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Nuestra topografIa
del terror

Por Osvaldo Bayer desde Bonn, Alemania

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t.gif (862 bytes) “Topografía del terror” se llama la organización alemana que tiene su sede en el antiguo terreno donde se levantaban los edificios centrales de la Gestapo, de las SS y del Servicio de Seguridad, en la época de Hitler, en Berlín. Es decir toda la central del Estado policial del nazismo. Hoy se levanta allí la exposición que muestra los crímenes contra la humanidad, todo el régimen de terror que sufrió Europa desde 1933 a 1945. Y dentro de una semana se reunirán allí historiadores y sociólogos de todo el mundo para hablar de los delitos cometidos contra la humanidad en estos últimos cincuenta años, entre ellos en la Argentina y en Chile. Temas por de más actuales con el trío Pinochet, Videla y Massera. Pero hay más aún. En este diciembre de los Derechos Humanos, uno de los libros que más ha sacudido la opinión pública de estas latitudes es el publicado por la Universidad de Kansas. Se llama Facing My Lai. En él se transcriben las actas de la conferencia de la Universidad de Tulane, Louisiana. En diciembre de 1994 se dieron cita en esa universidad trescientos científicos sociales, historiadores, periodistas, oficiales y soldados de la guerra vietnamita, escritores, jueces y abogados. ¿Por qué ese encuentro? Bernd Greiner lo sintetiza así: “El debate sobre crímenes contra la humanidad es una discusión moral que debe ser llevada a cabo por la democracia, debe ser una meditación pública acerca de las actitudes colectivas. Con el protocolo de Tulane tenemos ahora un documento de la conciencia y de la reflexión. Es un texto que hace desfilar los olvidos voluntarios y perversos y da el tema para los historiadores en el futuro”.
Bernd Greiner resume en pocas líneas centenares de páginas de testimonios y documentos oficiales y privados: “El 16 de marzo de 1968, cerca de las 8 de la mañana, avanzan miembros de la Task Force Barker sobre dos caseríos costeros vietnamitas cercanos a Quang Ngai. Cuatro horas después, en My Lai 4 y My Khe 4, ya no había más vida: no vivían ya ni seres humanos ni ganado ni perros ni gatos ni gallinas”.
Ni seres humanos ni ganado ni perros ni gatos ni gallinas. Aquí el lector debería detenerse y salir a caminar o a mirar por la ventana a ver si ve aún alguna mariposa, algún colibrí. Porque ya no es posible volver atrás. Porque ahora viene la explicación de lo ocurrido, como siempre, explicar lo inexplicable. Ahora tenemos que hablar de las víctimas y de las bestias humanas de los verdugos. (De paso pensemos en Camps, en Guglielminetti, en el general Otto Paladino, en el doctor Bergés, en Etchecolatz.) Dice así: “Lo que se movía había sido exterminado en toda la línea. Los 504 habitantes, todos civiles, yacían tirados mutilados hasta lo irreconocible, en parte amontonados en las acequias, rojas de sangre. Infierno, una borrachera de pura violencia, el infierno en la tierra: palabras para poder expresar el empeño vano en encontrar una expresión idiomática para describir uno de los crímenes más espantosos en la historia de las fuerzas armadas norteamericanas”. Occidentales y cristianos.
Sigamos con apenas algunos de los detalles transcriptos en las actas del encuentro universitario de Tulane. “My Lai me conmovió hasta la médula de los huesos, expresó un participante como conclusión final porque no podía creer que jóvenes norteamericanos fueran capaces de un crimen así. Cómo ellos, apenas boy scouts, podían imitar a los nazis.” Boy scouts. “Al principio el ejército creyó que la Compañía de Charlie –como se llamaba la unidad– estaba compuesta con una selección negativa de reclutas. Pero la verdad era lo contrario. Si en algo se distinguían esos soldados era por su buena educación.” Buena educación. “Y por lo demás eran hombres normales, ciudadanos estadounidenses término medio.” “Lo más estremecedor es que numerosos oficiales no acataron las guías morales de la Convención de Ginebra; más, las despreciaban. En My Lai, diferentes comandantes observaron desde helicópteros durante horas enteras la carnicería. Y permitieron que ocurriera. Esos ejemplos hacen vislumbrar lo que se calló en el proceso contra el teniente Calley –el único condenado por el crimen– y el porqué algunos participantes de la conferencia de Tulane University consideraron que ese proceso provocó más daños que utilidad para la sociedad norteamericana.” Y explica el porqué: “Norma del éxito militar para el comando militar norteamericano fue el número de enemigos muertos. Lo que valía no era la conquista del terreno ni el valor del material capturado ni tampoco el número de los prisioneros, sino el body count. ‘Cuando están muertos, todo vietnamés es un vietcong’, esta expresión popular entre los GI prueba que la estrategia de Mc Namara y del presidente Johnson era una invitación a la acción criminal”.
