Las internas abiertas, que la Izquierda Unida inauguró hace una década con 150.000 votantes, convocarán hoy según se espera a no menos de dos pero tal vez hasta cuatro millones de personas, que decidirán la candidatura presidencial de la oposición. En ambos campos se prevé la victoria de De la Rúa. El análisis coincidente de unos y otros atribuye ese eventual desenlace más a errores del Frepaso que a aciertos del radical. Sin embargo, tampoco en 1997 se asignaban mayores chances a Fernández Meijide, quien obtuvo una victoria resonante. Las difíciles relaciones entre cada candidato y las respectivas máquinas partidarias.
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Por Horacio Verbitsky* Las primeras elecciones abiertas para decidir candidaturas políticas fueron convocadas hace una década por la Izquierda Democrática Popular y el Movimiento al Socialismo, cuyos nombres indican su ubicación ideológica. Las segundas, hace casi un lustro, dirimieron la fórmula presidencial del Frente por un País Solidario, de propuestas vagamente progresistas. Hoy se enfrentarán con el mismo método los precandidatos presidenciales de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, que se ubica en el centro del espectro político, con el flequillo despeinado hacia la izquierda. En abril hará la prueba el Partido Justicialista, que desde la misma posición mira hacia la derecha. Es decir, cada vez más gente, en fuerzas políticas cada vez menos marginales e ideológicas. O, en otras palabras, un cambio en la cultura política. Sombras Cuando Néstor Vicente venció a Luis Zamora, votaron unas 150.000 personas. José Octavio Bordón batió a Chacho Alvarez en una elección a la que asistieron el triple de votantes. Hoy se espera que la cantidad de sufragantes sea por lo menos cuatro veces más grande que en la interna de 1995, entre un mínimo de dos y un máximo de cuatro millones de personas. Aun la menor de esas cifras implicaría un fenómeno político de llamativa envergadura. El método también se perfecciona de vez en vez. Hoy podrá votar cualquier ciudadano del padrón electoral nacional que no esté afiliado a otro partido, lo cual reduce el riesgo de manipulaciones por parte de extraños. Los políticos resistieron mientras pudieron esta forma nueva de disputar porciones de poder, porque sienten que limita el de sus aparatos. Es indudable que implica mayor participación popular en el proceso político. Desde ese punto de vista la Alianza es coherente con su alegado compromiso renovador. Pero restaría discutir el espesor de esa participación popular y su idoneidad para modificar algo más que el nombre de los candidatos. Algunos políticos y analistas expresaron temor de que ésta fuera la vía de ingreso a los cargos electivos de candidatos prefabricados a fuerza de dinero y televisión. Pero eso no ocurrió en ninguno de los tres casos mencionados ni es previsible que suceda en 1999 cuando Eduardo Duhalde y Ramón Ortega disputen por el mismo método la candidatura presidencial justicialista. Aunque provienen del mismo sector social de los profesionales urbanos de clase media, es difícil encontrar dos personalidades más divergentes que las de los precandidatos de la UCR y el Frepaso. Fernando De la Rúa, que comenzó su actividad política casi adolescente, y Graciela Fernández Meijide, que recién se dejó tentar por la política pasados los sesenta, son casi paradigmas opuestos. De la Rúa ya fue candidato a la vicepresidencia en 1973 y precandidato a la presidencia en 1983. Graciela se postula por primera vez para un cargo ejecutivo. Lo único que los asemeja es la relación difícil con sus respectivas maquinarias políticas, que adoran a otros jefes, Raúl Alfonsín y Chacho Alvarez, y el haber vencido en forma inesperada a los candidatos peronistas, con un cuarto de siglo de diferencia. Gane quien gane hoy, esa dualidad preanuncia un cierto grado de tensión política. Autocríticas Las dos fuerzas llegan a la jornada decisiva con ánimo y previsiones distintos, tal vez influidas por las investigaciones de sociología electoral que con inusual unanimidad arrojan ventajas nítidas para una de ellas. En