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Por Sergio Kiernan Para algunos un genio, para otros un farsante, para la mayoría un desconocido, hace cinco años moría en California Frank Zappa, con 52 años cumplidos y casi cien CD publicados. Obsesivo, republicano, malhumorado, fumador empedernido que juraba que se alimentaba a café y nicotina, el frankmeister tiene la curiosa distinción de ser un músico de ultratumba, que sigue en las bateas con obra nueva. De los archivos de grabaciones y experimentos que dejó, sus hijos continúan editándolo siguiendo las instrucciones del maestro. No sorprende: toda la carrera de Zappa es una oposición a las dificultades, vencidas a fuerza de energía, detallismo y creatividad. El cáncer de próstata, en cierto modo, sólo le impidió seguir tocando en vivo y lo obligó a concentrarse en las miles de horas de grabaciones guardadas, que quería editar. Zappa nació en Baltimore en 1940, descendiente de inmigrantes sicilianos y griegos, con segura sangre árabe. Su padre, que trabajaba en la industria de defensa, mudó la familia a Los Angeles, una ciudad cuya geografía (nombres como San Bernardino o El Valle) iban a poblar la obra del compositor. Todavía púber, descubrió las dos influencias que lo marcarían de por vida, el rithm and blues negro y el concierto Ionización, de Edgard Varese, una mezcla rara para un chico de suburbio. Después de sus primeros pasos de smoking rojo y jopo, y de ir preso por musicalizar películas eróticas, lideró la primera formación de The Mothers of Invention. Era 1966, el nacimiento del hippismo, la explosión del rock y el comienzo del desmadre de las costumbres. También, el nacimiento de la relación amor-odio de Zappa con el rock, una música que consideraba idiota y complaciente y a la que parodió sangrientamente una y otra vez, pero que le permitió llegar a una audiencia desde el rol de experimentalista extremo. El problema era que Zappa era un perfeccionista y el casi único músico de ese ambiente que realmente sabía orquestar y componer como un director de orquesta sinfónica, el único modelo que aceptaba. Sus formaciones posteriores a Mothers cambiaban constantemente, no tenían nombre y eran el producto de un minucioso reclutamiento y entrenamiento musical. Ser un músico de Zappa implicaba no sólo tocar muy bien el instrumento propio, sino también cantar, hacer percusión y ser capaz de leer de corrido una partitura arreglada. Steve Vai, uno de sus guitarristas favoritos, cuenta que tardó años en conseguir tocar con su maestro. Todavía adolescente, le envió un demo y un pedido de trabajo. Zappa contestó amablemente que todavía te falta. Tiempo después, Vai insistió enviando una partitura que él mismo sacó de un solo de guitarra de Zappa. Enseguida recibió un pasaje a California y un contrato para trabajar como pasador de partituras. A partir de ahí comenzó mi entrenamiento, los ensayos interminables, mi educación como músico, contó Vai años después. Todavía hoy, los veteranos de la Pumpkin Records, la compañía del compositor, se definen como graduados de la Zappa School of Music. Los productos de este estilo de trabajo llenan un largo estante en la discoteca. Hay obras complejas y conceptuales, como Thing Fish, Civilization Phase III o la última que editó en vida, The Yellow Shark; parodias de géneros populares, como Broadway the Hard Way; discos que marcaron a generaciones de músicos, como Hot Rats, Apostrophe o One Size Fits All; maravillas del humor musical como Sheik Yerbouti o The Grand Wazoo. También hay rescates interesantes, como la obra de un ignoto músico barroco, Francesco Zappa, cuyos conciertos del siglo XVIII arregló para instrumentos electrónicos su homónimo contemporáneo. Y, claro, están los discos solos de guitarra, Shut up and Play Yer Guitar y Guitar, antologías de fragmentos o de temas instrumentales reunidos para demostrar que Zappa, además, fue uno de los mejores guitarristas del siglo. En la diversidad de sus 700 composiciones se distinguen los hilos conductores, las obsesiones: la estupidez ajena, el odio a la religión organizada, el humor corrosivo dirigido a hippies y políticos, lafrustración por un mundo que no paga los ensayos de orquestas ni las partituras, que quiere música frívola. Al quinto año sin Zappa, el mundo definitivamente es algo más aburrido y gris.
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