Por Juan Sasturain
Cuentan las
mujeres que, pasado un tiempo, diferente para cada una, la virginidad adolescente se
convierte en una carga, un castigo. La necesidad de perder ese lastre, el virgo, de una
vez por todas, pasa a ser una obsesión. Algo así como terminemos con esto para
naturalizar las cosas. Por su parte, los varones suelen metaforizar sexualmente la idea de
"perder el invicto" con la experiencia homosexual pasiva. Valen los ejemplos de
esa ambigüedad de valores para este Boca serio y con el culo contra la pared: un equipo
campeón e invicto --lamentablemente no desvirgado ni sodomizado hasta ahora, por el bien
del (su) fútbol-- que terminó jugando como una virgen de las de antes. Atado a un valor
que acabó cuidando más que nada (el cero en el arco propio, y el casillero de derrotas
vacío), pareció apostar más al Guinness que al fútbol. Se sabe que los récordmen son
tipos obsesivos, que pierden el sentido de la realidad en función de su objetivo
predeterminado. Este Boca mentalizado por Carlos Bianchi para hablar con pies de plomo y
correr con pies ligeros y atentos, justo y meritorio campeón, tuvo algo de esa virtuosa
mezquindad, de esa locura de controlarlo todo, cuidar los vueltos chicos, postergar el
soberano descontrol para una vez que será nunca. Y eso porque terminó así, campeón y
virgen.Como al pájaro que le abren la jaula pero que no atina salir de
puro acostumbrado, Boca fue campeón (lo explica Panno por ahí) por radio, cuando se
enteró del empate de Gimnasia, un rato antes de terminar su partido. ¿Contra quién
jugaba entonces? ¿Para quién jugaba entonces? Jugaba contra la derrota y jugaba para el
récord. No jugaba a ganar. Y esa convicción de estratégica mezquindad se trasladó a
las tribunas: la gente quería celebrar con goles, no con puntos de diferencia ni
estadísticas para la historia. Fue sintomático: la explosión mayor no fue al final sino
al principio. No hay nada más grande --y Boca lo sabe como nadie-- que la soberana
esperanza.
Yendo a los pormenores de un partido de más de un millón de
recaudación y poquísimo fútbol, vale la pena hablar de lo que fue bueno.
De algún modo fue una fiesta colombiana, incluso en los colores: Córdoba y Serna, con
sus virtudes defensivas exacerbadas, más Bermúdez, y sumando a Mondragón del otro lado,
se entrenaron de lujo en la Argentina. Los injertos tropicales de Boca han hecho curso
acelerado de seriedad y disciplina táctica casi casi como si hubieran ido a Europa, pero
mejor. También jugaron muy bien los predilectos de Pekerman: Riquelme estuvo más
rápido, se mostró, corrió vertical y de través, metió cambios impecables, un tiro
libre --por fin-- pegó en el ángulo; Cambiasso tiene cuarenta años de fútbol en la
cabeza antes de cumplir los veinte y Adrián Guillermo es un jugadorazo que se pasó de
disciplinado: si no entró más en juego --si no desbordó más, no tiró más al arco--
fue porque "debía" abrir la cancha y quedarse amurado a veinte metros de
Palermo, buscando "siempre" por afuera, casi naturalmente excluido del circuito.
Disfrutaremos todos mucho con él.
Si Menotti no tenía nada más con qué
atacar, acompañando al pibe Graf arriba, vaya y pase. Algo hicieron Garnero y el turquito
Hanuch, sobre todo al principio. Pero en Boca, Bianchi se dio el gusto de mantener sus
ayer deficitarios volantes laterales contenidos --el santo culo contra la pared--,
esperando que Palermo la embocara una vez más para salvarlos a todos. Pero esta vez
Palermo no metió la tijera, la zabeca salvadora, y no bastaron tres llegadas aisladas
para hacer un gol, como otras veces. Las licencias espaciadas, francos compensatorios que
se toma el Grandote --y merecidos los tiene-- se sienten, se sienten, Palermo está
ausente.
El resultado final fue el triunfo del libreto, por no decir del catecismo. Las
zafadurías personales de Ibarra, del pibe Guillermo, no tuvieron consecuencias y todo se
desarrolló de acuerdo con lo previsto y por los carriles previstos. Independiente se
tomó el partido el serio y Boca también. Tanto, que el orden y la previsibilidad
llegaron hasta el festejo: una vuelta olímpica ordenada y sin colados le puso el moño a
una campaña ejemplar, sin flancos débiles, cabarets ni descontroles antidóping. Para
ver un poco de quilombo e inventiva hubo que mirar a la tribuna, salir a la calle donde
celebraban todos los campeones que no son ni vírgenes ni invictos. Tal vez por eso
celebraban así.
Cero, cómo te quiero
Cancha: Boca
Arbitro: Daniel Giménez.
Cambios: 45m. Gómez por López (I), 59m. Guillermo Barros Schelotto por Guillermo
(B) y Turdó por Hanuch (I), 76m. Navas por Basualdo (B), 83m. La Paglia por Riquelme (B).
Incidencias: 87m. expulsado Toresani (I)
Recaudación: 1.058.455 pesos.
El partido se trabó en el mediocampo y los mejores de cada lado fueron
cortadores y administradores de pelota: Serna y Cambiasso. La transmisión hacia arriba no
funcionó fluida, y cuando la pelota llegó, no hubo quién aprovechara.
Así fue cero general y partido mediocre por la falta de llegada de
Independiente y la "economía de recursos" de Boca, que ni en esta circunstancia
--ya campeón faltando más de media hora-- se salió del libreto.
El único delantero que jugó bien fue Adrián Guillermo y no entró
demasiado en juego, aislado y debiendo resolver solo. Los arqueros no se equivocaron
--sobre todo el colombiano Córdoba-- y fueron fundamentales. Si a eso se le suma la falta
de urgencias de ambos, no hay más que hablar.
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