el comando de campaña del Frepaso se afirma sin reparos que cometieron más errores que aciertos. En el del radicalismo no los desmienten. Los allegados a Chacho Alvarez son equitativos entre la candidata y la sociedad, cuando se trata del reparto adelantado de culpas. Como desaciertos propios computan lo que llaman ingenuidad por haber permitido que De la Rúa se metiera en la foto triunfal del 26 de octubre, cuando no había sido candidato a nada. Admiten que el haber recurrido a economistas radicales desdibujó la imagen del Frepaso. También se arrepienten del largo debate sobre qué posición ocuparía su candidata de no ganar la interna, porque entienden que transmitió una imagen de derrota. Sin embargo, la presencia del líder radical en la metafórica foto no desmejoró en nada la posición de Graciela, que por entonces llevaba apreciable ventaja en todos los sondeos. Y la discusión sobre la vicepresidencia o la gobernación de Buenos Aires recién se abrió cuando De la Rúa descontó esa ventaja y pasó a encabezar los pronósticos. Las autocríticas de los chachistas a Graciela incluyen el viaje a Estados Unidos durante la gran inundación, su extrema dureza con Juan Pablo Cafiero cuando presentó el proyecto de derogación de las leyes de punto final y de obediencia debida, sus declaraciones agresivas que obligan a aclaraciones posteriores (Menem es el último caudillo plebeyo o somos menos delincuentes), y lo que señalan como su incapacidad para articular un discurso más allá del vínculo afectivo y la transparencia. No sabe a dónde quiere ir. Todo eso la deterioró, dicen, aunque no pierden la ilusión de una afluencia de votantes de último momento que emparejen la diferencia de unos 7 puntos que admiten como realista. En cambio, rechazan como producto de una manipulación aquellas estimaciones que hasta triplican ese margen. También atribuyen un sesgo en favor de De la Rúa al diario La Nación, que mencionó a Fernández Meijide como una Abuela de Plaza de Mayo y al Partido Comunista como uno de los miembros del Frepaso, dos inexactitudes que creen perjudiciales. El pliego de reclamos a la sociedad incluye la presunta contradicción entre la exigencia de definiciones a los candidatos y la preferencia por lo más sereno. A la gente le gusta un candidato menos conflictivo, teme decisiones complicadas, de demasiada agresividad. A nosotros nos ven sin preparación para el gobierno y nos reclaman más. Con De la Rúa se sienten más seguros y no le preguntan nada, dicen. Eso explicaría según ellos la buena imagen del candidato radical pese a lo que califican como opaca gestión de gobierno, que sólo niveló las cuentas. Graciela sería más imprevisible y eso se habría sentido en la recaudación de recursos para la campaña, donde los aportes para el radicalismo habrían quintuplicado los que recibió el Frepaso. Espacios de poder También achacan a tendencias sociales profundas el que no se discuta tanto la política como los espacios de poder. Eso es nuevo y dominante. Aunque seamos los más refractarios a ese estilo no podemos ignorar que hoy nadie hace política para estar fuera de los espacios de poder y la gente que recibimos no viene de otro mundo, sostienen. La nómina más reducida de los aciertos, incluye, precisamente, la negociación por espacios de poder que el Frepaso siente que impuso al radicalismo. Por eso, creen que en caso de derrota la reacción no será tremendista. Somos parte importante de una coalición. Sabemos que eso nos desdibuja, pero no hay otra forma de ir creciendo. No nos jugamos a todo o nada en esta elección. No hay posibilidad de fuga significativa, afirman. Una de tales posiciones institucionales sería la cada vez menos resistida candidatura a la vicepresidencia para Alvarez. Entre los actos propios que reconocen como contraproducentes figuran la propuesta de Chacho Alvarez de substituir la elección por un acuerdo entre las dos fuerzas y su denuncia de un presunto sistema de corrupción delarruista, afirmación de la que debió desdecirse. Las explicaciones para ambos casos son coincidentes: habrían sido iniciativas lúcidas que no pudieron sostenerse por la oposición de