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EL MP3, UN SISTEMA DIGITAL QUE PONE EN JAQUE A LA INDUSTRIA
Cuando el negocio pierde el control

En Estados Unidos ya se comercializa un aparato que permite almacenar y reproducir la música que se “baja” de Internet. Gracias al MP3, la música en la red es mucho más manejable. Y los grandes sellos se trepan por las paredes.

Los Beastie Boys suelen presentar en su website versiones alternativas a lo que editan en disco.
Hasta la llegada del MP3, descargar música de Internet era una labor demasiado larga y dificultosa.

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Por Adam Sweeting

t.gif (67 bytes) La industria musical ha visto el futuro, y no es muy feliz. Se llama Rio, tiene el tamaño de un mazo de cartas y ya puede ser adquirido en Estados Unidos por 199 dólares. En el pasado la industria protestó por el desarrollo de nuevas tecnologías que incrementan la piratería, pero el Rio despertó una nueva serie de campanas de alarma. El aparato ofrece un medio de reproducción sin fricción, un microchip que puede almacenar hasta 77 minutos de música. Su utilización es bastante sencilla: se conecta a una computadora, y se surfea por el creciente número de websites que ofrecen música digitalizada. Con un click en download se obtiene una canción con calidad de CD para escuchar con auriculares.
El problema para la industria, por supuesto, es que la mayoría de los websites no están controlados y la música es gratis. La RIAA (Recording Industry Association of America) está cada vez más nerviosa por la amenaza de la piratería, alegando que está en peligro la “creatividad americana” (léase ganancias), y recientemente intentó –sin éxito– evitar que la Diamond Multimedia Systems lanzara el Rio. “Diamond creó una máquina que no distingue entre las canciones piratas y las legítimas”, dice Hilary Rosen, presidente de RIAA. Pero toda la polémica sobre el Rio tiene que ver con una nueva manera de transmitir música por Internet llamada MP3. Hasta hace poco, la música “bajada” de la red sonaba como Radio Luxemburgo en una mala noche. O tomaba demasiado tiempo para ser descargada.
En términos técnicos, MP3 es una manera de comprimir archivos con calidad de CD a una décima parte de su tamaño original, haciéndolos mucho más manejables. Para los sellos discográficos que sponsorean a la RIAA, el MP3 representa una pérdida de control, una caja de Pandora de destrucción del copyright, desatando la anarquía, robándole regalías a los músicos y capital a las compañías. Los inspectores del RIAA encontraron 80 sitios que contenían más de 20 mil canciones para bajar sin licencia. Para los sellos independientes, artistas y fans de la música, el formato es un modo de lanzar grabaciones de alta fidelidad que no se consiguen en disquerías y liberar a la música de cancerberos. “De acuerdo a cómo funcionan las cosas hoy, si sos Madonna o las Spice Girls, entonces la industria musical te sirve”, dice Michael Robertson, presidente de MP3.com, una distribuidora de música online. “El otro 95 por ciento de los artistas abraza la Internet”.
Saltar sobre la yugular del Rio, según sugiere Bob Kohn, presidente de GoodNoise.com y socio de la MP3 Association, fue simplemente una reacción refleja. “Hay una tremenda demanda de música en formato MP3, con 10 millones de personas bajando música de Internet”, dice Kohn, quien cree que la demanda legal contra el Rio es simplemente una maniobra “para que las seis compañías major que actúan a través de la RIAA no pierdan el control”. De hecho, el Rio no es tan amenazante, ya que no tiene output digital: puede grabar y reproducir música, pero no puede copiarla a otra máquina, ni bajarla nuevamente a la computadora.
La RIAA asegura que sólo trata de evitar cualquier tipo de piratería, y no de limitar la libre expresión en la Web. “Sólo estamos en contra de los archivos MP3 no autorizados; cientos de músicos independientes los están usando para comercializar sus canciones online, y eso es muy bueno”. dice Rosen. Aunque algunos representantes de la industria comienzan a aproximarse a la idea de que Internet promete más de lo que amenaza, la sensación de alarma permanece: un método de distribución tan democrático podría alterar el proceso de contrato, desarrollo, grabación, edición y distribución de la música. Sin los costos de manufactura de CD’s, su empaque y distribución, el precio de la música caerá, y la idea de comprar un disco en particular se volverá irrelevante. Podrá ser como una fonola. O como la TV por cable, con suscriptores que pagan una tarifa mensual por toda la música que quieran bajar. Comprensiblemente, son pocos en laindustria los que se sienten atraídos por la idea. Las predicciones más severas dicen que los comercios simplemente dejarán de existir.
