Unidos por la ausencia
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Por Carolina Bilder "Venimos a ser las Madres de Plaza de Mayo de la democracia porque nuestros hijos están desaparecidos. Pero los que nos cierran las puertas ya no son los militares." Nancy Prado de Bianco no tiene una foto de Regina para recordarla, ni un pelito guardado en el álbum familiar. La madrugada del 13 de marzo de 1995 se durmió en el quirófano sintiéndola en su panza primeriza. El parto se complicó en una cesárea, pero Regina despertó al mundo con un llanto enérgico y 3,300 kilogramos. El certificado de defunción dice que vivió 20 horas. Por la misma época, otra mujer, Stella Maris Ceratti de Moreno, cargaba flores en la tumba de un bebé "ampollado y casi en estado de descomposición" que los médicos le habían entregado como propio. Los resultados de los análisis de ADN confirmaron las dudas: en ambos casos descartaron un nexo biológico entre esos bebés y sus progenitores. Desde ese momento buscan a sus hijos. En el camino se van topando con otros que llevan adelante la misma búsqueda. Juntos desencadenan alianzas y reclamos. Recorren los mismos tribunales y comparan los cuerpos de las causas que reconocen de memoria. Aportan pruebas, rastrean testigos. Siguen cada pista como si fuera la definitiva. Hacen de investigadores y abogados a la vez. Comparten la certeza de que el tiempo juega a favor de los que no bajan los brazos. Descubrir la verdad es el primer reclamo, y los tribunales la primera parada. "Antes del año no quise ver ningún papel porque era como morirme de vuelta, pero nos habían dejado las pruebas a la vista." Nancy muestra el papel del cementerio retocado, un certificado de nacimiento con la huella plantal del bebé pero sin el pulgar de la madre y dos historias clínicas contradictorias. Esos datos fueron suficientes para presentarse en el juzgado. Corrieron siete meses antes de que le permitieran ver la causa, quince hasta que el juez pidió la exhumación del cuerpo del bebé y cuatro más demoró el resultado del primer análisis del ADN. Los médicos que la atendieron en la ex Clínica Santa Cecilia todavía no fueron citados a declarar y la causa no supera las 200 fojas. En tanto, otro matrimonio recorría esos mismos tribunales con un caso prácticamente fotocopiado. Cinco médicos y una obstetra procesados en la causa por "supresión de identidad" aventuraban alguna esperanza. "El primer año y medio investigamos por nuestra cuenta, pero al recibir evasivas en lugar de respuestas hicimos la denuncia en el Juzgado Nº 10 de San Isidro. Todas las pruebas que se aportaron a la causa las dimos nosotros, cada uno de los elementos que permitieron llegar a la exhumación del cadáver", cuenta ahora Juan Carlos Moreno, que de administrativo en la línea 161 de colectivos pasó a ser un avezado sabueso. De mañana peregrinaba al Juzgado, ocupaba su puesto en la empresa por la tarde y se dormía obsesionado, pergeñando la táctica con la que al día siguiente acometería al juez. Los fines de semana se sentía extraño al quebrar esa rutina que, practicada durante más de un año, le provocó el primer infarto. "A veces da bronca --repite una y otra vez--, ¿qué habría pasado si yo no hubiera ido todos los días al Juzgado, sabiendo que mis otros tres hijos también reclaman una respuesta?." El conoce la respuesta de antemano, aunque prefiere disimularla frente a sus hijos. A su lado, Stella Maris declama la intención de "creer que la justicia existe". Guarda sus razones: "Para que podamos seguir siendo una familia, aunque sea a medias, porque siempre falta algo, todas las felicidades se empañan". "Ya no estamos tan solos" "Siempre pensé que los padres con historias más o menos similares teníamos que reunirnos, movilizarnos y reclamar. Es cierto que no tenemos nada de nuestros hijos, ni siquiera sabemos cómo son. Pero nos dejaron algunas pistas y contamos con la fuerza de una idea que no muere nunca", analiza Nancy cuando explica su primer encuentro con la familia Moreno. Fue en el despacho de la diputada Diana Conti. Ambos matrimonios se descubrieron buscando, cada uno por su lado, el paradero de sus hijos. Para entonces, Stella y Juan Carlos ya salían a las calles a pedir por el de ellos. Alguien los había visto repartiendo volantes en el Día de la Madre y se comunicó para decirles que su bebé fue vendido a una pareja joven de Villa Martelli que lo pagó muy bien. Claro que con las primeras informaciones llegaron también las amenazas. En la puerta de su casa de Villa Bosch alguien prendió fuego a su auto, tal vez la misma persona que los intimidaba por teléfono. "Díganle al juez que se deje de joder porque sino va a terminar como Cabezas", fue la primera advertencia. Y luego otra vez: "Cuiden a su hija porque no la van a tener para su cumpleaños". Pero los Moreno no se amedrentaron y redoblaron los esfuerzos. Reclamaron ante el procurador general de la Suprema Corte de Justicia, se acercaron al obispo de Tres de Febrero, monseñor Luis Villalba, y fueron recibidos por el intendente de San Isidro. A tres años y siete meses de la desaparición de su hijo organizan una marcha desde la iglesia de Santa Teresita, en Sáenz Peña, hasta la plaza de Santos Lugares. El 19 de diciembre la hermana Martha Pelloni estará allí para acompañarlos. También lo hará el matrimonio Bianco. Y, tal vez, otras parejas que hace tiempo habían dejado de buscar a sus hijos y ahora vuelven a intentarlo. Esa especie de reacción en cadena hizo que Mariel Pérez se presentara en la Justicia para reclamar, también ella, un ADN. Quiere saber si "ese bebé que tuve en brazos y enterré un día después de nacer era el mío". Su caso encuentra puntos comunes con el de Nancy. La criatura nació prematura el 9 de junio de 1997 en el Sanatorio Panamericano, el mismo lugar adonde trasladaron al supuesto bebé de Nancy por problemas respiratorios. El diagnóstico que recibió de los médicos fue idéntico, tampoco le permitieron ver a su bebé, ni le entregaron la huella plantal. Por ofrecimiento de Nancy, ambas comparten abogado.
