Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


LA HISTORIA DE MARIA ISABEL CHOROBIK DE MARIANI, CHICHA
"Desde ese día en que cambió mi vida"

Es una fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, y fue su presidenta entre 1979 y 1989. Tiene una nieta secuestrada que no logró recuperar. La historia de una profesora de dibujo y esposa de un director de orquesta a la que una tragedia cambió la vida y gracias a quien hoy están presos Videla y Massera.

na20fo01.jpg (11979 bytes)

Por Lila Pastoriza

t.gif (67 bytes) La Plata, 24 de noviembre de 1976. Desde poco antes de mediodía, una casa de la calle 30, donde además de una fábrica de escabeche de conejo funcionaba oculta una imprenta montonera, fue bombardeada durante horas por grupos operativos del Ejército al mando del general Camps. Toda la ciudad estuvo pendiente de ese ataque prolongado por una resistencia a la que puso fin una bomba de fósforo. "A Diana la derribó un rafagazo cuando intentaba huir con la nena por la parte de atrás, donde había un limonero", relata quien fuera su suegra, la abuela Chicha Mariani. Entre las víctimas, algunas calcinadas, no figuraba la bebé que alguien vio retirar entre la humareda.

Esa misma noche destrozaron y tirotearon la casa de Chicha, impregnada para siempre en su recuerdo de un olor aciago, mezcla de pólvora y de tilos en flor ("Desde entonces no puedo tolerar el olor a tilos"). Días después supo que su hijo Daniel no estaba en el momento del ataque y que su nieta había sido entregada a una familia. Al poco tiempo, por el único teléfono que había quedado intacto en su casa arrasada, se enteró que su hijo estaba vivo.

ron2.gif (93 bytes)ron2.gif (93 bytes)ron2.gif (93 bytes)

"Fue aquel día, el 24 de noviembre, cuando cambió la vida." Antes y después. Todo se dio vuelta. La que había sido su existencia quedó atrás para siempre, arrasada inicialmente por el dolor y la soledad, sustituida de a poco por la frenética busca de Anahí, la nieta, y luego por la de los otros chicos, al tiempo que nacían las Abuelas, que se iba armando su estructura.

Al principio todo fue una vorágine donde era imposible entender algo tan inimaginable como lo que ocurría. "Buscaba a mi nieta, me mandaban de un sitio a otro, comisarías, cuarteles... Y creía que no la encontraba porque la buscaba mal, ni soñaba que lo que sucedía era que se quedaban con los chicos, que no querían entregarlos..."

Chicha iba sola a todas partes, a ver funcionarios, policías, dignatarios de la Iglesia. Su marido, que vivía en Italia desde fines de 1975 y que viajara para acompañarla en las primeras gestiones, retornó a su trabajo. Y "a los pocos amigos que quedaban" no quiso arriesgarlos... "Así fui entrando en esa soledad..."

De repente, como un rayo, llegó la noticia de la muerte de Daniel. Fue el 1º de agosto de 1977, aunque ella lo supo como veinte días después. Lo habían matado a tiros y a patadas en una vereda de La Plata. Nunca encontró su cuerpo. "Fue el derrumbe, el momento más terrible... Hasta entonces, todo era buscar el momento de encontrarlo, de poder ayudarlo... pero ahora la vida había perdido razón, empecé a dejarme morir, a no comer..."

Hasta que unos diez días después llegó una oferta para venderle a su nieta. "Tuve la absoluta certeza de que vivía. Entablé los contactos y comencé a dar los pasos para irme con ella afuera del país." Idas y vueltas, todo quedó en la nada. Pero Chicha ya estaba en camino y no se detendría. A través de la doctora Lidia Pegenaute, entonces asesora de menores ("la verdadera fundadora de Abuelas", según Chicha), supo que su caso no era el único. A mediados de octubre de 1977 conoció a Alicia de la Quadra y empezaron a trabajar juntas. A fin de año eran 12 mujeres "doblemente madres" con una primera lista de 13 chicos. Firmaban "Abuelas Argentinas con nietitos desaparecidos" y con la consigna "Hay que encontrarlos" peleaban contra el ocultamiento y el tiempo. Nunca más lo hubo para la vida de antes.