Graciela, la resistencia del Frepaso y la mala respuesta social que encontraron. Cuando estábamos muy arriba, Chacho planteó la nominación por consenso si la diferencia era grande. Pero esa fórmula nos jugó en contra desde que empezamos a retroceder, dice alguien que conoce el pensamiento de Alvarez mejor que el suyo propio. También confirma una presunción que en su momento alarmó a propios y ajenos: Chacho sabía que estábamos perdiendo y buscó la forma de postergar la elección para el año que viene o de romper. Pero eso no se puede hacer si la candidata no está de acuerdo. Graciela no quiso y la gente tampoco, porque ve en la Alianza un instrumento para derrotar al menemismo. Por eso, cuando criticábamos a De la Rúa bajábamos nosotros y no él, dice. Este es tal vez el punto de mayor coincidencia entre las evaluaciones de ambos campamentos. Cuando comenzó la campaña, la Alianza era Graciela. El Frepaso era visto como el garante de la Alianza, ante un radicalismo volcado a sus cuestiones internas. Pero el Frepaso perdió esa posición con sus ataques a De la Rúa, sobre todo cuando él dijo que iba a soportar todos los agravios, porque la gente quería que preserváramos a la Alianza. Desde ese momento, la Alianza es De la Rúa, dice una de las personas que más cerca estuvo del candidato durante toda la campaña. Garantías El Frepaso también tiene reproches para sus aliados. Les atribuyen una actitud de desmovilización, con el propósito de desalentar el voto en los grandes centros urbanos y propiciarlo en los pueblos. De tal modo procurarían neutralizar a los independientes con el peso del aparato. Nosotros planteamos poner una mesa donde hubieran más de 200 empadronados pero de hecho habrá mesas en lugares con 150 empadronados, de los que sólo votaron 30 en la elección general. En una interna el número de votantes no llegará ni a esa cifra, salvo donde no tengamos fiscales. Allí van a aparecer votando los 150. Pero en las ciudades grandes quisieron achicar, plantearon que no era necesario que se votara en todas las escuelas. Esa pugna de posiciones llegó hasta la última semana de la campaña. Mucha gente no sabe dónde se vota. Quisimos hacer algo conjunto para informar y se negaron. Nosotros estamos tratando de llegar a cada inscripto en su casa, y en nuestra publicidad decimos que el 90 por ciento vota en la misma escuela de siempre. Pero los radicales dicen que eso no es verdad y que cuando la gente se encuentre con una escuela cerrada se va a enojar, sostienen los frepasistas. En la conducción del Frepaso no hay dudas acerca de la corrección de la política de garantías a los grandes grupos económicos, en la cual no ha habido diferencias de matices entre Chacho y Graciela. Los núcleos militantes que esperaban otra cosa van a votar a Graciela aunque no les guste, porque De la Rúa es más conservador, dicen. Tampoco le asignan incidencia alguna en la campaña al desgastante trámite por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, donde apostaron en contra de la Multisectorial de Organizaciones Sociales como si se tratara de una cuestión de vida o muerte. El proceso culminó con la designación en el cargo de uno de los miembros de la Multisectorial, la abogada Alicia Oliveira, quien encomendó al economista Claudio Lozano la organización del consejo asesor en el que estarán representadas las organizaciones de la sociedad civil. Ni siquiera parece haber un mínimo grado de reflexión sobre el modo en que se resolvió la cuestión. La abogada del CELS fue elegida por unanimidad, no como fruto de un acuerdo de cúpulas, sino en reconocimiento a la representatividad social de quienes la propusieron y a su propia trayectoria. En el acto de asunción todos los partidos destacaron el acuerdo entre los bloques legislativos y las organizaciones sociales. La única llamativa excepción fue el Frepaso. Tanto en la jura como en la votación fue notoria la ausencia de Liliana Chernajovsky, la mujer de Alvarez, que encabezó el inútil combate por una causa perdida. El progresismo no tiene otra alternativa que votar a Graciela. Son unos pocos miles. En dos millones no inciden, es la