Chávez, golpe a golpe
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Por Pablo Rodríguez El 4 de febrero de 1992 fue sofocado un golpe de Estado en Venezuela y su líder, el entonces teniente coronel Hugo Chávez, les decía ese mismo día a las cámaras de televisión que había fracasado "por ahora". Hoy por la noche quizá recuerde aquellas palabras en el marco de un discurso triunfal: según las últimas encuestas, dadas a conocer sólo a la prensa extranjera, Chávez obtendría el 53 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales venezolanas. Las propuestas de gobierno del ex militar --disolución del Congreso, reemplazo de los tribunales judiciales por Comités de Salud Pública y renegociación de los contratos petroleros-- asustan al establishment tanto como sus pacíficas declaraciones de "freír las cabezas" de sus adversarios. Pero Chávez ya se encargó de moderar su discurso en el transcurso de los últimos días. En algún momento de la campaña electoral, el ex militar había dicho que era "posible" que Estados Unidos temiera por su triunfo e incluso sus adversarios habían agitado el temor de que Washington iban a "bloquear y a invadir" el país si Chávez conseguía por los votos lo que se le negó por las armas. De hecho, a causa de su intento golpista, Chávez tiene prohibida la entrada a Estados Unidos. Pero el propio Departamento de Estado norteamericano manifestó el jueves que esta medida podría ser reconsiderada. "Venezuela es el principal proveedor de petróleo de Estados Unidos y nosotros queremos seguir siendo un socio seguro", dijo el ex militar para despejar las dudas. Quienes sí tendrán muchas dudas cuando lleguen al cuarto oscuro son los que no votarán a Chávez. No es que haya muchos candidatos: ante el avance del Movimiento Quinta República que apoya al ex militar, los dos grandes partidos venezolanos, Acción Democrática (AD) y el socialcristiano Copei, resolvieron esta semana retirar el apoyo a sus candidatos para dárselo al independiente Henrique Salas Romer, que con un 36 por ciento de las intenciones de voto es el único capaz de acercarse a las cifras de Chávez. Pero por falta de tiempo las boletas de ambos partidos llevarán las caras de los desplazados, Luis Alfaro Ucero e Irene Sáez, quienes en realidad no acataron las medidas de sus partidos. Alfaro debió ser expulsado de AD por su insistencia en ser candidato y Sáez aceptó la resolución del Copei aunque seguirá siendo la candidata del Movimiento Irene. "Conocí la maldad humana", dijo quien fuera Miss Universo sobre el apoyo que le fue quitado. En realidad, lo que está conociendo Venezuela es el capítulo final de una mutación política cuya criatura resultante es un misterio y que se activó por una profunda crisis de los partidos tradicionales. Si las interpretaciones usuales de los últimos días dibujan a Chávez como el gran opositor de lo que él mismo llama "la cúpula podrida de los partidos", hay que agregar que tanto Salas Romer como Sáez no son otra cosa que candidatos independientes que también basaron su discurso en el ataque a los esquemas políticos que gobiernan a Venezuela desde 1958. En este sentido, no hay mejor prueba de la poca estima que la población tiene del AD y del Copei que observar las encuestas. En febrero, Irene Sáez disputaba palmo a palmo los números con Chávez. Luego de que el Copei decidiera apoyar su candidatura, los sondeos hicieron caer lenta pero inevitablemente a Sáez al escaso dos por ciento actual. Otro de los aspectos que ayudan a Chávez en su prédica mesiánica --lo cual en este caso no es un lugar común del análisis político, ya que en su cierre de campaña comparó su figura a la de Jesús-- es la caída del precio del petróleo, que descendió más de cuatro dólares por barril sólo en este año. Los ingresos venezolanos dependen en gran parte de sus pozos petrolíferos y la crisis caló hondo en la economía interna. De hecho, uno de los centros de campaña tanto de Chávez como de Salas fue la búsqueda de formas de riquezas adicionales --llámese industria-- para el país. Pero más allá de todos estos puntos, lo más inquietante es el porvenir. Si se considera el triunfo de Chávez casi como un hecho, la pregunta es cuáles de todas sus promesas, que no son precisamente tibias, intentará cumplir. Y aunque modere su discurso, Chávez está orgulloso de que lo consideren un hombre de armas tomar.
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