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Desapareció de muchas agendas
el debate sobre una práctica antigua
Por Claudio R. Boyé * Hay momentos en nuestras vidas en que creemos que nuestra capacidad de asombro ante las actitudes y conductas de nuestros congéneres, los humanos parlantes, está agotada o saturada. Sobre todo si se trata de esa especie tan obvia como es la de los políticos. Esos que se enojan cuando se habla de clase política. Cuando se los colectiviza de una forma u otra. Sin embargo existe evidencia suficiente como para reconocer que cuando se les tocan intereses corporativos --por ejemplo: la vigencia y el valor del concepto de representación política-- responden como una masa compacta, por no decir como una horda primitiva. A pesar de todo sería legítimo el uso de este último término, pues al poner en cuestión el concepto de representación estamos atacando uno de los tótems a partir del cual los políticos se agrupan sin distinción de raza, sexo, género, partido, religión, agrupación o alianza. Ahora bien, si hablamos de tótems también podemos preguntarnos por los tabúes. ¿Existen algunos a partir de los cuales ellos retrocedan como Drácula frente a la luz del Sol? Sí, sin dudas que existen. Entre otros hay uno en particular sobre el que me interesa reflexionar: el aborto. Es de conocimiento público que en los últimos ocho años el debate sobre esta práctica milenaria fue desapareciendo de la agenda política, y de la de los formadores de opinión pública. La pregunta que me hago es ¿por qué el derecho a elegir (el aborto) asusta tanto a los políticos como a las políticas? (Salvo una sola excepción.) La nota aparecida el martes 24 de noviembre en Página/12 es elocuente al respecto. Un ministro de Salud reclama una "ley clara"; el presidente de la comisión de salud de la Cámara baja del Congreso dice que "presentará un proyecto"; dos legisladoras porteñas hablan de "vacío legal" y de que "estudiarán la reglamentación de la futura ley de procreación". Así podríamos continuar con las ruinas circulares de los dichos de los políticos argentinos que, como personajes surgidos de un aguafuerte porteña, parecen suscribir, sin pudor, al "día del niño aún no nacido" propuesto por el Supremo al Santo Padre. Sin lugar a dudas el aborto funciona com un tabú citadino que garantiza los límites de lo políticamente correcto. Los políticos saben lo que todos sabemos, cómo funciona el mercado de los abortos y legrados --al cual se puede acceder oblando sumas que oscilan entre los 300 y los 3000 pesos-- a nivel privado. Quiénes son los especialistas que brindan mayores garantías (asepsia, medicamentos, instrumental, etc.), y cómo acceder a ellos. También saben que es sólo un sector de la población el que puede consumir este tipo de bienes. Que otros sectores (clases) sociales no pueden acceder y se las arreglan como pueden también lo saben, lo que ocurre es que no les importa. En mi práctica clínica como psicoanalista constato que para cada mujer enfrentada a la situación de tener que decidir si realiza o no un aborto éste ha tenido una significación particular. En general los primeros argumentos que a una analizante se le ocurren contra la idea de tener que abortar se vinculan con cuestiones morales y religiosas relacionadas con dichos de sus padres al respecto, o ideas que ella le supone a algunos de sus progenitores, o a su pareja, o alguna persona significativa. Todo esto aparece enmarcado por un sentimiento de culpa que no resulta coherente para la analizante. Posteriormente va emergiendo el miedo por el propio cuerpo, por las consecuencias que esa intervención pueda tener sobre él. La angustia aparece a través del fantasma de quedar estéril,o el de la propia muerte, ya sea por una infección posquirúrgica, o por un error en la anestesia, como en el caso de una analizante, una mujer joven y muy inteligente, que sin embargo no tenía dudas respecto a no querer llevar a término ese embarazo. En este punto es importante destacar que un embarazo está sostenido por el deseo inconsciente, y éste se vincula con lo que es el Bien para el sujeto. Aquí no podemos olvidar lo que la clínica no nos permite olvidar que, por ejemplo, un embarazo puede ser llevado a término para ofrecerle un hijo a la madre y que en este caso la idea de interrumpir la gestación, a través de una agresión al cuerpo --como lo es toda intervención quirúrgica-- es una forma de acotar un goce. Esta situación conlleva a una pérdida de goce --un plus de goce-- que le permite al sujeto posicionarse de otra manera frente a su fantasma. Por lo tanto el aborto, en este caso, está del lado de la pulsión de vida --en términos freudianos-- y no de la repetición. Esto es una muestra de las tantas paradojas que nos presentan los seres-hablantes: cómo el embarazo y el parto pueden estar en función de un goce mortífero, mientras que el tan temido aborto puede estar del lado de la renuncia a la satisfacción