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Por Luciano Monteagudo La historia oficial indica que el 4 de abril de 1923 se formó como tal la compañía Warner Brothers, uno de los grandes estudios de cine de Hollywood. Pero de hecho los hermanos Harry, Albert, Sam y Jack Warner venían produciendo sus propias películas desde 1909, cuando se animaron a filmar un par de quickies, esas aventuras de apenas dos rollos, que fueron los tímidos cimientos de la empresa que todavía hoy lleva el nombre de aquella familia de humilde origen polaco. Que la Warner haya decidido celebrar en todo el mundo el 75º aniversario de la compañía con bombos y platillos debe entenderse menos como un cumpleaños que como una campaña promocional, pero eso no impide aprovechar la ocasión para rever en cine como corresponde algunos de los clásicos que hicieron la fama del estudio y que parecían condenados eternamente a la triste, mezquina pantalla del televisor o a su vulgar reencarnación en video. En otras capitales la selección de títulos fue bastante más amplia y generosa, es cierto, que los escasos siete títulos que llegan ahora a Buenos Aires. Tampoco hay en esta modesta lista grandes sorpresas o insignes descubrimientos salidos de las bóvedas más oscuras del estudio. Más de la mitad de los films elegidos pertenecen a un período en el que la marca de fábrica propia del estudio ya no era visible y la Warner funcionaba más como empresa distribuidora que como productora. Pero aun así la programación que a partir del próximo jueves la filial local de la Warner pone en uno de los nuevos cines del shopping Abasto (Av. Corrientes 3247) se presta para reencontrarse con el radiante blanco y negro o con el glorioso cinemascope de las versiones originales de un puñado de films que la TV suele violar sistemáticamente con el doblaje mexicano, el coloreado electrónico y la reducción de un imponente rectángulo a un cuadrado ruin. ¿Qué decir de Casablanca (1942), el clásico de los clásicos, la película de la cual todos han dicho lo suyo, desde Umberto Eco hasta los hermanos Marx, pasando por Woody Allen? El trajinado romance entre Humphrey Bogart e Ingrid Bergman era la elección más obvia para abrir el ciclo, pero también, quizás, la más justa. No se trata solamente de la película más célebre de toda la historia de la Warner sino también una de las más populares sino la más popular de toda la historia del cine. Su director, Michael Curtiz, fue el más leal de los servidores de la compañía, para la cual dirigió un centenar de films que modelaron el estilo del estudio, y Casablanca siempre fue su obra maestra, el más feliz de los accidentes felices según la definió el crítico Andrew Sarris, aludiendo a todos los traspiés que sufrió su producción, que originalmente iba a ser protagonizada por... ¡Ronald Reagan! ¿Cuándo habrá sido la última vez que Rebelde sin causa (1955) se pudo ver en un cine de Buenos Aires? La pregunta puede parecer fútil pero no lo es si se tiene en cuenta que en esta película el director Nicholas Ray llevó el cinemascope a sus cumbres expresivas, como nunca había sido utilizado hasta entonces (y pocas veces sería mejor aprovechado después). Si se proyecta como corresponde, se podrá ver a James Dean en toda su amplitud, bigger than life, extendiéndole su mano suplicante a Natalie Wood como si la pantalla fuera un fresco de la Capilla Sixtina, exhibiendo su campera roja como una restallante señal de peligro, enfundado en sus jeans para la posteridad, creando para siempre el arquetipo de la juventud en conflicto. Que Rebelde sin causa se haya convertido en una marca cultural y en un documento sociológico no le impide seguir siendo un film como los mejores de Nick Ray de un lirismo arrollador. La pandilla salvaje (1969) es otro título que debería resultar muy beneficiado en su regreso a la pantalla grande, por dos motivos. Primero, por la notable intensidad visual con que el director Sam Peckinpah en la que quizás sea su mejor película narra el último golpe de un grupo de desperadoes que saben que los tiempos están cambiando y que hacia 1913 elviejo Oeste norteamericano ya no puede seguir siendo el mismo. Y segundo porque está anunciada la versión completa de 145 minutos, muy diferente sin duda a las copias todas cortadas que llegaron a la Argentina casi treinta años atrás y que pretendían mitigar el ballet de violencia final, en el que se inmolaban a sangre y fuego William Holden, Ernst Borgnine, Warren Oates y Ben Johnson. La información provista por la Warner local no indica que La llamada fatal (1954), de Alfred Hitchcock, vaya a exhibirse tal como la película originalmente fue concebida, en el por entonces flamante sistema 3-D. Aquí será cuestión de apreciar simplemente el WarnerColor, pero en las dos dimensiones de siempre, por lo cual seguiremos sin poder disfrutar de los golpes de efecto que previó Hitch para este claustrofóbico thriller protagonizado por Ray Milland y Grace Kelly y que fue víctima de una espantosa remake que hace muy poco se conoció en Buenos Aires como Un crimen perfecto. Otros tres films (de los más de 6000 títulos que dispone actualmente el fondo de archivo de la Warner) integran este festival de clásicos de la compañía. El más pertinente parece Bonnie and Clyde (1967), no sólo porque en su momento marcó toda una época sino también porque la depresión económica de los años 30 fue un período que siempre se identificó con el cine negro que supo producir la Warner en sus tiempos de esplendor. El film de Arthur Penn convirtió a Warren Beatty y Faye Dunaway en auténticas estrellas, incluso de la moda, que hizo de esta célebre pareja de asaltantes todo un paradigma a seguir. Mucho más discutible es la selección de Blade Runner (1982), un film que se ha visto ya mucho, en sus dos versiones, la del estudio y la del propio director, Ridley Scott (aquí se pasará la primera, claro). La sorpresa puede llegar a ser El exorcista (1973), uno de los films de terror más influyentes de la historia del cine, que sin embargo nunca ha dejado enteramente conformes a los seguidores del género. A mediados de este año, su reestreno en Londres tuvo un éxito proporcionalmente equivalente al de su lanzamiento original y la crítica estuvo incluso más dispuesta a festejar el trabajo del director William Friedkin, opacado en su momento por el shock que producía, un cuarto de siglo atrás, ver a la niña Linda Blair vomitando un asqueroso líquido verde o masturbándose con una cruz delante del mismísimo Max von Sydow.
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