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“OFELIA O LA PUREZA” EN EL TEATRO CERVANTES
Una joven anoréxica

Utilizando el truco de reescribir la historia de un personaje menor de “Hamlet”, el chileno   Marco A. de la Parra logra una obra admirable.

Ofelia es aquí una muchacha anoréxica internada en una clínica.
El director Jorge Hacker propone repentinos cambios de estilo.

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Por Hilda Cabrera

cua.gif (14485 bytes)t.gif (67 bytes) Como si el dilema del Hamlet de Shakespeare consistiera en encontrarle nuevas vetas a la obra y reconstruir de manera diferente la tragedia, el chileno Marco Antonio de la Parra –dramaturgo, psiquiatra, autor de cuentos, novelas y ensayos– propone armar un nuevo puzzle, partiendo del personaje de la suicida Ofelia, hija del chambelán Polonio, asesinado por Hamlet en una malhadada situación. De la Parra toma como eje a la insondable Ofelia, manteniendo su misterio, pero prefiere verla como a una muchacha de hoy, disconforme de su entorno y hasta de su naturaleza. De ahí su anorexia y su rebeldía. Sucede que para esta adolescente desesperada no parece haber posibilidad de elección. La acción transcurre entre el castillo de Elsinor y una clínica psiquiátrica para ricos, que Ofelia recorre alucinada, desvariando con historias de asesinatos y catástrofes.
La obra describe una agonía, pero de modo sui generis. Se trata de una pieza ambigua, en parte por la yuxtaposición de escenas serias y otras de humor siniestro. Y porque la acción progresa como en los sueños, imprevisible, sin reconocer límites de espacio y tiempo. El autor de La obscenidad de cada día, La tierra insomne y Carta abierta a Pinochet, entre otras piezas, pone aquí el acento en una joven de carácter complejo, hipersensible y siempre al borde del delirio. En este punto la actitud de Ofelia no es equivalente a la del Hamlet que en el drama de Shakespeare simula estar loco para ahuyentar cualquier sospecha sobre el encargo que pesa sobre él: vengar la muerte de su padre, rey de Dinamarca, que ha sido asesinado por su hermano Claudio para apropiarse del trono y tomar como esposa a la reina Gertrudis. Esta Ofelia (que es, como los demás personajes, producto de una traslación: el usurpador Claudio es aquí el director de la clínica) parte de una abismal orfandad, incompatible con el disimulo.
“Cree que somos los reyes de un país nórdico”, dicen con sorna los metamorfoseados Claudio y su amante Gertrudis (aquí madre de un joven y dubitativo Hamlet, estudiante de medicina) aludiendo a las divagaciones de la muchacha que se siente lastimada por el entorno, justamente en la etapa en que despierta a la sexualidad y no finge su desconcierto. La frase revela aquello que los personajes intuyen. Ellos están metidos en una obra que no conocen (al menos eso aparentan) y que probablemente sólo esté en la cabeza de Ofelia. Este estar y no estar exige un doble juego de parte de los actores, un rescate y también un rápido corte de lazos con sus papeles, que el elenco de esta puesta montada en la pequeña sala Orestes Caviglia no siempre logra. Se destacan de todas formas los trabajos de la talentosa Ana Yovino, en el rol de Ofelia; de Felisa Yeni (una inquietante madre muerta) y del versátil Antonio Ugo, como Polonio. El director Jorge Hacker opuso una escenografía de paneles blancos a un drama oscuro, en el que la pregunta del sepulturero de Hamlet –cuánto tiempo yace un hombre bajo tierra sin corromperse– resulta apropiado hacérsela a los todavía vivos. Hacker propone un clima festivo para subrayar la desaprensión y el cinismo de la familia de Ofelia, con su devastador efecto. Esa atmósfera acentúa los quiebres derivados de los repentinos cambios de estilo que De la Parra imprimió a su obra, y que, además de constituir un desafío para los intérpretes, les ponen distancia a los conflictos personales, sean éstos los de Ofelia, obsesionada por la necesidad de pureza, o los del melancólico Hamlet, que en el drama isabelino llega a tratar a la adolescente de carrion flesh, carroña, que en la época equivalía a prostituta.

 

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