Pocos los
dicen con todas las letras, pero lo político gravita cada vez más sobre el caso
Pinochet. Después que la secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright expresara
el lunes la oposición más explícita de Estados Unidos hasta el momento a la
extradición del ex dictador a España, el Departamento de Estado anunció ayer que el
gobierno va a publicar documentación referida a las violaciones a los derechos humanos
cometidas durante su dictadura. Mientras tanto, el canciller chileno José Miguel Insulza
culminó ayer en Madrid una misión difícil: tratar de persuadir a España contra la
extradición del general. En realidad, estaba operando ante una interlocutores amistosos
pero que poco pueden hacer: el diario El País citó ayer a fuentes oficiales que
admiten que nada desearía más el gobierno español que ahorrarse la celebración
de un juicio a Pinochet en España, pero, desde el primer ministro José María
Aznar para abajo, todos coincidieron en decirle lo mismo a Insulza: que ahora todo está
en manos de Jack Straw, el ministro del Interior británico, el único que puede rechazar
la extradición aprobada la semana pasada por los Lores.
Anteayer, Estados Unidos rompió su silencio oficial sobre el caso al afirmar por boca de
Albright que la posición del gobierno chileno partidario de la liberación del ex
dictador merece un significativo respeto. En Chile, los ciudadanos de un
Estado democrático están luchando con un problema muy difícil; cómo equilibrar la
necesidad de justicia con las necesidades de reconciliación. Albright aclaró que
Washington está comprometido con los principios de responsabilidad y justicia, tal
como lo demuestra nuestro fuerte respaldo al Tribunal Penal Internacional para Yugoslavia
y Ruanda. También dijo que EE.UU. también está comprometido en favor de la
democracia y el respaldo a la ley en Chile. Una ley, por supuesto, que vuelve
prácticamente imposible juzgar al octogenario senador vitalicio de 83 años. Por lo cual
la declaración de Albright, jefa de una diplomacia que hasta ahora se había limitado a
considerar el caso como una cuestión estrictamente jurídica entre Gran Bretaña, España
y Chile, podía considerarse como el comienzo de la presión norteamericana para que el
gobierno de Tony Blair devuelva la libertad a Pinochet, una presión que Londres
difícilmente podrá obviar, considerando que Gran Bretaña es el aliado europeo más
estrecho de Washington.
Las declaraciones de Albright fueron recibidas con estudiada neutralidad en Londres. Un
portavoz de 10 Downing Street dijo que no consideramos que sea inadecuado que las
personas expresen públicamente sus puntos de vista. El portavoz añadió que cree
que Albright ha hablado telefónicamente con el canciller Robin Cook sobre el tema, y que
Cook le habría explicado el proceso legal que se está desarrollando. Otro vocero, esta
vez del Foreign Office, manifestó que hemos tomado nota de la postura
expresada por Albright y agregó que es comprensible que los estadounidenses estén
haciendo lobby por el regreso de Pinochet a Chile. La decisión final va a recaer en
Straw, quien tiene hasta el día 11 para decidir sobre un dilema delicado: si falla contra
Pinochet, colocará a Londres en una inédita confrontación con Estados Unidos; si falla
a favor, el costo político para sus ambiciones dentro del laborismo será altísimo. Y no
sólo dentro del laborismo: una encuesta publicada ayer por el vespertino Evening Standard
mostró que un 51 por ciento de los británicos está a favor de extraditar a Pinochet a
España, contra un 32 por ciento que piensa que debería ser enviado a Chile y un 17 sin
opinión. De todos modos, pocos dudan que la decisión va a ser consultada con Tony Blair
y con el Foreign Office, pese a las escandalizadas desmentidas al contrario por parte de
los principales involucrados.
En este contexto, James Rubin, vocero del Departamento de Estado, anunció la publicación
de los documentos sobre la dictadura de Pinochet, pero declinó decir si el ex dictador
debería ser llevado a juicio. Dado el interés del caso, el gobierno
(estadounidense) está revisando los documentos en su poder que puedan aclarar las
violaciones de los derechoshumanos en la era de Pinochet, dijo Rubin, que no dijo
una fecha para la liberación de los documentos. Sin embargo, agregó que su país no
está listo aún para exponer su punto de vista sobre los aspectos
legales de la decisión de los Lores, que dictaminaron la semana pasada que Pinochet
no tiene inmunidad diplomática y que puede ser juzgado por crímenes de lesa humanidad.
Pero repitió la línea esbozada por su jefa anteayer, al decir que cada país debe
encontrar su propio balance entre justicia y reconciliación, sin sacrificar el principio
de rendición de cuentas, al emerger de una experiencia de autoritarismo y conflicto.
