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Los chicos que median para que otros “no lleguen a las piñas”

Su función es buscar un acuerdo entre chicos peleados. Los mediadores escolares reciben un curso de formación y diploma. Y se toman en serio su trabajo.

Más de sesenta chicos del Comercial 19 recibieron sus diplomas.
“Muchos profes no te dejan ir a las reuniones”, se quejan.

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Por A.D.

t.gif (67 bytes) “Lo que pasa es que vos crees que la amistad pasa por cagarse a trompadas”, dijo un petiso y resolvió el conflicto. Es mediador en un colegio primario. Aunque advertido de la neutralidad que debe mantener un mediador en el acuerdo entre partes, no pudo callarse. Y su observación logró la conciliación. Como él, Fiorella Arienti tuvo que entender hace dos meses si la apuesta del jovencito que tenía enfrente “había sido cierta o en joda”. Fiorella y otros 63 estudiantes del Comercial 19 de Flores acaban de recibir sus diplomas de mediadores escolares. Fueron capacitados durante seis meses y están organizados en guardias para cubrir las necesidades que puedan demandar los estudiantes. Ellos son parte de los 170 mediadores escolares que desde hace dos años actúan en cinco colegios municipales porteños. El objetivo lo dice Carlitos Grgurevic: “Que no se llegue a las piñas”.
Terminó el acto. Fiorella respira fuerte. Bailó Soledad y recibió el diploma. Demasiado para un solo día. Cuando el año recién empezaba alguien se paró en el aula y nombró la palabra mediación. “No teníamos ni idea de qué era, pero después cuando te explicaban dije: `Ah, ¡esto era lo que yo hacía siempre!’.” El personal del Programa de Mediación porteño acaba de ponerle nombre a la rutina diaria de la jovencita con larga carrera en el centro de estudiantes. Por cuatro semanas cada comisión de tercero y cuarto año participó de la etapa introductoria donde quedaron delineadas utilidades y tareas del mediador.
“Pasaron un papel –interrumpe ahora Carlos, el quinto mediador de su división– preguntando si querías ser mediador y por qué.” Completó la ficha con respuesta afirmativa y esperó. Sabía que sólo podían ser cuatro por clase. “No se eligen, cada uno decide si quiere serlo”, dice Fiorella pero enseguida la afirmación se vuelve menos definitiva: “Bueno, un poco se elige, si hay más se vota”.
La primera mediación en la 19 fue desastrosa. Se hizo en el hueco de una escalera y los chicos la definieron así: “Fue un desastre. No había lugar y ya le habían contado la historia a la vicedirectora. Así no se puede hacer nada”. Carlos evita sutilezas: “Es como que la vicedirectora los obligó a mediar porque empezaba el programa”. Los estudiantes que aceptaron esa mediación inducida se quejaron y los encargados de resolverla también. A partir de allí intentaron solucionar el tema del espacio y los límites a la autoridad. Algo cambió, días después una profesora de Analía todavía preguntaba: “Y ... ¿qué pasó?”. Esa vez Analía juntó el ceño y frenó en seco: “No puedo contarle”.
El sorteo había destinado a Fiorella para cubrir una guardia. Por primera vez saldría del aula por dos horas como mediadora. “Ehh ... ustedes –pidió una preceptora–, hace falta una mediación.” La rubia tragó saliva, repasó mentalmente las últimas lecciones. Entró con su compañero a la sala de reuniones, designada como sede después de la escalera y se presentó. “Es rarísimo decir: mi nombre es Fiorella porque de repente somos pares, y de repente estamos ahí y es todo mucho más formal”. Fiorella explica el caso pero no identifica a los que participaron. Sabe que un mediador debe respetar la confidencialidad. De todos modos ahora se ríe: “Era un conflicto por una apuesta que no querían pagar”. Un chico apostó con otro que ganaba River, de lo contrario pagaría cinco pesos. “Y River perdió –dice Fiorella– y él no quería pagar”:
–No, yo te lo dije en joda –se defendía el acusado.
–No. Fue en serio.
La chica puso cara de poker. Escuchó, preguntó “¿por qué no le querés pagar? ¿Estás enojado?”. Lejos ahora de aquel momento, ella intenta explicar que no había contradicción, que la apuesta había existido y que “el problema era que uno hablaba de una joda y el otro no”. Su estreno fue bueno: El demandante tenía una deuda anterior de diez pesos con el demandado. “Así saldamos la cuenta.” Carlitos discute ahora sobre si es posible pensar en una mediación entre alumnos y profesores. Asegura que no y protesta contra todos, excepto las de francés y fisicoquímica. El hombre a quien hasta ahora nunca le tocó actuar como mediador se queja porque “muchos de los profes no toman en serio el trabajo y no te dejan ir a las reuniones”.
Un programa de tevé fue otro foco de pelea. Una chica de segundo año se acercó a Analía en tiempo de su guardia y pidió intervención. “Fueron un chico y una chica que eran amigos –detalla Analía–. El chico quería ver la tele y ella cambió el canal.” Estaban en el buffet de la escuela. Con bronca, él dio un golpe a la muchacha. Enterada la mediadora y “como tenemos que tener el consentimiento de las dos partes –formaliza Analía– fuimos a preguntarle al chico si quería”. Aceptada comenzó la sesión, esta vez en la biblioteca, el último lugar libre. “Quisimos que ellos pensaran cómo resolver el tema.” Analía habla del final: Ambos se pidieron disculpas. Y listo.

 

91% de casos resueltos

Son 1300 los chicos de distintos colegios porteños que fueron capacitados en mediación. Del total, 170 actúan efectivamente como mediadores. El programa implementado por la Secretaría de Gobierno porteña funciona en escuelas municipales, dos primarias y el resto medias. El 91 por ciento de los casos que fueron a mediación quedaron resueltos. “El objetivo –explica Sergio Abrevaya, a cargo del programa– es armonizar la convivencia, terminar con los prejuicios o situaciones de discriminación.”
Con dos años de historia ahora comienzan a observarse los primeros logros generados por esta instancia. Como ejemplo, Abrevaya menciona el comentario de una directora: “Desde que empezó la mediación no tengo más quejas que lleguen a la dirección”. El trabajo de organización corresponde a la escuela. Desde el gobierno porteño se proveen profesionales que capacitan y hacen el seguimiento. Pero son los chicos los que buscan un lugar donde se harán las mediaciones, sortean las guardias y difunden entre los compañeros la existencia de esta instancia.

 

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