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“Ella”, Nenuca, o “la duquesa”,
la candidata que irrita a Menem

Graciela Fernández Meijide no es una política tradicional. Su llegada a la política fue el resultado de un largo camino que comenzó con el secuestro de su hijo. Sus críticas irritan al presidente Menem, quien la ha elegido como el blanco de sus respuestas más duras.

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Graciela Fernández Meijide, hace diez años, cuando realizaba un trámite legal por la APDH.
“Yo soy un típico exponente de la clase media profesional.”


Por Luis Bruschtein

t.gif (67 bytes) Tiene algo de sangre vasca, admira a Golda Meir, aprendió a leer a los cuatro años y a manejar a los 12 en Avellaneda, tuvo muchos novios hasta que conoció a Enrique, su marido, le gustan poco las críticas, sus cruces con el Presidente sacan chispas y su campaña la define como “Ella” a secas. Graciela Fernández Meijide, 67 años, porteña, casada, tres hijos, profesora de francés y educación cívica, se define a sí misma como “un típico exponente de la clase media profesional”, pero Menem le dice “la duquesa”.
Su nombre de soltera es Rosa Graciela Castagnola. Nació y se crió en Avellaneda, hija de un médico de barrio y una maestra, en una casa ruidosa, con dos hermanas, donde había muchos libros y mucha gente entre pacientes y amigos. Una infancia feliz y sin dramas extremos, donde la política entraba a veces por comentarios, pero nunca por profesión o vocación, una época en que nadaba y jugaba al tenis en el Club de Regatas. Siempre le dijeron Nenuca. “Mamá era pesadamente católica –recordó alguna vez–, con lo cual logró que las tres saliéramos agnósticas.”
Nenuca se crió entre sus primos varones, con los cuales formaban una pandilla que solía tener guerras a pedradas con otras del barrio y sin embargo entró al segundo grado de la primaria, en el Normal de Avellaneda, donde su madre había sido alumna fundadora, con dos años menos que lo corriente. “¿Y qué pudo haber hecho mi vieja?, hizo falsificar mi cédula de identidad para cumplir los reglamentos de la escuela”, recuerda ahora con un poco de fastidio por la exigencia materna.
El final de la primaria y toda la secundaria lo hizo en el Normal 5, y en 1949 formó parte de una delegación que debía viajar a Paraná para discutir la reforma constitucional. En ese momento, el presidente Juan Domingo Perón intentaba su reelección. Ella era antirreeleccionista y antiperonista. Ya en la política, durante todo el año pasado, una de sus principales preocupaciones fue, como en su adolescencia, oponerse al afán reeleccionista de otro presidente peronista. Sin embargo, dice que fue antiperonista hasta 1956 y que dejó de serlo con los fusilamientos de la llamada Revolución Libertadora.
Tuvo muchos festejantes en su juventud, uno atrás de otro –se ha ufanado de ello– hasta que conoció a Enrique Fernández Meijide, quien logró conquistarla con gran paciencia. Se casó en 1956 por la Iglesia para satisfacer a su madre y la familia de Enrique, que además de cursar los últimos años de arquitectura, aspiraba a la poesía. Tuvo sus dos primeros hijos, María Alejandra y Pablo y dos años después el tercero, Martín.
Su primer voto, en 1952, fue radical, más por antiperonista y por mandato familiar que por criterio propio. Después votó por Arturo Frondizi y por el socialista Alfredo Palacios. En 1973 lo hizo por la fórmula del Frente Justicialista de Liberación, Cámpora-Solano Lima, y después por el dúo “Perón-Perón”, “no por peronista sino porque pensé que era la salida en ese momento” explicó.
El golpe del ‘76 llegó después que la Triple A asesinara a los hijos de una pareja de amigos que había llevado la llave de un departamento a la casa de un periodista que habían ido a buscar. La tragedia había golpeado cerca. Hasta que en ese mismo año, un grupo de paramilitares de civil se llevó de su casa a su hijo Pablo, de 17 años. “Me dijeron que pasara a buscarlo por la comisaría 19, pero nunca más pude volver a verlo”, relató.
La historia que siguió después es más conocida. La búsqueda de su hijo secuestrado la acercó al movimiento de derechos humanos, a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y, al finalizar la dictadura, en la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP) donde estuvo a cargo de una de las tareas más duras: la recepción de las denuncias.
En 1991, Chacho Alvarez que se había retirado del PJ con el grupo de los 8 decide que ella será la candidata a diputada en el primer lugar de la lista del Fredejuso, como se llamaba la nueva fuerza política que había formado. Otro independiente, Aníbal Ibarra, se presentaba en el primer lugar de la lista de candidatos a concejales. En ese momento entró Ibarra, pero ella no alcanzó el porcentaje necesario. Desde ese punto comenzó una carrera meteórica. En 1995 entra como diputada con el 13,6 por ciento de los votos; en 1994, en la elección para constituyentes tuvo el 37,5 y en 1995 alcanza el 45,6 por ciento en la elección para senadora. Pero el resultado más impresionante lo logró al competir y ganarle en 1996 al poderoso PJ bonaerense de Eduardo Duhalde.
En ese camino, Graciela Fernández Meijide se convirtió en la personalidad del movimiento de derechos humanos que más lejos llegó en política, lo cual le ha ganado varias discusiones con sectores de ese movimiento que consideran que ha hecho concesiones a la política. “Desde los derechos humanos –ha respondido–, nosotros hablábamos al poder, le pedíamos o exigíamos al poder político. Disputar el poder es un paso adelante y ése fue el primer motivo que me trajo a la política.”

 

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