Adueñarse del Obelisco
es adueñarse de la centralidad de la información. Los grandes festejos lo eligen siempre
como ámbito privilegiado. Ahí está: erecto, arrojado hacia el cielo, el gran sexo de la
gran ciudad, la gran ciudad fálica del Sur. Admito que esta simetría (Obelisco-falo) no
es nueva, pero los tiempos la han revitalizado. Nada que no se lance hacia arriba tiene
sentido. Las encuestas suben. La temperatura sube. Las pasiones suben. (Y si algo no sube,
el Viagra lo hace subir. De paso: salió a la venta el Viagra Light. Es sólo para
masturbarse.) Lo que subió ayer, lo que subió hasta la cima definitiva del campeonato
fue Boca Juniors. De este modo, sus pasionales hinchas se adueñaron del Obelisco. Se
produjo un reemplazo: el de las masas delarruistas por el de las masas boquenses. Alguien
dirá que no existe algo así como "las masas delarruistas". ¿Por qué no?
También hubieran ofrecido su espectáculo. Es esa clase media que votó a Menem, que se
compró de todo en cuotas, pero ya está harta de los modales simiescos y barbáricos del
Presidente de los grandes papelones. Hubieran sido menos ruidosos que los hinchas
boquenses, sin duda más blancos, no habrían exhibido torsos desnudos. Y es comprensible:
¿Cómo superar el estridente color local de los hinchas bosteros? Son la imagen más
perfecta de la desmesura. Son tan ruidosos que la policía, no bien los ve, se larga a
reventarlos a palos.
Sin embargo, nada los contuvo. La jornada fue de ellos. Seis años sin
un campeonato. Un largo período presidencial. Pero ya está, se acabó. Bianchi, con esa
pelada que a las chicas les resulta tan sexy, hizo el milagro. Y detrás de Bianchi
sonríe Macri. Y detrás de Macri sonríe papá Macri. Y detrás de papá Macri las
sonrisas se prolongan hasta subir (recuerden: todo sube) hasta los estratos más elevados
del Poder en la Argentina. Y ese Poder sonríe, siempre sonríe. Y los medios se desbocan
con su vértigo informativo. Y Julián Weich pone su carita frente a la cámara y dice que
no nos vamos a perder nada de la gran fiesta de Boca. Y a Santo Biassati le piden que,
caramba, sonría, porque es de Boca y Boca ganó y ganó el país. Y otra vez con
imágenes desde el Obelisco. Y unas minas rebuenas, con unos jeans que estallan, bailotean
abrazadas por banderas azul y oro. Y unos muchachos morenos se han quitado las camisas y
se los ve sudados (las masas boquenses sudan, las delarruistas transpiran), bulliciosos,
inapelablemente sudamericanos. Y nadie recuerda ya las internas de la Alianza. Y el
civilizado De la Rúa exhibe su mesura ante unos estólidos micrófonos (los micrófonos
están en otra parte) y dice lo que todos saben que va a decir: sensateces. Y la barbarie
estalla. Y los medios saben que el espectáculo es ése: el de los barbáricos hinchas de
Boca que se apropiaron del Obelisco. Del centro. Del corazón salvaje de este país tan
sudamericano. Y Fernández Meijide perdió. Y Macri sonríe. Y Duhalde se prueba la banda.
Al fin y al cabo, fue un día peronista.
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