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La idea era una película que sirviese de testamento

De paso por Buenos Aires, el realizador argentino radicado en Brasil Héctor Babenco explica “Corazón iluminado”, que rodó cuando parecía condenado por el cáncer.

El guión de “Corazón...” fue escrito por Babenco y Ricardo Piglia.
“Fue como si yo hubiera sido el pecador y él el cura confesor”, dice.

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Por Máximo Eseverri

t.gif (67 bytes) “Vine aquí a defender la película, a contar por qué la hice. Sé que a muchos les parece rara, cuando no defectuosa”, confiesa Héctor Babenco. El director argentino radicado en Brasil, responsable Pixote, El beso de la mujer araña y El amor es un eterno vagabundo, concretó, en medio de un cáncer que estuvo a punto de llevarlo a la muerte, su película más personal: Corazón iluminado, que se estrena mañana aquí, tras prudente espera. A diferencia del resto de su obra, se trata de un film que lo presenta “en primera persona”, aclara en la entrevista con Página/12.
–¿Cuál era la idea inicial del film?
–La intención fue hacer un largometraje sobre la educación sentimental de un director de cine. Sí: se trata de un film “en primera persona” en el que el personaje principal soy yo. No estoy preocupado en contar un pasado, sino en recuperar cosas de él: el personaje del fotógrafo que quiere retratar el alma es una mezcla de cuatro personas que conocí, que me enseñaron mucho y quería homenajear, uno de los cuales era el poeta Witold Gombrowicz.
–Parece una idea como sacada de la historia del cine.
–El 99,99 por ciento de la película consiste en formas que encontré para contar cosas que habían pasado conmigo. Lo importante no es lo que sucedió sino cómo uno se acuerda de lo pasado. Traje al protagonista a tiempo presente y puse en el centro a un personaje ficticio (Lili), como si para contar una gran verdad uno tuviera siempre que recurrir a una mentira, a una ficción. Claro, esta es una película atípica: obedece a un código narrativo de los ‘60 al que hoy estamos desacostumbrados, termina donde el 90 por ciento de las películas de hoy comienzan y empieza por el medio. Sacamos el elemento explicador, el “pasamanos” al que están acostumbrados los espectadores.
–¿Por qué?
–Porque el que hizo la película en ese momento así lo quería y lo necesitaba. Alguien que estaba muy enfermo y creía que no iba a resistir hasta el final del trabajo. Mi destino estaba sellado. Finalmente, con un trasplante de médula ósea se pudo detener el problema. Pero entonces yo no quería agradar, quería dificultarle las cosas al espectador, que me recordaran por ésta y no por otra de mis películas. Corazón iluminado es la que mejor me representa y más habla de mí. Más que una película, es un testamento.
–¿Por qué prefirió armar una película como se hacía hace treinta años?
–Yo no prefiero nada. Sólo busqué hacer un film que me provocase el mismo placer estético que algunas películas que me marcaron como Moderato cantabile, Rocco y sus hermanos o L’avventura. Quise recuperar una forma de ver cine, homenajearla.
–¿Cómo fue trabajar con otro guionista (Ricardo Piglia) a partir de cosas tan íntimas?
–Fue como si yo hubiera sido el pecador y él el cura confesor. Trabajamos durante muchos años, con un bache en el medio de casi tres años durante el cual no pudimos reunirnos porque yo estaba demasiado enfermo para trabajar. Largamos en 1992, y en las cuatro frases que anotamos ahí ya estaba toda la película. Hubo siete guiones hasta que quedó lo que buscábamos: el resultado fue una historia de amor en la que no se dice “te amo”.
–¿Hubiera hecho la película sin haber pasado por la experiencia de tener cerca a la muerte?
–Tal vez sí, tal vez no. No sé lo que hubiera pasado en otras circunstancias. Es difícil entender que cuando hablo de mis condiciones personales eso también es ficción. Es complicado entender al otro. Niusted ni yo tenemos referencia, por ejemplo, de lo que es la muerte, y eso es lo que nos hace diferentes.
–En sus películas hay siempre un director que trata de borrar su rastro detrás de las historias que cuenta, pero en Corazón iluminado parece ocurrir lo contrario.
–Es así. Varias veces pensé en hacerla de otra manera, pero no conseguí aceptar la idea. Fue decir “esta vez el personaje no es Pixote ni Jack Nicholson, sino yo”. Fue un acto irreversible y fatal. Y a la vez un renacimiento.

 

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