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Por L. M. Esta es la tierra de la oportunidad, dice con recio gesto marcial el general Bruce Willis. La oportunidad de entregarse. Y se lo dice por televisión a la comunidad árabe-estadounidense, a la que está a punto de recluir en campos de concentración para neutralizar la ola de atentados terroristas que, en Contra el enemigo, asuelan nada menos que a la capital del Occidente, Nueva York. Es curioso es sintomático cómo una película que se pretende democrática y liberal en su discurso, y que dice denunciar el peligro de que afloren viejas prácticas macartistas (como cuando durante la Segunda Guerra Mundial los residentes japoneses fueron aislados de la población estadounidense), termina finalmente avivando el fuego de la paranoia y los prejuicios raciales. Por un lado, la película pregona .-en boca de un improbable agente del FBI, encarnado por Denzel Washington a la manera de un pastor bautista-. los derechos y garantías que asegura la Constitución estadounidense a todo ciudadano, no importa su raza, credo político o religión. Y por otro prácticamente justifica la acción del general Willis cuando hace que terroristas árabes bombardeen en menos de 48 horas un ómnibus con todos sus pasajeros, un teatro de Broadway en su noche de estreno y hasta el mismísimo cuartel general del FBI en la Gran Manzana. Y eso que se salva una escuela repleta de niños ... Para mayor confusión, la película dirigida por Edward Zwick (a quien nadie en Hollywood consideraría un halcón sino más bien una paloma) se inicia con imágenes extraídas de noticieros sobre el bombardeo real de la base de Dhahran en Arabia Saudita y con una declaración televisada de Bill Clinton anunciando represalias al terrorismo musulmán. Entre esas represalias hace inferir el film está el secuestro de un líder del fundamentalismo islámico increíblemente parecido a Osama Bin Laden, a quien Clinton mismo reconoció que quiso alcanzar en sus recientes bombardeos a Afganistán y Sudán. Y como si fuera poco, por allí anda también una agente de la CIA (Annette Bening), que dice amar la cultura árabe, y muy particularmente a los hombres árabes, pero que no tiene inconvenientes en utilizarlos para desestabilizar sus propios gobiernos. ¿Cómo voy a ser antiárabe si mi mejor amigo es musulmán?, parece decir todo el tiempo la película, que se preocupa incluso por poner a un exiliado libanés entre las primeras filas del FBI. Lo que sin embargo logra Contra el enemigo es que el público estadounidense no se olvide de que quienes pusieron la bomba en el World Trade Center eran de origen musulmán, y que si quieren encontrar chivos expiatorios no tienen más que correrse a los barrios árabes de Brooklyn.
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