Por Felipe Yapur
La leyenda
construida por sus laderos de ayer y de hoy dice que Eduardo Duhalde es uno de
esos políticos que necesitan de la hiperinformación tanto como del aire. A nadie le
sorprende, entonces, que hoy será uno de esos días en el que el gobernador quemará
severamente sus nervios hasta conocer los primeros sondeos de boca de urna. El bonaerense
aspira a que la interna de la Alianza les arroje un ganador funcional a sus necesidades,
sabedor de que, sea quien fuere el candidato, el trabajo será cuesta arriba. Pero,
fundamentalmente, de quien sea el triunfador de la jornada depende la modificación o no
de la estrategia electoral del duhaldismo. Por ahora el gobernador prefiere continuar
diciendo, siempre en tono de broma, que el ganador será De la Rúa, pero todos sus
hombres ruegan que así sea porque, si llegase a ganar la vieja, como llaman a
Graciela Fernández Meijide, los cambios de la campaña serán muchos y la confianza que
se tienen para triunfar en las elecciones generales de 1999 se resquebrajaría.
Por el momento, nadie en el duhaldismo duda de que Fernández Meijide será la derrotada y
los argumentos que manejan parecen más atados al deseo que al análisis frío de la
política. Graciela ya no es la misma de antes asegura uno de los voceros de
Duhalde mientras se recuesta en su mullido sillón, está deslucida y ya no tiene la
aceptación de hace unos meses. Y esto pasa porque la gente prefiere más a personas con
experiencia en gestión de gobierno y esta mujer no la tiene. Ella representa la
oposición dura a Menem, la puteada al menemismo y nada más.
Pero hay otros hombres como Mario Cámpora que, ubicados en lo que algunos llaman el
cercano duhaldismo, sostienen que lo primero que debe hacer el precandidato y su gente es
realizar es un inventario de los diez años de gobierno menemista. De este balance
Duhalde debe sacar los beneficios y apropiárselos. Es a partir de aquí que debe
construir el verdadero proyecto del presidente de la justicia social si es que realmente
quiere ganar, aseguró el analista con fuertes raíces en el peronismo gobernante
del 73.
Convencido también de que es el radicalismo el rival a vencer, el analista pronostica que
en la campaña, que ahora comienza a tomar vigor, los equipos técnicos cobrarán mucha
importancia porque el que quiera ser presidente tendrá que debatir mucho. Ya no es
como cuando asumió Menem en 1989, en ese tiempo la gente exigía un cambio de gobierno
ante el desastre del radicalismo. Por eso ahora lo que influirá en el electorado son las
ideas o las propuestas de los candidatos y el lugar donde mejor se ve esto es en el
debate.
Este análisis es también aceptado, en parte, por uno de los hombres que trabaja en la
mesa chica del duhaldismo, Julio Bárbaro. Este asegura que a partir de ahora es preciso
que Duhalde abra un espacio que transcurra por una zona equidistante entre el oficialismo
ortodoxo y la feroz oposición: Por supuesto que el mejor escenario que le conviene
a Duhalde es que del otro lado esté De la Rúa. Sobre todo porque traslada a la UCR a su
origen, es decir, la centroderecha. El duhaldista no tiene dudas de lo que se debe
hacer, sabe que si se presentan como los simples herederos de Menem no ganan ni en Perico,
Jujuy. Es por ello que dice, coincidiendo con el anterior analista, que es indispensable
hacer ese balance porque es preciso mostrar con transparencia que hay voluntad de cambio.
Por otra parte, Bárbaro insiste con el argumento duhaldista que dice que con De la Rúa
candidato la Alianza entrará en una crisis que nadie se atreve a pronosticar cómo
terminará. La complicación principal que en ellos se desatará es la complejidad
de unir un proyecto progresista, como lo es el del Frepaso, con el conservador de la UCR.
Obviamente que los beneficiados de esto seremos nosotros, destacó Bárbaro a la vez
que insistía en que lo único que logrará el triunfo del radicalismo en lainterna es que
muchos peronistas del Frepaso retornarán a las filas justicialistas.
Bárbaro ya ni siquiera le tiene temor al menemismo, al que califica de terminado
porque es un grupo que se generó alrededor del poder y que, cuando termine el
mandato de Menem, todo terminará. El poder se genera con proyectos como el de Duhalde, el
futuro presidente de los argentinos, señaló, mientras observaba sus pájaros que
nunca dejaron de trinar.