pulsional. Otros casos, sin ubicarse en tales extremos, nos muestran que lo que está en juego es un deseo singular de una mujer, un modo de relacionarse con su sexualidad, una manera de ser gozado el propio cuerpo. En algunos casos el Goza, que vocifera el obsceno superyó, se puede leer como: "Embarázate como tu madre", es decir "de tu padre". Estas reflexiones, originadas en diferentes historias de vida relatadas por mujeres en situación de análisis, entre otras, me permite plantear que no es posible asignarle de manera apriorística al aborto un significado universal. Es decir, para todos los sujetos. Esta universalización, esta igualación, es propia de la psicología. Disciplina generada por el discurso de la ciencia para suturar al sujeto del inconsciente que es su correlato antinómico. Esta igualación es productora de violencias discriminatorias, porque al anular la singularidad no promueve otra cosa que la agresión para diferenciarse del otro, y así "afirmarse". Si bien es verdad que el psicoanálisis es el que instaura con su discurso la posibilidad de atender lo particular del caso por caso, esto no es patrimonio exclusivo de los psicoanalistas. Vaya como ilustración el caso de los médicos. Cuando deben administrar y recetar un medicamento (léase droga) o cuando tienen que diagnosticar una enfermedad, ya sea viral o bacteriana, se atienen a la singularidad. Es válido no para todos los médicos, pero sí para algunos. La diferencia estriba en que el discurso analítico instala la escucha de la singularidad, mientras que el discurso médico no. La similitud radica en que hay médicos que sí "saben" cómo arreglárselas con el goce aunque no lo puedan anunciar teóricamente, así como hay analistas que refugiándose en sus comunidades gozan de la lengua con la que se habla de psicoanálisis y esto tiene consecuencias en la clínica, pues la singularidad, la particularidad, no pasa de ser un regodeo seudoteórico. O peor... la teoría se transforma en un dogma, con su libro sagrado y su intérprete fiel. Retomando la cuestión de un significado universal, digo que éste sólo puede ser pronunciado porque un Discurso de Amo o Censor, que se podría enunciar de la siguiente manera: "Yo sé mejor que tú qué es lo conveniente para tu Bien. Tu libertad consiste en elegir tu Amo". Entonces, ¿por qué la frase el derecho a elegir (el aborto), por parte de las mujeres, ha logrado como efecto que los políticos cierren filas y respondan con enunciados carentes de toda racionalidad, con evasivas o directamente con el silencio? Considero que las variables que intervienen abarcan un amplio espectro. Desde el costo político que significaría una decisión contraria, supuestamente, al consenso democrático. O la argumentación de que la inversión que se debiera hacer no es rentable para los cálculos costo-beneficio que impulsa la lógica de mercado. Hasta tocar los intereses de los directamente beneficiados: los profesionales, y los no profesionales que detentan la administración y el lucro de esta privatización por omisión, así como los argumentos morales y religiosos más vetustos. Sin embargo considero que la frase el derecho a elegir (el aborto) produjo un efecto de escansión en el discurso de la clase dirigente. Esta frase desnuda la verdad de la ideología neoliberal. Podemos enunciarlo de la siguiente manera: "El Estado tiene por función garantizar el libre juego de las iniciativas privadas y ningún derecho de regularlas. Ellas se autorregulan por el libre accionar del mercado...", hasta aquí un enunciado más que conocido, que podemos continuar "...pero aun así el Estado sí interviene en lo que pueda ser una decisión de sujeto". Interviene creando un "vacío legal"; suprimiendo el debate social sobre el tema; "desapareciéndolo" de la agenda política. En definitiva el derecho a elegir pone en evidencia, una vez más, cómo el discurso capitalista intenta regular cualquier decisión de sujeto capaz de producir un decir singular. Así como la regulación de los goces a través de la única libertad posible, la de consumir "libremente" los objetos-mercancías-tecnológicos. No sólo el discurso de la ciencia capitalista produce el cierre de lo inconsciente produciendo el "único síntoma social: que el individuo es un proletario, es decir, no tiene ningún discurso con que hacer lazo social", sino que también los psicoanalistas participan de este cierre del inconsciente. En definitiva, dejar hablar al sujeto y ésta es la práctica que instaura Freud, en el marco del dispositivo analítico --asociación libre, atención flotante, transferencia, interpretación, deseo del analista-- tiene efectos subversivos sobre la relación del sujeto al plus de gozar, a través de la interpretación del deseo y el atravesamiento del fantasma. Esto no es sin consecuencias para el analizante. Tampoco lo es para el analista, sobre todo cuando, operando con el deseo del analista, interviene en temas que hacen al psicoanálisis en extensión. * Psicoanalista.
