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--Me dicen que acá hay un buen contador de historias. Yo soy el mejor narrador de todo el barrio de Villa del Parque y vengo a desafiarlo. El guante que acaba de arrojar es para Tusitala. Tusitala acepta el reto. La señorita Nancy oficiará de árbitro. Se sortean los turnos y empieza el forastero. Los protagonistas de su historia son un padre, una madre y sus cinco hijos. El padre trabaja en la pesca de altura, siempre que cae un delfín en las redes lo devuelve la mar y esto no es bien visto por los capitanes que lo despiden al regresar a puerto. Es por eso que el padre cambia de barco a cada rato. Un día el mar está picado y la campana de bronce que se utiliza para anunciar la hora del almuerzo y de la cena se agita furiosamente. El padre pasa cerca, recibe un campanazo en la cabeza y cae por la borda. Acuden los delfines y lo llevan hasta la playa de una isla donde es socorrido por un grupo de nativas que lo curan y lo consuelan. Debido al campanazo el padre ha perdido la memoria. Varias de las bellas nativas quieren casarse con él, pero el padre, pese a la amnesia, siente que no debe aceptar y parte. Vaga desconsolado por los puertos, llora en cada muelle. También su esposa e hijos, creyéndolo muerto no paran de llorar. Aparece un predicador, pastor de almas, que consuela a la madre y se ofrece para ayudar a la familia. Pero una vez instalado en la casa se dedica a maltratar y explotar a madre e hijos. La situación es terrible y en ese hogar cada vez hay más lágrimas. Mientras tanto el padre zarpa en otro barco, se desata una tormenta, de nuevo anda cerca de la campana y recibe un campanazo en la cabeza que le devuelve la memoria. Se acuerda de su mujer y sus hijos, se tira valerosamente al mar, nada entre las olas gigantescas, llega a la costa ayudado por los delfines y corre a casa. En el reencuentro hay muchas lágrimas. El padre le reprocha al predicador sus maldades y éste se arrepiente, se arrodilla, llora mucho y la familia lo perdona. El predicador se va dispuesto a aprovechar la lección y a derramar amor por el mundo. --Aquel matrimonio eran mis abuelos y uno de los chicos era mi padre --dice el retador de Villa del Parque. Aplausos y lágrimas de los oyentes. Es el turno de Tusitala: --Mi hermana, mi hermano y yo éramos huérfanos desde siempre. Nos criaba nuestra abuela. Había enviudado joven, trabajaba duro para mantenernos y una vez tuvo que ausentarse varias semanas. Teníamos un vecino que era asesino serial, violador de menores y caníbal. Quedamos solos y empezó a acecharnos. Cada día teníamos que inventar una estrategia nueva para ir y regresar de la escuela. Hasta que decidimos tomar la iniciativa. Dejamos la puerta abierta y cuando el ogro se asomó lo atrapamos con una red y lo atamos a una silla. Mi hermanita quería ser directora de escuela y esa fue una buena oportunidad para practicar. Le tomaba lecciones todo el día y cuando el ogro contestaba mal le sacudía en la punta de los dedos y en la cabeza con la parte filosa de una regla: "Alumno ogro, preste atención". Mi hermanito dudaba entre ser médico o dentista. Construyó una jeringa con una aguja de coser y un tubito de plástico y practicaba clavándosela en las nalgas al ogro. Le controlaba los reflejos pegándole con una maza de albañil en las rodillas. Le arregló las caries con un taladro de mano y una mecha de dos milímetros. Se las selló con estaño derretido. Hizo un gran trabajo con esa dentadura. En cuanto a mí, todavía ni soñaba con convertirme en el gran chef que luego fui, pero la gastronomía me tentaba y preparé y le hice comer algunos platos. Aspic Primavera de papel crêpe, malvones, helechos y tallos de rosas, a la moutarde de Dijon. Pulpetines de sebo a la salvia Celeste Aída, con puré Duquesa de cactus. Postre de bolitas de paraíso al borgoña Belle Hèlene. Y así. Le preguntaba: "¿Tiene demasiado ajo? ¿Le falta sal?" En esas semanas el ogro engordó una barbaridad, se puso hecho una bola gracias a la excelencia de mi cocina. Cuando nuestra abuela regresó nos dijo: "Chicos, dejen de jugar con el señor, seguro que no hicieron los deberes, ahora voy a revisar los cuadernos". "Si abuelita", dijimos. Pusimos al ogro en un carrito, lo llevamos hasta una barranca larguísima y empinada que empezaba cerca de nuestra casa, dimos tres hurras, lo soltamos y allá se fue para nunca más volver. Aplausos entusiastas. Habla Nancy: --En ejercicio de las facultades que me fueron conferidas por los parroquianos de este bar y los visitantes, declaro empatada la contienda y si el dueño de casa está de acuerdo invito a una nueva ronda el próximo sábado a la misma hora. Y el gallego: --Tratándose de eventos culturales, este establecimiento siempre está
a disposición de los clientes. Señores, sus vasos están vacíos desde hace rato, vayan
pidiendo y a brindar que la vida es corta. |