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Por Mónica Flores Correa desde Nueva York Para el biólogo y especialista en paleontología Guillermo Rougier, ser tapa con sus trabajos en revistas de ciencia de primerísimo nivel se está volviendo casi una costumbre. En el último número de la revista Nature, este argentino de 34 años ocupó la primera plana con el relato del descubrimiento de fósiles de un ancestro de los marsupiales, el Deltatheridium, en el desierto de Mongolia. Pero anteriormente, en marzo de 1995, Rougier ya había hecho su debut como el primer argentino que publicaba una nota de tapa en la revista Science, en esa oportunidad con un paper sobre fósiles de tortugas hallados en La Rioja. El enorme logro de ser front page de tan prestigiosas publicaciones no lo aturde, sin embargo. Algunos de mis trabajos son tapas y otros no, comenta con sencillez. Académico desde hace tres meses de la Universidad de Louisville en Kentucky, donde enseña anatomía, Rougier hizo una beca de posgrado en el museo americano de historia natural de Nueva York. Allí participó de las expediciones anuales que, en colaboración con la Academia de Ciencias de Mongolia, esa institución ha venido realizando a la localidad de Ukhaa Tolgod (Colinas Marrones) en el desierto del Gobi. El objetivo de estas expediciones, integradas por unos veinticinco paleontólogos y geólogos, es recolectar todo tipo de fósiles en un área particularmente rica para este tipo de búsquedas. Especializado en mamíferos primitivos, la atención de Rougier en los viajes al desierto se centró en encontrar fósiles de especies pertenecientes a este grupo zoológico. Y lo que halló, como novedad, fueron restos casi completos del Deltatheridium, un marsupial primitivo que vivió al mismo tiempo que los grandes dinosaurios. Son mamíferos muy antiguos, de más de ochenta millones de años, dijo el paleontólogo a Página/12. Para dar una idea de la antigüedad de los fósiles, Rougier explicó que en las misma capas donde encontramos este mamífero, también había restos del Velocirraptor, el malvado de (la película) Jurassic Park. Y señaló también que resulta interesante comprobar que el Deltatheridium dejó descendencia pese a que eran animales pequeñitos, muy frágiles. En cambio, los dinosaurios, que por su tamaño parecían bastante más prometedores para perpetuarse, dejaron poca o ninguna descendencia. Los marsupiales, que incluyen los canguros, los koalas y las comadrejas, son uno de los tres grupos en los que se dividen los mamíferos. Los otros dos son los placentarios, entre los que se incluyen los seres humanos, y los monotremas, de los cuales sólo quedan el ornitorrinco y otro animal pariente en Australia. El hallazgo de los restos prácticamente completos del Deltatheridium permite trazar la historia evolutiva de los marsupiales, tema anteriormente sujeto a debate, porque sólo se habían encontrado fósiles muy fragmentados que no posibilitaban una reconstrucción acabada de la historia de este grupo. La importancia de este hallazgo y esto es lo que se ha destacado en la nota de Nature, también firmada por John Wible del museo de historia natural de Pittsburgh y Michael Novaceck, curador del departamento de paleontología de vertebrados del Museo de Nueva York es que al haber encontrado restos muy bien conservados de este animal, hemos podido observar el interior del cráneo, la estructura de la mandíbula, los dientes. Esta información nueva nos permitió reconstruir el árbol filogenético para todos los grupos mayores de marsupiales y sus ancestros fósiles. Es la primera vez que se puede hacer un gran cuadro evolutivo del linaje de los marsupiales, dijo Rougier. El estudio del contemporáneo de los dinosaurios y del árbol genealógico también posibilitó comprender que ninguno de los marsupiales vivientes actuales tienen fósiles que puedan rastrearse en la época de los dinosaurios. Los marsupiales vivientes son especies más modernas, señaló el paleontólogo. Desde ya, para alguien que desde los siete u ocho años dijo que iba a ser paleontólogo, el hallazgo de este fósil crucial representa una satisfacción significativa. Es la recompensa a la fidelidad a un viejo amor. En un momento de mi adolescencia, cuando tenía catorce años, pensé que la paleontología no era mi destino. Pero a los 16 años fui al Museo de Historia Natural en Parque Centenario con unos huesos que unos parientes me habían traído de Entre Ríos. Visité la sección de paleontología, charlé con los científicos que estaban allí y desde ese momento quedé enamorado para siempre, recuerda Rougier, quien sin perder tiempo se convirtió en voluntario del museo en el tiempito que me quedaba libre.
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