 38 que el violador, Francisco Brítez, ocultaba debajo de la almohada, la joven le disparó cinco veces. Luego cargó el cuerpo sobre un carro de reparto de pan y lo dejó abandonado. La menor simuló luego una desaparición y participó en su búsqueda, pero algunas incongruencias de su relato sumadas a otras evidencias llevaron a su detención.
La joven compartía con su padre, un jornalero y criador de cerdos de 57 años, una vivienda en la sección Quinta del barrio Vista Linda, en General Rodríguez. Hacía tiempo que su madre se había separado y vivía en otra casa junto con otras dos hijas mayores. Según afirmaron los vecinos, la joven sufría todo tipo de abusos de parte del padre, aunque nadie consideró necesario realizar ningún tipo de denuncias.
Según fuentes policiales, el miércoles, entre las 0.30 y la 1, Francisco Brítez arrojó a su hija sobre la cama y comenzó a forcejear con ella con la intención de violarla. Completamente sola, la menor apeló a la única arma que tenía a su alcance, no casualmente la que su padre escondía debajo de la almohada: una pistola calibre 38. Le disparó hasta que Francisco B. se desplomó muerto. Fueron cinco balazos, al menos tres en la cabeza.
Se despojó de su cuerpo cargándolo sobre el mismo carro que su padre utilizaba para su trabajo de repartidor de pan, se subió al carro y comenzó a vagar llevando consigo el cuerpo hasta detenerse en un zanjón, en la intersección de las calles España y Vélez Sarsfield, a diez cuadras de su casa. Allí abandonó a quien había sido su padre y, al mismo tiempo, había dejado de serlo, y regresó. Luego, así como quien intenta desembarazarse de su propia historia, lavó el carro y quemó las sábanas y el colchón manchados de sangre de la escena que la señalaba como víctima y, después, como victimaria.
Ayer, a las seis de la mañana, y ya dispuesta a iniciar su nueva historia, fue a la casa de su madre y le dijo que su padre se había ido con otra mujer. A las 9 de la mañana, en compañía de un vecino inició la búsqueda que no se detuvo hasta el zanjón de España donde se encontraba el cadáver del padre. En primera instancia, la chica declaró que su padre debía haber sido víctima de un robo. Pero, desde el zanjón de España, las huellas llevaban hasta la casa. Allí se encontraron con el carro todavía húmedo por el lavado, y descubrieron manchas de sangre. Finalmente, la menor fue detenida. Sin haber llegado a ser violada, ahora deberá demostrar que fue en defensa propia contra su propio padre ahora muerto.

 

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