Una elección muy pareja Según el gobernador bonaerense Eduardo Duhalde, las elecciones internas de
Alianza que hoy consagrarán al candidato presidencial de la coalición serán muy
parejas. Sin embargo apostó al triunfo del radical Fernando de la Rúa sobre la
frepasista Graciela Fernández Meijide, al menos las encuestas lo dan a él tan
ganador como a Boca Juniors, aseguró incorporando a su pronóstico otro de los
temas fuertes de hoy: la posibilidad que tienen los xeneixes de convertirse en campeones
del Apertura si logran vencer en la Bombonera al equipo que dirige un duhaldista confeso,
César Luis Menotti, quien llegó a comparar al mandatario bonaerense con el héroe de la
Revolución Cubana, Ernesto Che Guevara. |
OPINION
El día después
Por Juan Carlos Portantiero |
La
ciudadanía parece entender que la jornada de hoy adquiere un sentido especial. Poco a
poco, a medida que se acercaban las horas de este domingo, han ido creciendo las
expectativas acerca del significado que los comicios internos de la Alianza pueden
alcanzar. Quizá se trate, en efecto, del hecho político más importante del año, porque
el espíritu público advierte que quien venza en la contienda tiene altas probabilidades
de conducir el país a partir de fines de 1999. En medio de oscuras trapisondas, de
vergonzosos manejos institucionales, el menemismo culmina su ciclo mostrando en toda su
desnudez un estilo corrupto de manejo de la cosa pública. Una etapa está en vías de
concluir y eso es ineludible; de lo que se trata ahora y de ahí la gran expectativa
ciudadana es de construir una alternativa, un camino nuevo que supere las miserias
del pasado reciente. Por eso lo que importa es el día después.
La Alianza suscitó con su constitución una gran esperanza, corroborada en las urnas,
espectacularmente, hace un año. La forma en que se gestó, como coalición entre dos
fuerzas parejas, impidió que el acuerdo sobre los grandes objetivos en primer lugar
dejar de lado un fraccionamiento suicida que beneficiaba al oficialismo se
prolongara en un consenso sobre la candidatura presidencial. Hubo que recurrir al
mecanismo, democrático pero inevitablemente desgastante, de las elecciones internas
abiertas. Lo positivo de esto (y cuantos más ciudadanos concurran a las urnas lo será
aún más) es que le dará a la Alianza una gran legitimidad; lo negativo es que las duras
reglas de la competencia contribuyeron a dilatar la constitución de un perfil homogéneo,
capaz de otorgarle a la coalición la sensación de seguridad que la sociedad reclama en
momentos tan difíciles como los actuales, y también retrasar la tarea de construcción
de un discurso programático definido que marque no sólo las diferencias obvias con el
menemismo, sino que dibuje el qué y el cómo de sus propuestas hacia el futuro. Y esa es
otra gran deuda a saldar a partir del día después.
Muchas veces se dijo que la Alianza no debería ser alternancia sino alternativa. Del
mismo modo que el menemismo encarnó entre nosotros el auge de la revolución
neoconservadora en el mundo, la Alianza se colocó en la geometría política como
expresión del cambio de época que en Occidente ha colocado en primer plano a gobiernos
la mayoría de ellos producto de coaliciones que levantan las banderas de la
tercera vía, superadora del liberalismo salvaje y del estatalismo populista.
Más allá de la ambigüedad de los rótulos, de lo que se trata es del impulso hacia
políticas de reformismo democrático, a la altura de las nuevas exigencias que reclama la
globalización capitalista pero dispuestas a recuperar los roles arbitrales y reguladores
del Estado frente a la tiranía de mercados sin control alguno. Pero este lugar no puede
ser reclamado sólo retóricamente. El desafío es ahora, definidas las candidaturas,
convertir esas promesas en programas, esos deseos en un discurso riguroso y convocante que
desborde la hasta ahora semiclandestinidad de la Carta a los Argentinos,
sepultada entre los fragores de la lucha comicial.
Por fin, la Alianza debe cuidar con más celo aún su propia unidad. Cualquiera sea el
resultado que la ciudadanía decida hoy, aflorarán, de uno u otro lado, malhumores y
desconfianzas. Ciudadanos que se han unido para derrotar al menemismo deben solidificar
ese comportamiento para construir, ahora, algo distinto; para transformar una coalición
opositora en coalición de gobierno. La tarea no es simple y exige grandeza y generosidad
en la dirigencia. Hasta este domingo, pese a los chisporroteos, ambos atributos han
prevalecido. Millones de argentinos, que están respaldando hoy una gran esperanza, no
habrán de tolerar una nueva frustración. Se ha cumplido una etapa difícil; mañana
comienza otra que no lo será menos. |
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