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EL TEMA

Por Martín Granovsky


EL CANDIDATO MIRADO DESDE LOS VOTANTES

Cómo es para ellos, qué esperan de él, qué le ven

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t.gif (67 bytes)  Candidato en el '73. Candidato en el '83. Candidato en el '89. Candidato en el '91. Candidato en el '95. Candidato en el '96. Candidato (o precandidato) en el '98. Candidato en el '99. De ocho candidaturas puestas en juego hasta el momento, Fernando de la Rúa ganó siete, una marca que lo acerca a políticos exitosos como Carlos Menem y a quien pinta como su competidor en las presidenciales, Eduardo Duhalde. Pero al revés de Menem, y quizás como Duhalde, no despierta grandes pasiones, ni es carismático. Tampoco, por cierto, sufre al no serlo. Como si eso conviniera a su profesión de candidato, un oficio que definen los políticos y para el que confiere grado (o no) la gente.

¿Por qué gana De la Rúa? Sin duda no es un producto de marketing. De la Rúa es como es cuando la palabra marketing casi no existía. Y aun si De la Rúa fuera un producto de la publicidad política, cosa que está lejos de ser, habría que preguntarse por qué la Argentina da cuotas cada vez mayores de poder y credibilidad a un político sin cafeína, cauto, prudente, moderado, educado y poco pasional que rehúye la guerra de declaraciones y ensaya un mensaje institucionalista con promesas de mejora social.

En 1973 la sociedad buscó el cambio y la reparación histórica del peronismo proscripto. Ganó Héctor Cámpora con la sombra de Juan Perón detrás.

En 1983, la democracia. Ni Italo Luder ni antes, en la interna, Fernando de la Rúa, marcaron una esperanza de que la herencia del gobierno militar quedaría superada. Triunfó Raúl Alfonsín.

En 1987 quedó impuesto lo que el peronismo renovador llamaba "cultura del trabajo" y el castigo al doble discurso de Alfonsín en Semana Santa. Ganó Antonio Cafiero.

En 1989 fue el turno de la superación de la híper por la revolución productiva. Eduardo Angeloz simbolizó a su pesar el desastre económico del último Alfonsín. Ganó Carlos Menem.

En 1991 ganó la continuidad de una política anti-híper que cambió la revolución productiva por la estabilidad. Menem legitimó por elecciones su vía ortodoxa de victoria sobre la hiperinflación.

 

En 1995 el voto premió otra vez la continuidad del peso convertible, los créditos para consumo y el malo conocido. Menem ganó la presidencia, pero ya otra fórmula --José Octavio Bordón-Chacho Alvarez-- consiguió cinco millones de votos para una propuesta que se proponía combatir la corrupción, garantizar la independencia de la Justicia y revivir la "cultura del trabajo" bajando el índice de desempleo.

¿Y ahora, o sea en 1999?

"Se produjo una saturación del menemismo", dice la consultora Analía del Franco, de Analogías. "Después de un tiempo de pasión, la gente pide tranquilidad, un futuro previsible y, por supuesto, mejor", interpreta, y afirma que De la Rúa sintoniza "con la mejor parte de la globalización, la que promete modernidad y una mejora de las condiciones sociales", que son dos grandes exigencias del electorado.

Hugo Haime prefiere expresarlo de otra manera. "La sociedad argentina va hacia la búsqueda de un cambio con tranquilidad", dice. "Muchos vivieron un proceso de cambios estructurales muy fuertes y en lo personal algunos quedaron muy heridos. Por eso la lógica es que la gente quiera firmar lo que está bien hecho y buscar un proceso de mayor equidad social e institucional. El deseo es más trabajo, menos corrupción, justicia." Según Haime, para esa realidad De la Rúa tiene la imagen del "dirigente ético (aunque plantado en la política, y no fuera de ella), con capacidad de gobierno y capaz de dar seguridad sobre el futuro: la inseguridad es una preocupación de la gente, y las encuestas revelan que la sensación de inseguridad no se limita a los robos sino al futuro".

Otro consultor, Eduardo Fidanza, de Catterberg y Asociados, define así al electorado: "Quiere límites para la confrontación, más trabajo, progresar socialmente y retener la estabilidad económica". Y caracteriza los tiempos actuales de este modo: "Es una época de desencanto, sobre todo de la política".

El desencanto parece una forma supersintética de explicar, poniendo el énfasis del lado de la sociedad, que el grado de politización es bajo, que es escaso el interés por la política y que los ciudadanos buscan un gobierno en el que puedan delegar sus expectativas manteniendo al mismo tiempo un grado muy tenue de participación activa.

"De la Rúa tiene una personalidad que cae bien y tranquiliza y una imagen seria, del político que exhala sentido del deber", dice Fidanza. Y apunta en De la Rúa "hasta cierto perfil de político agobiado por el deber, cosa que cae muy bien entre votantes que ahora buscan un marco más institucional para la política y el ejercicio del gobierno".

¿De la Rúa es buen candidato para todos?

