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“LA BUENA ESTRELLA”, DE RICARDO FRANCO
Desgracia para tres

El film que le valió al fallecido Ricardo Franco el premio al Mejor Director en Mar del Plata 97 no da respiro: el singular trío de protagonistas  lleva adelante sus penas en una historia de tono lúgubre.

“La buena estrella” obtuvo también cinco premios Goya en 1997.
Un film de perdedores, que incluye a un carnicero castrado.

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Por Horacio Bernades

cua5.gif (6291 bytes)t.gif (67 bytes) Pequeño, semioculto por un gran sombrero y apoyándose sobre un bastón, el realizador español Ricardo Franco logró subir hasta el escenario sostenido por dos asistentes. La escena tuvo lugar en Mar del Plata, exactamente un año atrás, cuando el Gran Jurado de ese festival entregó a Franco –48 años que parecían muchos más, estragado su físico por la diabetes y una creciente ceguera– el premio al Mejor Director, por su película La buena estrella. Dos meses más tarde, el realizador –cuya obra mayor sigue siendo la brutal Pascual Duarte, de 1975– debió ser operado del corazón. No sirvió de mucho: falleció de un ataque cardíaco en mayo de este año, durante el rodaje de su décimo film.
La situación terminal en que se encontraba el realizador al momento de rodar La buena estrella (que ganó más tarde cinco premios Goya) explica, por sí sola, el fúnebre clima que envuelve la película. La buena estrella es básicamente un melodrama de tres, y también una tragedia de perdedores. Siendo joven y por causa de un accidente de trabajo que no es sencillo imaginar, el carnicero Rafael (Antonio Resines) sufrió la pérdida de sus testículos. Lo que perdió de niña la joven y tuerta prostituta Marina (Maribel Verdú, aquí más cerca de la Raulito que de sus papeles de sexy) fue su madre, por lo cual la chica se crió en sórdidos reformatorios. En uno de ellos conoció a Daniel (Jordi Mollá, que en Mar del Plata 97 compartió con Resines el premio a Mejor Actor por este papel), también huérfano y marginal, y, en los ratos libres, su chulo y su pareja. Los destinos de los tres quedarán atados cuando se crucen casualmente por la calle: Daniel castiga salvajemente a Marina; Rafael interviene y se lleva a la magullada chica a su casa. Cuando se entera de que está embarazada, le ofrece quedarse a vivir con él. No es difícil imaginar que, una vez que salga de prisión, Daniel volverá en busca de Marina, como una sombra oscura. Lo raro es que los tres (y la niña) terminen formando algo parecido a una familia, con Daniel como niño simpático pero revoltoso, Rafael como padre comprensivo y Marina, mamá sufrida pero incestuosa.
Todo transcurre como un continuum lánguido y desesperanzado, casi sin picos dramáticos (salvo el final, desbarrancado entre patetismos y morbideces varias), con personajes condenados de por vida a la pena y la fatalidad. Por si faltara algo, un tristísimo adagio de cuerdas le pone música de fondo. Mal atendidos por el guión, todos los personajes llevan en el rostro marcas, magulladuras, la palidez de la enfermedad o de la muerte. Pero si hay un rostro en el que el espíritu del film parece condensarse es el del castrado Rafael, cuya compungida expresión recuerda aquello que alguna vez tuvo y ya nunca tendrá. Un film castrado de vida.

 


 

CUANDO EL CINE DE TERROR SE MUERDE LA COLA
Más que leyendas, lugares comunes

Por Luciano Monteagudo

cua6.gif (7211 bytes)t.gif (862 bytes) ¿Cuáles son las leyendas urbanas a las que alude el título de esta modesta horror movie que pretende seguir las huellas comerciales de la saga Scream? Se trata ni más ni menos que de la mitología adolescente surgida a partir del cine de terror mismo, que se mezcla de manera indiscernible con la de los titulares más macabros de la prensa de tinta roja. ¿Es posible que las llamadas amenazadoras provengan no del exterior sino del interior mismo de la casa, como sucedía en Cuando llama un extraño, la recordada película de Fred Walton? Una pileta con una nadadora solitaria siempre invita a ver sombras ominosas, como las que supo instalar en el inconsciente colectivo La marca de la pantera, de Jacques Tourneur. Y descuartizadores munidos con hachas han existido siempre, y más después de que Jason los multiplicara ad infinitum en la interminable serie de Martes 13. Todos esos miedos básicos (¿habrá alguien debajo de la cama o en el asiento de atrás del auto?) son los que explota sin demasiado ingenio ni rigor Leyendas urbanas.
Como sucede en la mayoría de estos casos –y la mencionada Cuando llama un extraño no era la excepción– lo mejor de esta ópera prima de Jamie Blanks (australiano, 26 años) está en su tramo inicial, una secuencia que tiene valor en sí misma y que no hubiera dudado en firmar el mismísimo John Carpenter, de quien se notan sus poderosas influencias en estas Leyendas urbanas. Adolescentes, college de ambiente gótico, un episodio traumático en el pasado de la institución (una masacre colectiva de estudiantes) y otro en el de Natalie, la protagonista, son los elementos a los que recurre Leyendas ... para ir armando su tejido argumental, que se va deshilvanando poco a poco hasta quedar convertido casi en nada. Alguna que otra referencia cinéfila a Pam Grier –recuperada para la fama después del Jackie Brown de Quentin Tarantino– y la presencia de Robert Freddy Englund como un sospechoso profesor de psicología, empeñado en ofrecer clases prácticas de leyendas urbanas a sus alumnos, contribuyen a que el film de Blanks se inscriba fácilmente en la más fácil de las vertientes actuales del cine fantástico: la de la autorreferencialidad, que suele ser también la de la autocomplacencia.

 

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