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Por Mario Wainfeld En la interna peronista de 1988, la que anticipó la formidable estrella electoral de Carlos Menem, votaron 1.100.000 afiliados. En la radical que enfrentó a Horacio Massaccesi con Federico Storani participaron 750.000 afiliados. En la abierta del Frepaso del 95 nunca se difundieron los guarismos exactos, pero oscilan en alrededor de medio millón de participantes. Hoy, según los pronósticos de encuestadores y políticos y la sensación térmica que emite la sociedad, esas cifras no sólo han de ser superadas sino que es posible que participen tantas o más personas que en la tres compulsas juntas. Con el solo dato de tamaña masividad, la interna abierta de la Alianza será un hecho histórico. Con un premio fastuoso, quien emerja ganador surge como favorito para lograr una hazaña inédita: desalojar en elecciones libres al peronismo gobernante y entrar al nuevo siglo como presidenta o presidente de los argentinos. Fernando de la Rúa y Graciela Fernández Meijide, dos políticos de géneros, historias personales y trayectorias bien diferentes (ver páginas 8 y 9), mucho más distintos que sus discursos políticos (ver página 3), serán dos de los protagonistas de la jornada. Otros, menos agobiados por flashes o movileros, pero igualmente centrales, serán los millones de ciudadanos objetivo y motor de la democracia que en un domingo también memorable por el posible campeonato de Boca se harán tiempo para participar y legitimar una votación determinante para los próximos años de la política argentina. La interna opositora comenzó el propio 27 de octubre de 1997, horas después de que la improvisada coalición entre la Unión Cívica Radical (UCR) y el Frepaso, de apenas dos meses de vida, le propinó una formidable paliza electoral al peronismo en prácticamente la totalidad del territorio nacional. Dos candidatos naturales emergieron de la compulsa: la frepasista Graciela Fernández Meijide, figura central de la campaña como candidata en la provincia de Buenos Aires, donde derrotó al peronismo liderado por el gobernador Eduardo Duhalde, y el radical Fernando de la Rúa que por su condición de jefe de Gobierno de la Capital no tuvo participación electoral pero que era largamente la figura del radicalismo con mayor imagen presidencial. Comenzó allí una campaña casi absurda por lo larga y connotada por el espectro de la ruptura, la necesidad de crecimiento de la coalición y la de sus candidatos de diferenciarse y competir. La contienda tuvo momentos ríspidos pero se manejó con niveles de tolerancia y moderación más que razonables. Los precandidatos presidenciales se cuidaron mucho de atacarse personalmente, dejando esa tarea en manos de otros. En el equilibrio sutil entre diferenciarse y preservar la unidad tuvieron especial entidad el accionar del ex presidente radical Raúl Alfonsín y el del diputado frepasista Carlos Chacho Alvarez. Políticos de raza ambos, bastante más afines entre sí que los dos candidatos, fueron quienes con su acercamiento catalizaron el año pasado la posibilidad de formación de la coalición opositora y también quienes mediaron cuando la pradera parecía arder. Desarrollaron entre sí una química y una confianza inusual para hombres de distintas generaciones y de distintas estirpes políticas. Son asimétricas sus relaciones con los candidatos propios: es mucho mayor la confianza y la afinidad entre el armador y la candidata del Frepaso que las que vinculan a los del radicalismo, que se enfrentaron en más de una interna (la primera, la del 83, en la que Alfonsín arrolló a De la Rúa). También difieren la relación entre el armador de un partido y el candidato del otro. La de Alfonsín y Fernández Meijide, que se conocen desde cuando él era presidente y ella integraba la Conadep, es mucho más armoniosa (hasta está teñida de galantería) que la que vincula a De la Rúay Alvarez. Alvarez fue quien llevó la voz cantante en los momentos en que el Frepaso cuestionó al jefe de Gobierno porteño, sobre todo imputándole falta de firmeza en la lucha contra la corrupción en su propio territorio. De la Rúa y Alvarez se desconfían, tienen dificultades para dialogar. La buena relación de Chacho con Alfonsín no es a los ojos del delarruismo una credencial que mejore su relación con el candidato radical. La Capital Federal fue cuna de la Alianza, escenario de su victoria más amplia en el 97 y como se dijo también de sus rencillas más sonadas vinculadas a una de las asignaturas pendientes de la oposición, uno de los reproches con que la descalifica el peronismo: su dificultad para mantenerse unida en el poder y gobernar. Los territorios Lo