Del Franco explica que los sectores bajos, pero no marginales, ven en él a un centrista popular, apto para diseñar políticas públicas que los puedan contener. Opina que los sectores medios le prestan atención a la tercera vía, o al nuevo camino en palabras de De la Rúa, y que en concreto significa esto: "Que también me puede ayudar a mí". Y los altos perciben que De la Rúa no profundizará el ajuste pero tampoco "va a descolgarse con nada raro".

En tono técnico, Haime dice que De la Rúa "no segmenta", que tiene una imagen pareja para todos los sectores. "Disfruta de un alto nivel de popularidad si se lo discrimina por sexo, por edad, por nivel de instrucción y por voto en las últimas elecciones. No genera odios, ni enconos ni rechazos afectivos. Los que votan habitualmente al PJ dicen de él lo mismo que el resto."

Fidanza aporta un dato. Según sus estudios, De la Rúa captó más que Graciela Fernández Meijide el voto de los sectores más bajos en las internas del último domingo.

Esta es, en un esquema muy rápido, la percepción social sobre el candidato que tiene más chances de derrotar al peronismo en 1999, cuando las elecciones presidenciales coincidan con los diez años de la caída del Muro de Berlín (y el derrumbe del conflicto ideológico Este-Oeste), los diez años de la gran hiperinflación (que quizás sea un recuerdo lejano) y la década, también, del comienzo de la Era Menem, un tiempo marcado por el orden con estabilidad y sin controles institucionales.

Al entronizar a De la Rúa como candidato de la primera alternativa política al menemismo desde 1989, la sociedad no abandonó su aspiración de orden (un valor de derecha) pero quiere, en todo sentido, más justicia (un valor de izquierda). La Alianza ya definió su candidato, e incluso su fórmula y la figura de quien buscará la victoria en el principal distrito electoral del país. Ese perfil, más la sintonía con la sociedad, es un buen comienzo si los radicales no buscan convertir a la Alianza sólo en un invento publicitario que haga más digerible la sigla UCR ni los frepasistas entienden la necesaria tensión interna como una enemistad testimonial con De la Rúa.

 


LA TENDENCIA

Antecedente para Pinochet

 

 t.gif (862 bytes) El viernes, el ministro del Interior del Reino Unido debe decidir si extradita a Augustona06fo02.jpg (12845 bytes) Pinochet o lo devuelve a Chile para un incierto juzgamiento. Si a Jack Straw le preocupa lo que dicen los conservadores pero al mismo tiempo lee la revista conservadora The Economist, hay alguna razón para el optimismo. Tras una tapa con foto del tirano y el título "Los ex dictadores no son inmunes", el semanario compila argumentos similares a los que ofreció el domingo pasado en este diario el experto de la ONU Leandro Despouy: los lores británicos no produjeron una revolución jurídica; simplemente aplicaron el derecho internacional vigente desde el juicio de Nuremberg. The Economist cita entre los antecedentes en favor de la jurisdicción universal para procesar a los autores de asesinato sistemático y tortura el pronunciamiento de la Corte Francesa de Apelaciones en el caso de Klaus Barbie, y naturalmente la Audiencia Nacional Española. También otro caso que debiera poner en duda el empeño de los Estados Unidos en que Pinochet sea liberado. Cuando Washington concedió la extradición a Israel del carnicero ucraniano John Demjanjuk, la Corte de Apelaciones del Sexto Circuito dijo que "hay una jurisdicción sobre cierto tipo de crímenes que se extiende más allá de los límites territoriales de una nación".


EL TEXTO

Los misterios del harén

na06fo01.jpg (21327 bytes)t.gif (862 bytes) Dice Mohamed Alí Seineldín: "Las drusas sólo aman a los hombres valientes. Si los maridos eran cobardes, ellas les pegaban un empujón de la cama y no dormían con ellos. Las drusas alientan a los hombres para la guerra". Dice Zulema Yoma: "La madre dominó su vida. El padre no existía, pero él tiene un gran resentimiento con las mujeres. Cree que todas son prostitutas". Dice Carlos Menem (de quien hablaba Zulema): "Mienten los peronistas, los radicales, los socialistas". Son apenas tres frases que describen por completo a tres personajes, cada uno de ellos protagonista de un capítulo de El harén. Menem-Zulema-Seineldín. Los árabes y el poder político en la Argentina, el último libro de la periodista Norma Morandini. El texto indaga en los tres, pero afortunadamente los supera y se convierte, quizás, en el primer libro argentino que explica para lectores locales el mundo árabe, el islamismo y la aventura de los entrañables mercachifles del interior, el equivalente exacto de los cuenteniks judíos, los vendedores ambulantes que debieron transformar el comercio de subsistencia en un idioma universal para sobrevivir en los primeros años de la inmigración. El harén... no es un libro de investigación periodística, ni un libro de historia, ni una sucesión de crónicas, ni una memoria familiar que parte del abuelo libanés de Morandini. Es, por suerte, todo eso junto.

 

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