Claro, los muertos de My Lai eran nada más que vietnamitas, amarillos y con los ojos oblicuos. Después los norteamericanos inspiraron y le dieron el empujón a Pinochet para derrocar a fuego y horca al gobierno democrático de Allende. Y envió consejeros militares al ejército argentino para terminar con la “subversión”. En el congreso de la Universidad de Tulane se preguntaron cómo fue posible My Lai. Se dijeron que los habitantes de My Lai estarían aún con vida si los soldados de la “Charlie Company”, sobre la base de su educación básica recibida hubiéranse negado a cumplir con las órdenes criminales. Esto nos hace razonar preguntándonos: ¿Qué ocurrió en las Fuerzas Armadas argentinas? ¿Cómo fue posible, por ejemplo, la ESMA? Porque allí ya no es My Lai donde un grupo de bestias uniformadas sale a matar todo borracho de pura violencia e impunidad. Otra cosa es el refinamiento de preparar celdas para torturar, en la forma más aviesa y cobarde, el derecho de someter como si el prisionero fuese un gusano, de violar a la mujer prisionera. ¿Qué cabeza concibió todo eso? ¿Sólo el almirante Massera que hoy dice que no vio nada y sólo avistó a un prisionero “al pasar”? ¿Pero dónde se formaron ese capitán Pernías torturador, con una cruz de madera en el pecho, y ese Astiz, soplón de madres desesperadas? ¿En la Escuela de Guerra Naval? Pero es más: ¿Dónde estuvieron en esos siete años del horror los capellanes de las Fuerzas Armadas? ¿Qué hicieron? ¿Alguna vez la Iglesia les preguntó algo?
Todos esos temas tendrían que haberse tratado y discutido ya en enero-diciembre de 1983, cuando los militares se fueron derrotados moral y materialmente. Esa pregunta era vital para la democracia: ¿por qué tanto asesino y torturador en el ejército, la marina de guerra, la aeronáutica, la Policía Federal, la Policía Bonaerense? ¿De qué escuela habían salido los Menéndez, Gorleri y Durán Sáenz? ¿Los Vildoza, Acosta y Chamorro?, ¿Los Agosti y Etchecolatz? ¿Vinieron por generación espontánea o fueron formados en sus institutos? Estas preguntas fundamentales para la democracia tenían que haberlas hecho los gobernantes de 1984, pero todo se arregló con palmaditas radicales y sonrisas comiteriles en asados públicos, obediencia debida y punto final, somos todos argentinos, son todos buenos muchachos. Y todo siguió con el sol del día menemista con los indultos a los asesinos máximos.
Pero todavía no está dicha la última palabra. A ésta la tienen los luchadores en la calle de los derechos humanos. El mundo entero ha pronunciado la palabra asesino para llamar a ese tirano barato disfrazado de general llamado Pinochet y de los tembleques Videla y Massera.
A raíz de las investigaciones realizadas en el encuentro de la universidad de Tulane, en marzo de este año, el piloto Hugh Thompson y la tripulación de su helicóptero recibieron la más alta condecoración del ejército norteamericano. Ellos, por iniciativa propia, descendieron en My Lai y a punta de fusil ordenaron a los soldados merodeadores parar con el crimen. En cambio, en la Argentina, el gobierno de Alfonsín confirmó la baja del coronel Cesio que había acompañado a las Madres de Plaza de Mayo para protestar por los crímenes de sus colegas de uniforme. Y Menem miró para otro lado cuando le pidieron corregir la inmoral resolución de su predecesor.
Ojalá que nuestras universidades tomen el ejemplo de la casa de estudios norteamericana de Tulane, y con sus docentes e investigadores dé, por fin, con la verdad total del método de la desaparición de personas. Ojalá la reunión final de todas las universidades se haga en la ESMA, nuestra topografía del terror.

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