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CUALES SON LOS DEFECTOS MAS
COMUNES EN LA PRACTICA DEL ANALISIS
Por Claudio Jonás * Los siguientes son algunos de los errores más comunes en la clínica psicoanalítica. 1. Minimizar el valor del diagnóstico diferencial. La práctica psicoanalítica es altamente específica. Cuando trasciende el campo de las neurosis de transferencia para aplicarse a otras estructuras psicopatológicas requiere modificaciones que la convierten en una práctica totalmente distinta. Entonces, el diagnóstico diferencial ocupa un lugar privilegiado. Sólo de esta manera podremos ofrecerle una adecuada atención psicoanalítica a quienes se beneficiarán con ella, y también será más fácil evitarles, a quienes esa indicación no les sería provechosa, una innecesaria y previsible pérdida de expectativas, tiempo y dinero. Tanto más ineludible es el requisito del diagnóstico diferencial si tenemos en cuenta que, en algunos casos, la indicación errónea significa un riesgo para la vida. 2. Desconocimiento de la regla fundamental. Confundir cura por la palabra con charla, comunicación, discursos o relatos es un observable cotidiano. Si bien no se suele discutir la regla fundamental del psicoanálisis --la asociación libre--, el error consiste en que muchos "análisis" se llevan a cabo durante años en un transcurrir pseudopsicoanalítico, donde aquello que lo posibilita --la regla fundamental-- no fue incluida, explicada, aprovechada, ni favorecida. Obviamente, en estas circunstancias el proceso analítico no tiene ninguna chance de existir. 3. Interpretar sin el previo y correspondiente análisis. El trabajo analítico, como su nombre lo indica, no debería ser otra cosa que investigación psicoanalítica. Los desplazamientos que convirtieron a la interpretación en único instrumento válido han transformado a los analistas en supuestos talentos --cuyas interpretaciones abundan en virtuosismos sin fundamentos-- y a los pacientes en expectadores pasivos. Es contundente el contraste entre esta práctica y la afirmación de Sigmund Freud referida a la posibilidad de interpretar un lapsus: solamente hacerlo por medio de la libre asociación es lo específicamente psicoanalítico, y esto sólo es posible cuando las resistencias de quien cometió el lapsus lo permiten. Es decir: saber que las formaciones transaccionales tienen un sentido no supone que éste pueda ser siempre descubierto. Requiere la participación de quien lo manifiesta (paciente o no paciente) y, aun así, depende de la calidad e intensidad de las resistencias que se oponen a su revelado (que no son conscientes, por supuesto). 4. Desestimar la importancia de la neutralidad. La neutralidad valorativa es una exigencia que apunta a respetar, rescatar y valorizar la autonomía del paciente. Esto abarca tanto la valoración que vaya haciendo el paciente de sus propias instancias en conflicto, como de las diferencias que existan entre analista y paciente. La dificultad que significa analizar en el marco del respeto por las diferencias se buscó saldar aduciendo que ningún analista es neutro en su valoración. Como si tener un esquema de valores impidiera analizar (educar o convivir) con quienes tuvieran otro. Embarcarse en el atropello de limar diferencias, tomándose a uno mismo como modelo, no sólo no tiene punto de apoyo en el psicoanálisis, sino que transgrede derechos fundamentales. 5. Desconsideración por la sexualidad infantil. Que la investigación de la sexualidad infantil reprimida haya desaparecido prácticamente de los tratamientos psicoanalíticos es de tal importancia que, en sí misma, implica un repudio teórico y práctico al psicoanálisis. Para decirlo en otras palabras: si las neurosis de transferencia explicadas por Sigmund Freud son un efecto de la represión de la sexualidad infantil y consecuentemente su curación un efecto del levantamiento de esas represiones, su desconocimiento sólo se sostiene en otras teorías y en otras terapéuticas, no psicoanalíticas. 6. Mal uso de la sugestión. Es cierto que la investigación psicoanalítica no utiliza la sugestión como instrumento, pero es indudable que se vale de ella para realizar su tarea. Nos valemos de la sugestión cuando posicionamos socialmente al psicoanálisis como recurso válido para la solución de ciertos trastornos de origen psíquico: cuando institucional, grupal o individualmente inspiramos confianza como alternativa de consulta, cuando le proponemos al paciente ciertas condiciones para que el psicoanálisis se pueda llevar a cabo; cuando le sugerimos continuar con el análisis de sus resistencias; cuando le explicamos las ventajas del psicoanálisis respecto a las desventajas de la enfermedad, etc. En cambio, cuando se utiliza la sugestión como herramienta para producir cambios terapéuticos se pierde el rumbo psicoanalítico. 7. Evitación de la neurosis de transferencia. Por poco que se sepa de Psicoanálisis la transferencia formará parte de los recursos teóricos indiscutidos. Sin embargo, la observación de la clínica cotidiana evidencia una seria contradicción teórico-práctica: la transferencia positiva cariñosa (no conflictiva) no suele formar parte de las acciones que pueden implementarse para favorecer la necesaria alianza terapéutica; las manifestaciones de la neurosis de transferencia se discuten, se eluden, se malinterpretan, se actúan, pero difícilmente se las reconoce como otra de las manifestaciones neuróticas que se "repiten para no recordar". 8. Finalizar los análisis por cansancio o resistencias. La terminación de una terapia psicoanalítica puede determinarse desde un punto de vista práctico: la sintomatología motivo de la consulta ha desaparecido y ello ha ocurrido como subproducto de la investigación analítica correspondiente. Es cierto que la posibilidad de la investigación psicoanalítica puede imaginarse como infinita. Pero también es cierto que la prolongación injustificada atenta contra la credibilidad del Psicoanálisis. * Supervisor en el Centro de Salud Mental Nº 1. Autor del libro Quién le teme al doctor Freud.