conclusión, presuntamente pragmática, de la conducción frentista. Este menoscabo a la base social que engendró al Frepaso es paralela a la asombrosa subestimación intelectual con que trataron a De la Rúa. Al margen de cualquier crítica a sus posiciones y de la perplejidad que suele producir su atípica personalidad, es el dirigente político de más sólida formación cultural de todos quienes disputan el poder, dentro y fuera de la coalición y el único descollante en su actividad profesional, reconocido como uno de los mejores procesalistas del país. No aceptan ni como hipótesis, que las preferencias por De la Rúa puedan deberse, aunque sea parcialmente, a la desilusión con el Frepaso, que desde la victoria de 1997 ha renunciado en forma deliberada a generar esperanzas, ese imponderable que suele explicar tantos resultados desconcertantes. Un razonamiento lineal los lleva a descartar que el desencanto con una oferta progresista pueda derivar en la preferencia por una opción más conservadora. Un hombre desconfiado La descripción de la contienda que puede recogerse en el radicalismo tiene más de un punto de contacto con la del Frepaso. El candidato es descripto como un hombre cuya mayor virtud no reside en sus aciertos sino en los errores que evita. Con eso le bastaría para capitalizar los pasos en falso de la contendiente. Hasta el 26 de octubre, ella tenía un estilo horizontal de comunicación con la gente. Pero a partir de allí asumió otra actitud. Saltó muy alto y muy lejos y perdió representatividad. Sobreactúa la autoridad, lo que la hace parecer soberbia, y eso es rechazado en el interior. Fernando es híbrido, pero resiste los agravios sin contestar mientras ella pega. Es el provinciano agredido y eso se va a medir en los resultados del interior, donde Fernández Meijide no consigue penetrar. Esa desfederalización del Frepaso agrava su dificultad natural en el interior, donde aún rige el bipartidismo peronista-radical. A fuerza de sobreactuación de autoridad por parte de ella, él ha ocupado hasta el lugar femenino, dicen en las inmediaciones de De la Rúa. También señalan presuntas equivocaciones políticas de la candidata rival: Atacó mucho al aparato radical, cosa en la que Fernando coincide. Es un hombre desconfiado, que sobrevivió al alfonsinismo y sabe que el aparato trata de debilitarlo. Pero Fernández Meijide no supo diferenciar entre los punteros de Moreau y la gente buena que forma la base del radicalismo. Puede ser que para algún sector del radicalismo ella fuera la mejor candidata. De hecho, en el 95 muchos radicales votaron por Bordón, que hizo mejor campaña. Trabajó sobre esa idea, pero nunca se le hubiera ocurrido decirlo en esos términos. Cuando Graciela dijo que los independientes eran de ella, también se le corrieron a De la Rúa. Unos y otros se sintieron agredidos y le dieron la espalda. Añaden que como De la Rúa no necesita congraciarse con el poder económico, termina siendo más firme que su rival y mencionan encuentros del candidato con empresarios en los que habría defendido con decisión la necesidad de una ley antimonopolio y la protección de los trabajadores de los supermercados. Les dijo en la cara a los petroleros que era preciso garantizar la libre competencia para defender al consumidor, porque no podía ser que la baja de los precios del crudo no se trasladara al de los combustibles. Las mayores preocupaciones de De la Rúa no parecen estar en la elección de hoy ni en el Frepaso, sino en lo que sucederá a partir de mañana y en su propio partido. Alfonsín se comió a Chacho e intentará hacer lo mismo con Fernando. Si Raúl y Chacho manejan la candidatura, perdemos todos. Los dos están preocupados por la posibilidad de una victoria categórica de Fernando. Pero De la Rúa sabe que lo que se está jugando es poder, y no va a permitir que le dibujen los resultados. Unos y otros dan por sentada la victoria de De la Rúa, de la que sólo habría que esperar para conocer el margen. Sólo la candidata parece creer en sus chances y desear que se concreten. No habría que subestimarla, después de la proeza de 1997, cuando tampoco era favorita. En estas condiciones, es