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Por Martín Pérez El micrófono y el banquito al medio, el tecladista y director musical en cuestión a la izquierda del escenario y los músicos allá atrás. Cuando se trata de poner en escena el recital de un cantautor con carisma excluyente y canciones personales, es difícil innovar en las puestas, que se convierten en austeras por necesidad. Cuando se trata del maestro catalán Joan Manuel Serrat, innovar parece imposible. Desde hace unos quince años, cuando se habla de un recital suyo en la Argentina ya se sabe a priori de qué se va a tratar todo el asunto, aunque la excusa usualmente sea la presentación de los temas de los nuevos discos. Va ha haber cierta seriedad y parsimonia en el artista, sugiriendo que se sabe merecedor de la admiración de los presentes pero al tiempo deslizando que es demasiado para él. Habrá euforia femenina, y el cantante se irá con los brazos llenos de presentes al terminar su show. Habrá, también, grititos de pasión cada vez que haya un momento de silencio. Te amo, por ejemplo. O el clásico Yo también cuando entone su No hago otra cosa que pensar en ti. Y, por supuesto, una ovación de pie cada vez que decida versionar algunos de sus clásicos. Sabiendo todo esto, sin embargo, cada show de Serrat es diferente. Y sabiéndolo todo de antemano, sus admiradores concurren entusiastas, con el afán de ser tan fieles con el artista como sus canciones les son a ellos. Muchas de esas canciones para decirlo con las palabras del propio Serrat cada vez que aparecen mandan a varios a la lona, con un certero gancho al corazón. Un recital de Serrat puede ayudar a pensar que la humanidad no ha inventado aún nada mejor para detener el tiempo que una buena canción. O una triste canción. O una canción, a secas. Por eso es que esta vez, pese a tantos previsibles, y después de tantos rounds y tantos nocauts, el show con el que Serrat está presentando su disco Sombras de la China en la Argentina sorprende por sus momentos de rigurosidad antes que por la entrega. Por sus ganas de no detener el tiempo, de seguir adelante, buscando hacer correr la liebre por la cortina, como canta en el tema que lo bautiza. En esta última producción, el personaje Serrat aparece seco como pocas veces se lo ha visto, casi sin ser personaje. Sólo Serrat, como se anuncia en la portada. Serio y decidido artísticamente, parece haber tomado este retorno llevaba casi un lustro sin novedades discográficas importantes como un punto de partida hacia el resto de su carrera, no como el final de algo. Y esa sobriedad y seriedad artísticas se trasladan al show que presenta con su nuevo director musical, el tecladista Josep Mas Kitflus. El espectáculo tiene una dosis extra de puesta: una pantalla detrás de la cual se alternan números de sombras chinescas con proyecciones de imágenes aleatorias, algunas muy modernas. En sus arreglos previsibles pero dignos, clásicos pero personales al punto de llegar incluso a des-serratizar temas como Balada de otoño, Penélope y Mediterráneo Kitflus se acopla al intento estético de Serrat, que a su vez se planta en el escenario serio como nunca para cantar sus novedades. Que, conocedor del paño, mezcla con clásicos más clásicos que los que nunca se ha atrevido a tocar juntos en los últimos tiempos. El resultado de tanta seriedad y tanta condescendencia es atípico. En un comienzo produce cierta extrañeza, como si el Serrat queestuviese ahí arriba fuese al mismo tiempo más Serrat que nunca y no fuese completamente Serrat. Pero, con el correr de los temas, el show comienza a crecer. Se hace, por ejemplo, evidente la diferencia entre ambos personajes. El del Serrat atrapado en su Serrat más conocido y querible, como el que interpreta/actúa Benito, o el de Disculpe el señor, Bienaventurados o el contundente Cantares. Y el Serrat más personal y austero, que intenta plantarse frente a sus clásicos con las sombras chinescas de sus nuevos temas, austeros, precisos, pero nunca ajenos. Finalmente, ese Serrat terminará pareciéndose al mejor Serrat cuando, llegado el final del concierto, cante uno de los mejores temas de su repertorio, Esos locos bajitos, sin salir del registro austero de los nuevos. Y el concierto definitivamente se anotará entre los mejores de los últimos tiempos del catalán en Buenos Aires con ese final solitario, guitarra acústica al cuello, cantando Aquellas pequeñas cosas. Como si la hubiera compuesto recién, como si realmente en el mundo del Serrat showman, el Serrat personaje simpático y mediático, esas pequeñas cosas siguiesen teniendo el mismo valor que al comienzo, cuando era un joven soñador de pelo largo, cantando contra las dictaduras de aquí, de allá, de todas partes. Que nadie se olvide de la sombra al salir, recomendó Serrat, levemente enigmático, antes de dar las hurras al frente de su equipo. El público deliraba.
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