Por Eduardo Lambardi * Si bien el siguiente ejemplo está basado en el modelo sistémico del Mental Research Institute, también se utilizan recursos cognitivos, ericksonianos y de la ciencia de la conducta. A pesar de que los psicólogos estamos programados para atender entre cuatro paredes, la flexibilidad permite otras prácticas que, éticamente diseñadas, acortan tiempos y aumentan la efectividad de nuestro trabajo. Como ejemplo, el caso de Julia. En la primera entrevista, Julia planteó al terapeuta que desde hacía ocho meses no podía salir a la calle si no era acompañada por su marido. El agregó que la situación se hacía insostenible. Ocho meses atrás ella había sufrido una situación que podría denominarse traumática. Volviendo a su casa, un hombre se le había acercado simulando desesperación. Le había pedido ayuda para auxiliar a su hijo que estaba tendido a una cuadra. El corrió, ella lo siguió para colaborar. El desconocido entró a un callejón y allí dos personas salieron de las sombras y la sujetaron de los brazos. Ella comenzó a gritar y le dieron golpe en la cabeza que la hizo desvanecer. Al reanimarse, vio que habían robado todas sus pertenencias. Desde entonces, Julia fue presa de un terror que la paralizaba cada vez que intentaba salir a la calle sola. "Si lo intento --decía-- no puedo dejar de pensar que algo parecido sucederá. Basta pensar en ello para que mi corazón se acelere de tal manera que temo un colapso cardíaco. Me paralizo y no puedo salir." El terapeuta, tras algunas preguntas clave, tejió esta hipótesis: bajo el temor debía esconderse un fuerte odio a quienes la habían ultrajado; ese sentimiento podría ser el factor que la llevara a salir nuevamente a la calle. Si él lograba que ella pensara en otra cosa al intentarlo, si desviara su atención, sus síntomas no aparecerían y, tras algunas experiencias de poder salir sola a la calle, ella recobraría su seguridad. Luego el profesional se incorporó, caminó por el consultorio e insultó a los ladrones. Esto sorprendió a Julia y a su marido pero ella no pudo evitar sentirse reflejada en esas palabras. El terapeuta, con aire enfurecido, continuó diciendo: "Le mintieron, la engañaron, se aprovecharon de sus buenas intenciones, le robaron y la golpearon sin miramientos. ¡Qué barbaridad!, tanto sufrimiento junto, toda esa bronca acumulada en su interior retorciéndole los pensamientos, tal como me pasó a mí hace algún tiempo cuando... --y relató con detalles un episodio personal en el que había sido asaltado, haciendo hincapié en su temor y odio hacia quienes lo habían agredido. "Cómo no va a sentir usted odio hacia ellos --prosiguió el terapeuta--, si no sólo le sacaron sus pertenencias y la golpearon sino que además le quitaron lo más importante de su vida, le robaron su libertad, esa libertad que usted hacía valer cada vez que salía a la calle, sola adonde y cuando quería. Me los imagino riéndose de usted, como alguna vez se rieron de mí, sintiéndose dueños de su libertad..." A esta altura Julia sintió un odio irresistible e insultó a los delincuentes. Su marido y el profesional se sumaron. "Tenemos que demostrarles que nuestra libertad no es de ellos", desafió el terapeuta. Así Julia empezó a pensar que salir a la calle era el mejor modo de resarcirse de sus "ladrones de libertad". Movida por el odio y su sed de venganza, arregló encontrarse con su terapeuta en un bar de la esquina de su casa el día siguiente. El dedicó diez minutos a levantar aún más el odio de ella. Cuando ella entró en un estado de furia, la invitó a desafiarlos hasta que sus pulsaciones subieran hasta 23 cada diez segundos. Ella debía estar atenta a su pulso y contar en voz alta para que él pudiera saber cuándo frenar el desafío. Con la atención puesta en el pulso, escuchando al terapeuta hablar y hablar sobre quién sabe qué, ella salió y comenzó a caminar. Lo hicieron por 35 minutos, pero sus pulsaciones no llegaron al límite propuesto. Al estar atenta a sus latidos y a las palabras de fondo del terapeuta, ella no pudo pensar en ellos y eso hizo que sus síntomas no aparecieran. Al día siguiente, Julia llamó a su terapeuta y le comentó que el día anterior, al llegar a su casa, había sentido un aire de victoria y que esa sensación le hizo volver a tomar coraje y salir a la calle sola: había caminado durante quince minutos tomándose las pulsaciones y burlándose de ellos. A esto siguieron dos consultas callejeras en las que el profesional se dedicó a caminar con ella, elogiando a cada paso la admirable fuerza de espíritu de su paciente. Dos años más tarde, Julia seguía sin presentar problemas. Salía a la calle sin dificultades y se seguía riendo de sus fracasados agresores. * Psicólogo.
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