cierto es que la situación de la Alianza en la Capital era compleja ya que su gobierno había sido dirimido cuando UCR y Frepaso eran adversarios. Reconvertirse en aliados en medio de una campaña interna no parecía sencillo. Y no lo fue. Pero resultó bastante mejor que lo que ocurrió de otras provincias con gobernadores radicales: Córdoba, Catamarca, Chubut y Río Negro. En ellas la Alianza ni llegó a conformarse. Los radicales y los frepasistas (en todas muy minoritarios y opositores acérrimos) coexisten peor que el agua y el aceite. Ramón Mestre, el cordobés que gobierna la más importante de esas provincias (que el radicalismo gestiona ininterrumpidamente desde el 83), se ha opuesto siempre a la existencia de la Alianza y ha amenazado con el cisma (una práctica muy inusual en la cultura de la UCR) si hay candidatos frepasistas en las elecciones nacionales. Por esos curiosos atajos de la política, confía en que su distrito sea uno de los que más votos aporte a la victoria de De la Rúa. Y a partir de ahí, seguramente, pretende imponer condiciones muy poco vinculadas a la unidad de la coalición. Las circunstancias del Chaco son bien diferentes y casi idílicas: la Alianza se formó con centro en el radicalismo antes (y al servicio) de la elección de Angel Rozas y es el mayor nivel de convivencia de los aliados. Los resultados parciales en todos esos distritos serán dignos de ser mirados especialmente y determinantes para movidas futuras. Todo cambia para todos No sólo Mestre y Rozas juegan parte de su porvenir hoy. Aunque hay sólidos nombres en las boletas hay muchísimos intereses en juego. La Alianza ha pactado una ingeniería electoral que llevó meses de negociaciones, presiones, chicanas y bluffs a los operadores radicales y frepasistas (con Rafael Pascual y Alberto Flamarique a la cabeza): el partido que gane hoy añadirá a candidatura a la presidencia de la Nación la de la Cámara de Diputados. El perdedor podrá proponer a los candidatos a gobernador de la provincia de Buenos Aires y a jefe de gobierno de la Capital. Con la vicepresidencia, tras una discusión casi exasperante entre los aliados, se terminó en lo que en definitiva convenía a ambos: De la Rúa será candidato si pierde y Fernández Meijide puede optar entre suplir a Carlos Ruckauf o desafiarlo a competir por la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Ruckauf, como casi todos los duhaldistas y buena parte del menemismo, considera a Fernández Meijide un fenómeno electoral casi imbatible, lo más parecido al propio Carlos Menem, y prefiere evitar confrontar con ella. En general, en el peronismo se la considera más imprevisible, más antagónica y menos pasible de ser vencida que De la Rúa. La mirada del adversario es un dato digno de computarse aunque nada indica que sea infalible. Baste recordar cuántas fichas jugaba el radicalismo a favor de Menem cuando éste disputaba con Antonio Cafiero la primacía en el PJ. La elección es abierta: sólo están excluidos los afiliados al PJ y a otros partidos que no integran la Alianza. Los encuestadores que, en proporción mayoritaria, han augurado una victoria de De la Rúa (ver página 5) reconocen que es muy ardua la predicción en una consulta sin precedentes en la que no se sabe quiénes ni cuántos van a votar. Otro dato complicante: la asimetría que parece tendrá el voto según los distritos. Fernández Meijide es fuerte en la Capital, en el Conurbano bonaerense y en Rosario. De la Rúa predomina en el resto del país, en especial en pueblos y distritos rurales. Esta tendencia se sobreimprime con (pero no es idéntica a) la mayor estructura territorial y política de los radicales, que en caso de paridad puede ser clave para definir la elección. Nadie podrá aburrirse a la tardecita si tiene radio o televisión a mano. Esta tarde se definen el Torneo Apertura y buena parte de la política nacional futura. Nada será igual en la Alianza a partir de mañana. Un candidato presidencial magnetiza poder y consenso. Las relaciones de poder en el cuadriunvirato que integran Alfonsín, Alvarez, De la Rúa y Fernández Meijide variarán largamente. Un resultado aplastante puede poner en crisis la ingeniería electoral de la oposición. El peronismo se hace el distraído pero mirará ansioso la compulsa y su resultado implicará acciones futuras de Menem y Duhalde. Pero será la gente, la sal y la pimienta del sistema, quien resuelva en definitiva. A partir de las 18 (antes para quienes tengan acceso a la boca de urna) habrá nuevas correlaciones de fuerza, nuevos escenarios que harán que todo lo anterior, esta nota incluida, parezca indeciblemente viejo.
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