Esta ambivalencia puso de manifiesto la posición incómoda de Estados Unidos sobre la
detención de Pinochet, cuya llegada al poder en 1973 fue respaldada por Washington. Una
larga serie de documentos desclasificados por Estados Unidos confirman que tan pronto el
presidente socialista chileno Salvador Allende tomó posesión, en 1970, el presidente
Richard Nixon dio personalmente a Richard Helms, entonces jefe de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), la orden de derrocarlo mediante un golpe de estado. El derrocamiento
fue dirigido por Pinochet tres años después, en lo que fue reportado con entusiasmo por
un agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Chile como un golpe casi
perfecto.
Insulza, más optimista Me voy más optimista de lo que llegué, fue la frase con que el
canciller chileno José Miguel Insulza abandonó ayer España, luego de haber cumplido con
una agenda tan apretada como según algunos inútil, por la incapacidad del
poder político español de decidir. Me voy de España muy satisfecho, creo que ha
habido un debate importante y se han escuchado los puntos de vista de Chile, dijo
Insulza tras reunirse con el jefe del gobierno español, José María Aznar. Insulza se
entrevistó también con su equivalente español, Abel Matutes; con los ministros de
Defensa, Eduardo Serra, y de Interior, Jaime Mayor Oreja, y con jefes de la oposición
socialista. |
OPINION
¿Un debate inútil?
Por Eduardo Grüner * |
El debate
Pinochet amenaza ya con transformarse en una verdadera y kafkiana jungla de
callejones sin salida. No se trata simplemente, claro está, de la mera inclinación
emocional a favor o en contra de que un dictador sangriento y genocida sea castigado como
se merece: en ese terreno, la opción es bien sencilla (al menos para el que esto
escribe). Pero en el terreno así llamado institucional, y en el de las
relaciones internacionales, la polémica implica otras ambigüedades. Pasando por alto el
cinismo inaudito aunque no inesperado de las derechas de diverso pelaje
(incluidas algunas que cambiaron el pelo no hace mucho), que de la noche a la mañana se
improvisan en defensoras de una soberanía nacional que sistemáticamente
violentaron, con desapariciones y asesinatos incluidos, para defender sus nauseabundos
negocios económicos y que ahora se rasgan las vestiduras ante la
globalización jurídica como si ellos no fueran beneficiarios de la siniestra
ídem económica que requirió la siniestra ídem represiva (el plan Cóndor, para nombrar
algo), pasando por alto eso, digamos, queda la discusión dentro de la esfera más o
menos progre sobre el alcance jurídicamente legítimo de la
internacionalización de los derechos humanos, o sobre los peligros de la injerencia
extraterritorial de una Justicia también globalizada, que hoy puede servir
para castigar a los malos, pero mañana puede ser usada para acosar a los (discutibles,
pero en última instancia) buenos, como Fidel. Bien: permítasenos sospechar que el
debate, así planteado, es parcial, ocioso, e incluso falso, como es parcial
(ocioso/falso) todo debate jurídico-institucional que escamotee sus profundas
implicaciones políticas. A decir verdad, y aun dentro de su sencillez
enunciativa, la respuesta más realista que hemos escuchado fue la de nuestro reciente
visitante Eric Hobsbawm, cuando dijo, aproximadamente: Ustedes nunca podrían juzgar
a la señora Thatcher por haber hundido el Belgrano. O sea: se trata de
una relación de fuerzas, y allí donde hay fuerzas enfrentadas no se puede soslayar la
responsabilidad de tomar partido por una de ellas, aun a riesgo de ser injusto
con la otra. Mientras existan relaciones asimétricas de poder político, económico y
estratégico a nivel mundial, toda discusión sobre equidades jurídicas de cualquier tipo
está viciada de ingenuidad (si no de abierta hipocresía) en tanto no tome en cuenta ese
dato, así como el efecto que la prédica de los organismos de derechos humanos puede
haber tenido sobre una opinión pública léase: unos electores que un
gobierno al menos formalmente democrático como el de Gran Bretaña está forzado a
escuchar, aunque se le deba reprochar que no la escuchara (porque quizá ella no existía:
todo hay que decirlo) cuando en 1973 su Hermano Mayor norteamericano instaló a sangre
fuego en el poder a aquel mismo al que hoy se le baja el pulgar. Las especulaciones sobre
a cuáles internas (ya que la palabra está de moda esta semana) -sean del
juez Garzón con la magistratura española o de los tories con los liberals dentro del
propio gobierno inglés responde el tres a dos de los lores, son por el momento
(porque, desde luego, también ellas deberán entrar tarde o temprano en el análisis)
secundarias; por el momento se trata de aprovechar políticamente, en el mejor sentido del
término, la coyuntura. Y aún más: confiar esperanzadamente en que se repita, para
empezar, de este lado de la cordillera.
* Profesor de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). |
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