Los mensajes que reciben son de aliento. De esas parejas que se les pegan en la calle para contarles historias parecidas, de aquellos que admiran su fuerza en situaciones demoledoramente adversas. "Ya no estamos tan solos y ellos tienen que saberlo." Stella Maris dice "ellos" para referirse a "quienes se creyeron con el derecho a decidir sobre el destino de mi hijo". Lo hace con la misma seguridad con que afirma que "alguien debe conocerlos, poder identificarlos".
El ADN: la segunda oportunidad "En el cementerio no se me caía una lágrima, algún impulso me llevaba a dejar las flores en otras tumbas." La liturgia de la despedida no convencía a Juan Carlos, pero igual se entregaba a ella. Todavía pensaba que ese cadáver podía ser su hijo. El 2 de mayo de 1995 Stella Maris lo alumbraría en la Clínica de la Unión de Transporte Automotor de Vicente López. Sería el cuarto, detrás de Leandro, Mariel y Marisol. Algunas dificultades habían adelantado la internación, pero el diagnóstico de la obstetra era alentador: "Está todo bien, pichona, esperamos 15 días más hasta que el bebé esté madurito". Eran las 8 de la mañana. La médica se retiró con el último recambio de la guardia médica y el nuevo equipo de profesionales ordenó otra ecografía. "Tu bebé está muerto hace al menos 48 horas", sentenció el doctor Cid. La mamá intentó averiguar por qué lo sentía moverse en su panza. Le dijeron que confundía el movimiento fetal por las contracciones. A las 14 la indujeron a un parto natural. A ella le dijeron que era varón el bebé que no vio al nacer. De retirar el cuerpito se encargó Juan Carlos. Dos meses después la pareja reclamó en la clínica aquella ecografía, que luego descubriría a nombre de otra paciente, y el original de la historia clínica. Las respuestas fueron evasivas. Y más irregularidades: la criatura llevaba sangre A positivo, Juan Carlos es B positivo y Stella Maris, cero. La causa recayó en el juzgado a cargo del doctor Federico Ecke, la clínica cerró a los tres días de iniciada la demanda y la carátula por "defraudación" cambió por la de "sustracción de identidad" con los resultados de las pruebas de dos ADN. No existía posibilidad de compatibilidad genética. "A mí no me importaría que los responsables queden en libertad si me dijeran dónde está mi hijo. Me importa un pomo todo lo que sufrí, pero quiero la verdad para vivir en paz." La revelación de Stella Maris enfurece a su esposo. "Yo no, creo que el que lo hizo lo tiene que pagar." La duda también fue el punto de partida en la búsqueda de Nancy. "La beba nació en la madrugada del 13 de marzo de 1995. A las pocas horas la trasladaron sin nuestro permiso al Sanatorio Panamericano, y a mí me dejaron en terapia intensiva." La criatura había nacido bien, según le confió la doctora que luego ordenaría la imprevista derivación y anunciaría su fallecimiento siete horas más tarde. "Alejandro recibió el cuerpito a cajón cerrado. Fue el único que vio a Regina, a dos metros de distancia y con un vidrio de por medio." El acercamiento ocurrió sólo esa vez. Nancy probó rearmarse a los dos meses. Regresó al hospital, atendió pacientes. Se reencontró con su profesión de odontóloga. Pero el instinto se resistía. "Cuando Regina cumplió un añito me puse a cocinar una torta, no la decoré por pudor ... para que no pensaran que estaba loca. Después siempre andaba mirando juguetes, ropitas, con la excusa de que eran para mi sobrina. A ella le bordaba un cuadrito a punto cruz, aunque yo quería escribir el nombre de mi hija." En tanto, las anomalías iban acumulándose. La denuncia se radicó al año y medio. Nancy y Alejandro guardan un resultado de ADN negativo y hace cuatro meses esperan la ampliación de la pericia ordenada por el juez. El retraso se debe a que el SEIT no tiene reactivos para realizar el estudio. "Fue como una segunda oportunidad y, a la vez, un sentimiento muy raro. Nos daban ganas de festejar pero no teníamos con quién", confiesa.
Los casos de las familias Moreno y Bianco se muestran idénticos a muchos otros: el de Micaela Sepúlveda, registrado por este diario en Bahía Blanca, o al de Rocío Cigarreta, en la ciudad de Mar del Plata. Ninguna de esas familias siente que el dolor enflaquece con el tiempo. Saben demasiado de pérdidas, y aún no conocen a sus hijos. Pero tienen la certeza de que están vivos. Nancy no puede dejar a un lado la comparación: "Si las Abuelas de Plaza de Mayo los están encontrando después de 20 años, yo también tendré que seguir buscando ... Y tengo esperanzas".
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