En agosto del '78 aparece la primera solicitada, que da la vuelta al mundo, y Chicha hace el primero de muchísimos viajes, varios con Estela Carlotto. A fines de 1979 se constituyen como "Abuelas de Plaza de Mayo" y es electa presidenta por unanimidad. Al año siguiente encuentran a los primeros chicos. El resto es conocido: se convirtieron en detectives, en letradas, en científicas... Lograron que famosos genetistas del mundo elaboraran el "índice de abuelidad" y la creación oficial del Banco de Datos Genéticos. Han localizado a 60 chicos y restituido a la mitad de ellos. Por las causas judiciales que iniciaron, hoy están presos Videla y Massera.

ron2.gif (93 bytes)ron2.gif (93 bytes)ron2.gif (93 bytes)

María Isabel Chorobik, nacida en San Rafael, Mendoza, estudió Bellas Artes en la flamante Universidad de Cuyo, de renombrados maestros, y reanudó luego sus estudios en La Plata. Dibujaba desde niña. A los ocho años pintó su primera acuarela, unas arvejillas hoy desteñidas. Era curiosa, se leía todo (menos Lógica), y carecía de oído para la música. Quien trató de educarlo, el violinista Enrique Mariani, terminó casándose con ella. Le entusiasmaba la historia del arte y hoy cree que, sin saberlo entonces, la antropología. Cuando tenía 25 años, nació su hijo Daniel, "Podsky", y la familia se instaló en La Plata. Allí Chicha pintó decenas de telas. "Los domingos nos íbamos a pintar a Buenos Aires, había descubierto el paisaje urbano..."

Ella describe como "la más pura, la de gran ingenuidad" aquella primera etapa de su vida: su infancia en la finca de San Rafael que rememora en olores (el de los yuyos del campo, el de la tinta de las revistas que colmaban la bicicleta de su hermano Blas) y en el recuerdo de los pájaros que criaba y que cada amanecer, cuando su padre abría puertas y ventanas, invadían su cuarto para dormir con ella... Fue el tiempo de los conciertos sabatinos, de enamorarse, de casarse, de tener un hijo y toda la vida por delante. Después hubo otro capítulo. Profesora de Dibujo y Educación Visual del liceo universitario Víctor Mercante, esposa de un conocido director de orquesta, sus días se repartían entre su marido, su hijo, la docencia y las reuniones sociales, un mundo que comenzó a fisurarse a comienzos de los 70.

Su padre fue Juan Chorobik, un polaco nacido en Cracovia ("debía ser pariente del Papa porque era parecidísimo") que allá fabricaba candados artesanales y aquí se dedicó a trabajar la tierra y se casó con Luisa García, una criolla de sangre española a quien doblaba en edad y con la que tuvo sus dos hijos.

En 1949 se vinieron de Mendoza a City Bell, siguiendo a su hija. La madre aún vive. Con 95 años ya no teje, como lo hizo siempre, porque está casi ciega, pero habla mucho y recuerda todo. El padre murió hace casi veinte años, a los 92. Con un modo muy especial, por fuera del discurso, le transmitió a Chicha su amor por la naturaleza, su habilidad manual y lo que pensaba del mundo. Poco antes de morir, muy enfermo ya, su hija lo encontró llorando. "Estaba ahí, con sus ojitos celestes y su pelo blanco y me dijo que le dolía lo que había hecho mal en la vida. Y yo, que sé que fue un santo, le dije --siempre lo traté de usted--: 'Pero papá, ¿qué ha hecho usted mal?' '¿Sabés qué? --me dijo-- No les enseñé a tener uñas y dientes para defenderse, y de eso me arrepiento.' Y es cierto que no sé defenderme. Pero entonces no me había dado cuenta."

ron2.gif (93 bytes)ron2.gif (93 bytes)ron2.gif (93 bytes)

En 1972, Daniel, alumno brillante, es contratado por la Unesco para trabajar en Chile. Antes se casa con "esa maravillosa criatura que fue Diana Teruggi". Cuando regresan al país, vienen con decisiones tomadas. "Habían definido el rumbo político que seguirían sus vidas. Pero yo aún no lo sabía." En el '73 Daniel y Diana, incorporados ya a la movilización juvenil que los llevará a la militancia montonera, intentaban infructuosamente que Chicha lo entendiera. "Yo no sabía por qué insistían en hablarme de temas que a mí me resbalaban... Siempre fui naturalmente antiperonista y ahora me encontraba discutiendo si Perón era o no revolucionario... Además, no me interesaba la política. Si hasta voté a Manrique porque estaba con los jubilados... Pero, sin embargo, ellos me fueron concientizando..." Y también la realidad exterior. "Empezaron a matar a mis alumnos, lo leía en el diario. Y lloraba en aquella gran cocina de mi casa... 'Si te hicieran algo a vos, yo los mato', le decía a Podsky. 'No mamá, nunca tenés que odiar', insistía él. Y seguían las muertes. El liceo era diezmado."

