EL TEMA |
Por Martín Granovsky |
Cómo es para ellos, qué esperan de él, qué le ven
¿Por qué gana De la Rúa? Sin duda no es un producto de marketing. De la Rúa es como es cuando la palabra marketing casi no existía. Y aun si De la Rúa fuera un producto de la publicidad política, cosa que está lejos de ser, habría que preguntarse por qué la Argentina da cuotas cada vez mayores de poder y credibilidad a un político sin cafeína, cauto, prudente, moderado, educado y poco pasional que rehúye la guerra de declaraciones y ensaya un mensaje institucionalista con promesas de mejora social. En 1973 la sociedad buscó el cambio y la reparación histórica del peronismo proscripto. Ganó Héctor Cámpora con la sombra de Juan Perón detrás. En 1983, la democracia. Ni Italo Luder ni antes, en la interna, Fernando de la Rúa, marcaron una esperanza de que la herencia del gobierno militar quedaría superada. Triunfó Raúl Alfonsín. En 1987 quedó impuesto lo que el peronismo renovador llamaba "cultura del trabajo" y el castigo al doble discurso de Alfonsín en Semana Santa. Ganó Antonio Cafiero. En 1989 fue el turno de la superación de la híper por la revolución productiva. Eduardo Angeloz simbolizó a su pesar el desastre económico del último Alfonsín. Ganó Carlos Menem. En 1991 ganó la continuidad de una política anti-híper que cambió la revolución productiva por la estabilidad. Menem legitimó por elecciones su vía ortodoxa de victoria sobre la hiperinflación.
En 1995 el voto premió otra vez la continuidad del peso convertible, los créditos para consumo y el malo conocido. Menem ganó la presidencia, pero ya otra fórmula --José Octavio Bordón-Chacho Alvarez-- consiguió cinco millones de votos para una propuesta que se proponía combatir la corrupción, garantizar la independencia de la Justicia y revivir la "cultura del trabajo" bajando el índice de desempleo. ¿Y ahora, o sea en 1999? "Se produjo una saturación del menemismo", dice la consultora Analía del Franco, de Analogías. "Después de un tiempo de pasión, la gente pide tranquilidad, un futuro previsible y, por supuesto, mejor", interpreta, y afirma que De la Rúa sintoniza "con la mejor parte de la globalización, la que promete modernidad y una mejora de las condiciones sociales", que son dos grandes exigencias del electorado. Hugo Haime prefiere expresarlo de otra manera. "La sociedad argentina va hacia la búsqueda de un cambio con tranquilidad", dice. "Muchos vivieron un proceso de cambios estructurales muy fuertes y en lo personal algunos quedaron muy heridos. Por eso la lógica es que la gente quiera firmar lo que está bien hecho y buscar un proceso de mayor equidad social e institucional. El deseo es más trabajo, menos corrupción, justicia." Según Haime, para esa realidad De la Rúa tiene la imagen del "dirigente ético (aunque plantado en la política, y no fuera de ella), con capacidad de gobierno y capaz de dar seguridad sobre el futuro: la inseguridad es una preocupación de la gente, y las encuestas revelan que la sensación de inseguridad no se limita a los robos sino al futuro". Otro consultor, Eduardo Fidanza, de Catterberg y Asociados, define así al electorado: "Quiere límites para la confrontación, más trabajo, progresar socialmente y retener la estabilidad económica". Y caracteriza los tiempos actuales de este modo: "Es una época de desencanto, sobre todo de la política". El desencanto parece una forma supersintética de explicar, poniendo el énfasis del lado de la sociedad, que el grado de politización es bajo, que es escaso el interés por la política y que los ciudadanos buscan un gobierno en el que puedan delegar sus expectativas manteniendo al mismo tiempo un grado muy tenue de participación activa. "De la Rúa tiene una personalidad que cae bien y tranquiliza y una imagen seria, del político que exhala sentido del deber", dice Fidanza. Y apunta en De la Rúa "hasta cierto perfil de político agobiado por el deber, cosa que cae muy bien entre votantes que ahora buscan un marco más institucional para la política y el ejercicio del gobierno". ¿De la Rúa es buen candidato para todos? Del Franco explica que los sectores bajos, pero no marginales, ven en él a un centrista popular, apto para diseñar políticas públicas que los puedan contener. Opina que los sectores medios le prestan atención a la tercera vía, o al nuevo camino en palabras de De la Rúa, y que en concreto significa esto: "Que también me puede ayudar a mí". Y los altos perciben que De la Rúa no profundizará el ajuste pero tampoco "va a descolgarse con nada raro". En tono técnico, Haime dice que De la Rúa "no segmenta", que tiene una imagen pareja para todos los sectores. "Disfruta de un alto nivel de popularidad si se lo discrimina por sexo, por edad, por nivel de instrucción y por voto en las últimas elecciones. No genera odios, ni enconos ni rechazos afectivos. Los que votan habitualmente al PJ dicen de él lo mismo que el resto." Fidanza aporta un dato. Según sus estudios, De la Rúa captó más que Graciela Fernández Meijide el voto de los sectores más bajos en las internas del último domingo. Esta es, en un esquema muy rápido, la percepción social sobre el candidato que tiene más chances de derrotar al peronismo en 1999, cuando las elecciones presidenciales coincidan con los diez años de la caída del Muro de Berlín (y el derrumbe del conflicto ideológico Este-Oeste), los diez años de la gran hiperinflación (que quizás sea un recuerdo lejano) y la década, también, del comienzo de la Era Menem, un tiempo marcado por el orden con estabilidad y sin controles institucionales. Al entronizar a De la Rúa como candidato de la primera alternativa política al menemismo desde 1989, la sociedad no abandonó su aspiración de orden (un valor de derecha) pero quiere, en todo sentido, más justicia (un valor de izquierda). La Alianza ya definió su candidato, e incluso su fórmula y la figura de quien buscará la victoria en el principal distrito electoral del país. Ese perfil, más la sintonía con la sociedad, es un buen comienzo si los radicales no buscan convertir a la Alianza sólo en un invento publicitario que haga más digerible la sigla UCR ni los frepasistas entienden la necesaria tensión interna como una enemistad testimonial con De la Rúa.
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