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Por Cecilia Hopkins Recientemente invitado a participar del próximo Festival de Teatro de Berlín, el espectáculo Dens in dente, obra de la directora Mariana Obersztern, tuvo su origen en el Centro de Experimentación Teatral de la UBA, que dirige Viviana Tellas. Allí se desarrolla desde hace dos años el Proyecto Museos, una propuesta destinada a la creación de espectáculos teatrales a partir de la observación y exploración de un museo determinado. La idea fue el germen de espectáculos valiosos, como lo fue Museo soporte, estrenado por Pompeyo Audivert dos años atrás en base a material del Museo de Historia Nacional. En este caso, el objeto de estudio fueron las vitrinas del museo de la Facultad de Odontología. Para cumplir con los requisitos de intimidad que pide el espectáculo, la platea de la sala principal del Rojas fue trasladada al escenario. De esta manera, Dens in dente transcurre a escasos metro y medio de la primera fila de espectadores, en torno de la extrañante imagen fija que da comienzo al espectáculo. Con los pies dentro de cubetas llenas de agua azulada, dos mujeres se yerguen en medio de una multitud de objetos que, anudados a hilos transparentes, componen las paredes virtuales que las encierran. El muestrario está compuesto de pinzas, jeringas, moldes dentarios, un eyector de saliva más toda otra clase de objetos salidos de un antiguo consultorio dental. Estructurada en breves escenas separadas por apagones, Dens in dente describe el vínculo hermético y obsesivo que une a una madre con su hija, una relación que adopta la clásica fórmula del dominador y el sojuzgado. Sólo que aquí, toda imagen de represión y sometimiento gira en torno del mundo del quehacer odontológico. La directora Mariana Obersztern ha cuidado la temperatura de cada una de las microescenas que María Inés Aldaburu y María Inés Sancerni (madre e hija, respectivamente) desarrollan con eficacia. Sus personajes empeñan su tiempo en actividades acordes con su entorno enfermizo: el absurdo resultante de sus insólitos comportamientos señala con insistencia otra realidad, no menos inquietante. En medio de incómodos silencios, ambas mujeres clasifican fundas dentales o recuerdan sus obligaciones profilácticas como si recitaran un catecismo aprendido a sangre y fuego. Y cuando llega el momento de entregarse a la revisión odontológica de rutina, aflora el sentimiento que define a cada una, actuando complementariamente. Ahí conviven la crueldad y la angustia voluptuosa del martirio, como el que sufrió Santa Apolonia, un relato que la madre detalla con tono ejemplar y léxico altisonante.
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