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Por Pedro Lipcovich desde el Centro Espacial Kennedy Bocinazo y un "¡Salame, cerrá el baúl que se te va a caer el satélite!", podría advertirle un colega al conductor del taxi espacial "Endeavour", pero Robert Cabana contestaría que la bodega de la nave --donde hay dos satélites, uno de ellos el argentino SAC-A, y un módulo de la futura estación espacial-- tiene que permanecer abierta porque funciona como radiador del calor producido por la nave. Luego de la angustiosa postergación del miércoles, el trasbordador fue lanzado ayer con absoluta puntualidad. El martes empezarán a unirse en órbita los primeros pedazos del enorme rompecabezas que será la Estación Espacial Internacional, y el domingo 13 eyectarán el satélite argentino. Lo más impresionante fue haberle cambiado el color al cielo. A las 3.36 de ayer, los gases de escape del "Endeavour" borraban la noche sobre Cabo Cañaveral y pintaban todo el cielo de un color rojizo malva, como en un artificio teatral casi siniestro. Al mismo tiempo, la nave se encendía en amarillo brillantísimo hasta dañar la vista y despegaba vertical, súbita ---aquí la comparación es fácil-- como una cañita voladora gigante. A sus pies dejaba un humo pesado, parecido al hongo nuclear. De hecho, el vehículo es un enorme artefacto explosivo bajo control: si estallara, lo haría con una potencia de 20 kilotones, apenas inferior a la bomba que destruyó Hiroshima. La llamarada amarilla provenía de los dos grandes cohetes que, al costado de la nave, le permiten despegar. Se mueven con combustible sólido: en realidad una masa gelatinosa explosiva, de aluminio y otros metales. En su primer minuto de vuelo, el "Endeavour" quemó un millón de kilos de combustible. Entretanto, el aire y el suelo sufrían el repiqueteo atronador de las ondas de choque de la nave, en su velocidad superior a la del sonido. Para que el rebote de estas ondas no afectara la propia estructura de la nave, en los momentos previos al despegue se habían vertido 3.200.000 litros de agua sobre la plataforma de lanzamiento. Al minuto de su lanzamiento, el "Endeavour" estaba a 60 kilómetros de altura, seis veces más que la máxima altitud alcanzada por un avión comercial, y se lo veía como la estrella más brillante: su luz se había tornado blanca porque ya estaba quemando hidrógeno y oxígeno líquidos, combustibles de su enorme tanque auxiliar --es mayor que la nave misma, pegada a él por la panza--. A los 64 segundos, se desprendieron los tanques laterales, que serían recuperados en el mar. La nave era una estrella cada vez más pequeña, oblicua, sobre el Atlántico. A los 4.17 minutos ya le hubiera sido imposible volver al Centro Kennedy en caso de emergencia: hubiera debido aterrizar en Zaragoza, España. Pero no hubo emergencia. A los 7.25 minutos del lanzamiento, la estrella desapareció entre las nubes, cerca del horizonte. El humo se disipaba lentamente sobre el lugar de lanzamiento. El espectáculo había finalizado. La nave adquiría su velocidad final de 7 kilómetros por segundo. Los puntos críticos, ahora, eran dos: alcanzar la altura de órbita, a 380 kilómetros, y abrir satisfactoriamente la puerta de la bodega, que se utiliza como radiador del calor producido en la nave: si no pudiera abrirse, la tripulación se achicharraría en la zona iluminada de la Tierra --más de 100 grados centígrados fuera de la atmósfera-- o se congelaría en la noche terrestre: 100 grados bajo cero. Habían pasado 26 minutos y 14 segundos del lanzamiento cuando, en las pantallas de televisión, se vio que el personal de la sala de control estallaba en aplausos: la nave estaba ya segura en su órbita, y el control de la misión pasaba al Centro Espacial de Houston. El próximo lunes, el "Endeavour" finalizará las maniobras de acercamiento al módulo Zaria, que los rusos lanzaron a la misma órbita hace dos semanas. El martes, los astronautas efectuarán la primera de las tres caminatas espaciales para unir ese módulo con el Unity, inaugurando la construcción de la Estación Espacial Internacional.
DUDAS SOBRE EL FUTURO DEL PLAN ESPACIAL LOCAL Por P.L. Pocos minutos después de que el "Endeavour", llevando en sus bodegas el satélite argentino SAC-A, entró en órbita, se encendió un debate sobre el futuro del plan espacial argentino. Para el representante de la NASA en el programa SAC, "la conducción de la Conae (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) piensa que la NASA se comprometió a seguir lanzando satélites argentinos en vez de competir para lograrlo, pero se equivoca". La Conae responde que, de no renovarse los acuerdos con la NASA, prevé contratar cohetes lanzadores con otros países. La pregunta de fondo es si el programa espacial argentino, en ascenso, entrará en órbita estable. "Si no hay beneficios para Estados Unidos, la NASA no le regala nada a nadie", destacó para Página/12 el argentino Mario Acuña, director científico del programa SAC-A y SAC-B por parte de la NASA (otro director representa a la Conae). El objetivo central del SAC-A es poner a prueba los sistemas del SAC-C, que cumplirá funciones de información sobre recursos naturales, pesqueros y medio ambiente. "El SAC-C incluirá instrumental de la NASA para medir el campo magnético terrestre: esto le conviene y por eso se hace cargo de la mitad del lanzamiento. Pero Conrado Barotto (presidente de la Conae) parece suponer que la NASA está comprometida a seguir lanzando satélites argentinos", sostuvo Acuña. Según Acuña, para lograr esos acuerdos la Conae debería presentarse a "`llamados de oportunidad', que son como llamados a licitación para misiones de tecnología avanzada". Pero la conducción de la Conae "no quiere competir --sostiene Acuña-- y tiene dificultad para diferenciar entre la función política y la función de la NASA, al servicio de los norteamericanos que pagan sus impuestos". "La Conae tampoco busca lanzadores de otros países para independizarse de la política de Estados Unidos. Sí lo hizo la provincia de Córdoba, que pagó a los rusos por el lanzamiento de un satélite", refiere Acuña. Ana María Hernández, gerente de relaciones institucionales de la Conae, dijo a este diario que "el Plan Espacial no establece una cantidad de satélites sino los necesarios para proveer la información que requieran los usuarios del país: prevemos poner en órbita satélites sólo cuando los que ya existen, comerciales o científicos, no proveen esa información. Tenemos varios proyectos: uno en colaboración con Brasil, el Sabia (Satélite Argentino Brasileño de Información en Agua, Alimentación y Ambiente); otro con España. Los sistemas lanzadores todavía no están definidos y podrán provenir de distintos países. En los presupuestos se incluye el lanzador: es claro que, si concretamos proyectos de colaboración como el de los SAC-A y C, los costos bajarán".
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