La cotidianidad de su hijo y Diana había cambiado. Se mudaron más de una vez, reemplazaron el auto por "una horrible citroneta en la que Daniel pretendía llevarme al Liceo" y se fueron a vivir a una casa en la calle 30. "A esa altura yo sabía que algo pasaba. Lo sentía en el cuello, en la piel, en la cabeza. Cuando entraba a la casa algo me desesperaba, había algo anormal allí... Lo sentía pero ignoraba qué era..." Había nacido Clara Anahí, su nieta, a quien Chicha veía con frecuencia. El 24 de noviembre estaba esperando que Diana la trajera cuando le llegó el estruendo de los tiros y las bombas.

A partir de 1989, cuando dejó su puesto en Abuelas, se abrió otra etapa, dura, en la vida de Chicha. "No habrá seguramente una nueva así ésta es la que debo encaminar ahora". Al principio no sabía dónde estaba parada. Siguió con la búsqueda de su nieta, continuó con sus acciones judiciales y hoy, junto con otras compañeras, investiga buscando reconstruir historias de víctimas de la represión. "Pero lo más difícil ahora es aprender a aceptar mis limitaciones --dice-- ya no dispongo como antes de mi tiempo, de mi cuerpo, de mi espíritu..."

Hay en la vida de Chicha una continuidad oscilante, la de la pintura, actividad siempre tan presente como relegada. "No sé si todavía pintaré o no, pero es que me quedó eso sin hacer en la vida..." Antes de dedicarse a la docencia, Chicha acumuló telas y no pocos premios. Después de la tragedia familiar, amontonó esas manchas en un galponcito de su casa de City Bell, donde quedaron otros 20 años. Un día se lo contó a su amiga Alicia de la Cuadra. "Nunca habíamos hablado eso... Ella se apareció con un delantal, un pañuelo para la cabeza y empezamos a limpiar los cuadros... Más adelante, hace unos seis años, se me ocurrió que era hora de empezar de nuevo y rescaté mi caballete, lo instalé aquí, en la pieza del fondo y me ha servido para retocar algunos cuadros."

"La pintura es mi vocación incumplida. Siempre, desde chica, había dibujado a mis compañeros de colegio. A los nueve años trabajé por primera vez con óleo, aún hoy me acuerdo del placer de usar los pinceles y poner la pasta en la madera... En La Plata pintaba mucho pero dejé al comenzar la docencia. De noche, y los sábados y domingos hacía cerámica. Y me las arreglaba para tomarme mi tiempito, tiempo robado. Como no me alcanzaba para pintar con óleo, compré unos enormes potes de témpera y me fabriqué unos bastidores para trabajar. Y hacía pintura abstracta pero sin perder la noción de las casas. Siempre pinté casas. No sé por qué. Están en el fondo de toda mi pintura, a veces apenas yo lo sé, pero son casas..."

Chicha vive con su madre en City Bell, un lugar lleno de luz, de cuadros y de flores donde la visitan algunos amigos, alumnos y chicos restituidos. Sabe que para ella quedaron atrás tanto sus distantes tiempos felices como aquella construcción --"Abuelas"-- que le ayudó a sobrevivir cuando el cielo se le vino encima. Le pregunto qué hará de su vida y responde que pensarlo la angustia: no ha encontrado a su nieta ("Es la prioridad absoluta") y aunque sigue rastreando todo indicio, sospecha que ya no depende tanto de ella ("he arañado tanto, averiguando, buscando...") sino de que alguno de los que saben se decida a hablar, que otros digan lo suyo.

"Sigo pensando que si no la encuentro, hasta que me muera la seguiré buscando --dice con firmeza--. Pero hay una dualidad en este último tramo de mi camino. Una es la vocación nunca del todo cumplida, nunca tomada en serio, la otra es esto, que es vital, imprescindible... Reconozco que no deberían ser incompatibles, pero aún lo son... Y sin embargo, sé que aunque sea al final de mi vida retomaré la pintura, porque en mí la vocación está tan fresca como siempre".