obvio que si hoy volviera a sorprender con una victoria inesperada, se convertiría en un fenómeno electoral de proyección incontenible para la elección presidencial. Hechos consumados El camino que llevó a los comicios de hoy es el de los hechos consumados y las paradojas y muestra la labilidad de los acuerdos políticos sin ancla social. El núcleo inicial del Frepaso fue un grupo de diputados peronistas disidentes con la política de privatizaciones de Menem. Crecieron como alternativa nacional al bipartidismo cuando Alfonsín firmó el Pacto de Olivos y el radicalismo pagó las consecuencias. Hizo su peor elección en un siglo y quedó relegado a un tercer plano. Pero hoy el Frepaso se ofrece como el mejor garante del nuevo mapa económico trazado por aquel proceso, y la suave mano de Alfonsín lo guía hacia una resurrección de la bipolaridad política. Para ello el ex presidente se resignó a apoyar a De la Rúa, el líder que con más claridad objetó su pacto con Menem, cuyas horribles consecuencias institucionales quedan a la vista con cada nueva aplicación de sus cláusulas. Lo peor es tal vez la indiferencia hacia groseros manotazos institucionales como el de la semana última en el Senado. El miércoles, durante una recepción en la embajada de Suecia, el economista radical Adalberto Rodríguez Giavarini comentó con escándalo los preparativos del actual gobierno para cuando pase a la oposición, dentro de un año. Señaló el embalse de la economía, que podrá descargarse como un alud sobre el próximo presidente, y la ocupación por cualquier método de bancas en el Senado. Luego de escucharlo con una sonrisa amable, el presidente del Consejo Empresario Argentino minimizó su preocupación. Santiago Soldati dijo que los problemas económicos eran infinitamente menores que en 1989 y que en todo caso la estabilidad permitía detectarlos a tiempo. De la nueva composición del Senado ni siquiera estaba al tanto. Cuando Rodríguez Giavarini le explicó de qué modo el justicialismo había sentado a Hugo Sager y Rubén Pruyas en dos bancas que no le correspondían, Soldati replicó que era un asunto difícil de entender, porque cada partido tenía una interpretación distinta. Si sólo se tratara de Soldati, la lectura sería simple, y el problema menor. Pero tampoco se observa preocupación, ni conocimiento, entre quienes no tienen nada que ganar con un fortalecimiento de las posiciones del menemismo más allá de 1999. Ese es un déficit del que la oposición no puede culpar a nadie ajeno a sus filas. Si el candidato del radicalismo chaqueño al Senado hubiera sido, como se presumía, la actual diputada Elisa Carrió y no un anónimo político municipal, al Justicialismo no le hubiera resultado tan simple alzarse con su banca. Tampoco contribuyó a un mejor desenlace la endeblez del senador elegido para denunciar el atropello. Algo similar puede decirse del proyecto para limitar el uso de tecnologías de registro de sonido e imagen por el periodismo que investiga actos de corrupción y castigar la difusión de noticias de interés público si no se obtuvieron con el consentimiento de todos sus protagonistas. Su aprobación por el Senado no hubiera sido posible sin la condescendencia del radicalismo, que firmó el indefendible dictamen de comisión. Vamos muchachos, no se hagan los brígidos, que este proyecto es de común interés para todos nosotros, dijo en la comisión de labor parlamentaria el orientador intelectual del bloque justicialista, Augusto Alasino. Semejante pretensión no provocó ningún alboroto, y ni siquiera trascendió al público antes de ahora, igual que el asentimiento prestado por Alfonsín a esa ley inicua, de protección corporativa a los saqueadores de fondos públicos. Tampoco se opuso a ella De la Rúa, quien deberá resignarse a que el texto votado se conozca como la Ley Inés, Aíto y Antonio. Para mayor escarnio de la oposición radical, las pocas enmiendas que atenuaron el atentado a la libertad de expresión no provinieron de sus filas, sino del senador Jorge Yoma, el último menemista. * El autor de esta nota votará por Graciela Fernández Meijide.
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