Por Enrique Carpintero * El pasado 3 de octubre el psicoanalista Rubén Efrom fue avisado de que un paciente suyo estaba intentando ser detenido por un custodio del comisario retirado Etchecolatz, a causa de haberlo llamado "asesino". El Dr. Efrom intentó disuadir al policía y luego de forcejear con éste logró introducirse con el paciente en su consultorio. Pasados unos días recibe una citación judicial firmada por el juez Fasciutto con el cargo de amenazas pedido por Etchecolatz. En este momento la causa ha quedado en suspenso. Este episodio nos permite entender cómo, en la actualidad, el exceso de realidad produce monstruos. Este exceso de realidad, en nuestra historia, son 30.000 desaparecidos que llevaron a imponer la actual política económica y social. Por ello los monstruos con los que debemos trabajar en nuestros consultorios no son solamente producto de la fantasía o el delirio sino, también, de un exceso de realidad. La realidad nos desborda. Etchecolatz representa esa realidad que todavía no ha podido ser simbolizada socialmente como consecuencia de las leyes de punto final y obediencia debida. Todos los días aparecen noticias que nos sumergen en el escepticismo y la resignación. Estos tiempos del capitalismo globalizado se manifiestan en diferentes indicadores sociales: violencia urbana, violencia familiar, aumento de la cantidad de pobres y marginados, indiferencia hacia el prójimo, en definitiva el predominio de lo que Robert Castel llama un "individualismo negativo". El exceso de realidad se hace evidente en los consultorios de diferentes maneras. Por ejemplo, muchos pacientes acuden con un movicom, otros tienen, además, un radiomensaje. Si bien impongo la condición de apagarlos no puedo evitar que, en algunas oportunidades, queden prendidos o en el momento que un paciente está hablando la luz del aparato de radiomensaje se empieza a prender y apagar, entonces interrumpe su relato. Las síntomas psicosomáticos aparecen y desaparecen para volver a aparecer en el transcurso del tratamiento. El poder ha creado un imaginario social donde el pobre, el que no tiene trabajo, se siente culpable por su situación. En este sentido el miedo a ser echado del trabajo es una constante. Un paciente me relataba que se sentía un inútil porque trabajaba diez horas y no podía terminar su tarea. Al señalarle que, posiblemente, ésta requería más tiempo, me contesta que ése no es el problema ya que lo importante era terminarlo y si no lo hacía no servía. Para corroborar esa afirmación comenta: "En la empresa es un orgullo tener una úlcera ya que eso significa que el empleado se preocupa por la empresa. La úlcera es como una medalla, mi jefe hace un mes que no trabaja por una úlcera y es un ejemplo para la empresa". Podría seguir con muchas situaciones de estas características donde los pacientes hablan del padecimiento de una actualidad en la que --como dice Eduardo Galeano-- no se castiga la injusticia sino el fracaso. Esta sociedad no acepta el fracaso y si alguien fracasa es porque "algo habrá hecho". En esta perspectiva estos tiempos se manifiestan en una subjetividad donde predomina lo negativo. Con este término me refiero a patologías en las que predomina el vacío, la nada, un destino trágico del funcionamiento psíquico y el pasaje al acto. Por ello el trabajo con lo negativo es el paradigma de la práctica analítica en la actualidad. Esto nos lleva a los efectos que la pulsión de muerte tiene en las demandas de atención. En especial los efectos de lo negativo en sus diferentes modalidades sintomáticas donde se hace necesario la interpretación en acto y éste es un acto terapéutico. De esta manera el terapeuta debe estar preparado para soportar lo negativo que puede significar actuaciones en las que el paciente pone en peligro su propia vida o situaciones, como la que comenté al inicio, donde el Dr. Efrom no sólo tuvo que soportar la crisis de su paciente sino también lo negativo que proviene desde lo social, lo cual determina la implicación del terapeuta en su contratransferencia. Es decir, su perspectiva teórica y clínica, su análisis personal y su experiencia de vida. Las culturas en sus diferentes períodos históricos cambian y éstas traen modalidades sintomáticas acordes con una subjetividad que se construye en el encuentro con el otro humano en una sociedad determinada. En la actual, que ha sido construida sobre la base del "sálvese quien pueda" y donde predomina la sensación de que "nada puede ser cambiado", no debe extrañarnos el predominio de patologías narcisistas, fronterizas, caracteropatías, adicciones, suicidios, depresiones, etc. Es por ello que el psicoanálisis clásico no alcanza para responder las demandas de atención que requieren la necesidad de implementar lo que denomino nuevos dispositivos psicoanalíticos. Pero estos nuevos dispositivos en realidad son una vieja actitud freudiana de adecuar el artificio para realizar la práctica analítica en función de las posibilidades del paciente. Todo lo anterior me lleva a afirmar algunas cuestiones que, quizás por obvias, han sido olvidadas: el psicoanálisis es un tratamiento y su objetivo es curar la enfermedad de un sujeto. Es decir, el psicoanálisis cura y, en algunas ocasiones, puede ser utilizado para prevenir enfermedades. Para ello es necesario generar un espacio terapéutico donde el sujeto pueda respetar su propio tiempo para, desde allí, encontrarse con su deseo. De esta manera va a poder tolerar el exceso de realidad que vivimos, transformando la creatividad que utilizamos para sobrevivir en una creatividad al servicio de la vida. Si lo real aparece en un Etchecolatz como siniestro mensajero de la muerte a Ello debemos oponerle la pasión por la vida. Como escribió Spinoza: una razón apasionada que se plantee transformar nuestras condiciones de vida en el plano individual, familiar y social. * Psicoanalista. Director de la revista Topía. |