Con 75 años recién cumplidos, algo de lo mejor de sus días sigue palpitando en esta mujer que tras la tragedia se transformó en la investigadora y militante que fundó Abuelas, armó rompecabezas impensados, hizo seguimientos, dibujó identikits, recorrió el mundo buscando apoyo. Lo dicen la persistencia de su entusiasmo, de la tozudez, la frescura. Y hasta las oscilaciones de su voz, de a ratos apagada, casi inaudible, de repente alta y clara. Son las luces y sombras de Chicha. Sus cenizas y diamantes.

 

Encuentros secretos con Daniel

"Han pasado más de veinte años y me sigue angustiando salir por la siesta los domingos, cuando las calles están tan solitarias. Era el día en que yo me encontraba con Daniel. Tenía terror de que me siguieran. Entonces daba miles de vueltas para llegar al lugar de la cita. Iba por esas calles casi desiertas con una enorme sensación de angustia... hasta que lo encontraba. Y entonces caminábamos y caminábamos. Pero como yo nunca pude hacer dos cosas a la vez, era incapaz de caminar y conversar al mismo tiempo. 'Pero, mamá, ya me había olvidado --decía Podsky-- vamos a un bar, así charlamos'. Y no, yo no quería saber nada, tenía miedo de que nos reconocieran. Y seguíamos andando, casi siempre por calles alejadas de las afueras de La Plata. A veces íbamos por lugares de mucho barro. Entonces él me enseñó a caminar por el barro sin que se me quedaran los zapatos: debía apoyar bien el pie con el talón... Y él andaba casi a ciegas, porque se había cambiado los grandes anteojos por lentes de contacto, y como le molestaban terminaba sacándoselos... Me gustaba tanto encontrarme con él, le llevaba chocolatines, dinero que no quería aceptar, alguna vez le llevé un postrecito, otra vez un piloto (un perramus de mi marido, porque andaba sin ropa). Yo me vestía de modo diferente al habitual para que no me reconocieran. Durante el verano me ponía un batón oscuro que hice teñir para que perdiera todo color... En el invierno un piloto oscuro. Y me peinaba de otro modo. Y así nos íbamos, una o dos horas cada vez..."


Cracovia, las propias raíces

"Siempre soñé con ir a Polonia a rellenar los huecos de mi historia. Creí que era imposible, pero en junio del año pasado nos fuimos con mi marido una semana. Llovía en Cracovia y nos hospedamos en un antiguo hotel frente al macizo de árboles que rodea la ciudad vieja, un lugar donde duermen todos los pájaros del mundo, de los que papá nos había hablado tantas veces. Al día siguiente, con la partida de bautismo como único indicio, me fui al pueblo natal de los Chorobik a indagar, esta vez, sobre mis propias raíces. Cuando llegamos al cementerio viejo me puse a buscar las tumbas de los parientes. Vino un sepulturero, luego otro y se fue amontonando la gente que quería saber qué pasaba. Y fui encontrando los sepulcros de la familia. Era un cementerio hermoso, con un bosque lleno de flores... Estuve como una hora allí... Hasta que llegó el organista, abrió uno de los libros de la iglesia sobre una tumba y allí, escrito a lápiz aparecían todos los nombres, los de mis abuelos, de sus hijos, y el de mi papá, consignando que había partido a Canadá donde se había casado con una nativa... Fue hermoso. Subimos con un montón de gente a varios autos y nos fuimos hasta un lugar donde señalan un sitio y me dicen: 'Aquí estuvo la casa de su padre. Y aquí está ahora' y me muestran una casa... (Para ellos no se trata de que la casa vieja no estaba más. Era la misma casa, ahora ubicada en otro lado). Y empezaron a salir los parientes. Me mostraban fotos, yo preguntaba, nos entendíamos por señas. Pregunté desde cuándo vivían allí. Se miraron: desde siempre, no tenían memoria de otro lado... Luego nos hicieron subir. Había manteles de encaje, café y masas. Y al rato nos fuimos. No regresé a la casa. No hubo tiempo. Pero sentí que ése era mi lugar. No sólo el de mi padre. El mío".

 

PRINCIPAL