La semana pasada, la Internet Underground Music Software Company (IUMA) predijo que los “cinco grandes” (Seagram, Sony, Warner, EMI y Bertelsmann) perderán mercado frente a los independientes. Los cinco grandes controlan hoy el 78 por ciento de las ventas en Estados Unidos, pero según el reporte la marca puede caer al 64 por ciento en el 2008. La IUMA contempla que las ventas por Internet crecerán del 1 por ciento actual al 37 por ciento en el 2007, cuando el 20 por ciento de toda la música será enviado directamente a la computadora del consumidor. Los signos del cambio ya están a la vista: MP3.com contabilizó más de un millón y medio de nuevas visitas a su website en setiembre, y unos dos millones de canciones fueron entregados electrónicamente. Unos 1000 artistas –la mayoría desconocidos- firmaron contrato con MP3.com para promover su música. El sitio, que se sostiene por publicidad y no les cobra a los artistas, funciona en términos similares a los de la difusión radial, proveyendo a los músicos una exposición que convenza al público de comprar sus discos. Aunque las discográficas están aterrorizadas, ven las posibilidades del MP3 como herramienta de relaciones públicas. Los Beastie Boys pusieron en su site grabaciones en vivo y remixes. El ex Pixies Frank Black realizó un acuerdo con una compañía que vende su disco a 99 centavos la canción. David Bowie está presentando la canción que adelanta su próximo disco en ese formato.
David Turin es un productor de Los Angeles propietario del sello de Internet People Tree (peopletree.com), que recientemente lanzó canciones de la modelo Milla Jovovich, así como canciones de grupos del sello de los Dust Brothers como Nickelbag y del ex Jane’s Addiction Perry Farrell. Turin cree que la tecnología MP3 está generando un nuevo movimiento. “Ya no se trata de un contrato o algún tipo de acuerdo, sino de cuán buena es la música”, dice. “Esto prepara el camino para una industria musical en explosión. Ya no tendremos que mirar en los sellos grandes para ver qué hay, habrá buscadores de Internet que investiguen quién hizo qué y dónde, y quién tiene una buena canción en su website. Eso está empezando”. Las ventas de equipamiento barato de grabación –samplers, mezcladoras, copiadoras de CD– representan el sector que más creció en la industria electrónica, y eso apoya la teoría de Turin de que cada vez más gente está haciendo música. “Es como el punk, magnificado por las vivencias no sólo del fin de siglo, sino de todo el siglo”, dice. Para la industria musical, el desarrollo del MP3 llega en un momento difícil. No es un secreto que las ventas de CD están estancadas, mientras se editan cada vez más discos (30 mil al año), y los sellos están bajo presión de las corporaciones que los adquirieron. Seagram, la empresa que compró Polygram, irá fusionando varios subsellos y recortará presupuestos y cronogramas de edición.
Sin un sistema global de copyright, no es difícil ver por qué MP3 e Internet están en colisión con la industria. La nueva tecnología siempre tuvo un rol definitorio en la música. Si Edison hizo posible que Caruso se convirtiera en una superestrella; si la televisión y los discos de 45 RPM hicieron posible a Elvis; si el LP propició que The Beatles hicieran Sgt. Pepper; si la FM hizo grandes a los Eagles; si el video hizo a Madonna, el rango armónico de los CD’s le dio a Nirvana su corte revolucionario, y el sampler posibilitó la explosión de la música dance, no es improbable pensar que algo surgirá de la distribución digital. También puede ser sólo caos. Las discográficas, aun con su ineptitud para descubrir algo nuevo, sí funcionan como guardianes para filtrar algo de basura. Con la igualdad de la Internet, no habrá límites, y nada podrá frenar al enorme número de optimistas que creen ser la Próxima Gran Cosa. Al romper las rutinas surgidas en una centuria de música grabada, la distribución digital puede hacer a la música más espontánea y amorfa. “Las razones por las que hacés música, y el monto de dinero que esperás ganar, van a cambiar”, predice Turin. “Un artista puede convertirse en la sensación en Internet, pero no estará ni cerca de la glotonería que se ha vivido en todo este tiempo”.

 

SUBRAYADO
Moscas, sapos y duraznos
Por Carlos Polimeni

Son actos elementales de justicia, a la argentina. El deslumbrante retorno de Aquelarre, la antología de rarezas de León Gieco que viene publicando Página/12, la invasión de artistas cubanos de alta calidad –de Compay Segundo a los Van Van– y los debuts de las españolas María del Mar Bonet, Martirio y Marina Rossell son parte de un rompecabezas de sucesos artísticos que caracterizaron este año. Alguna vez Silvio Rodríguez y Caetano Veloso, que hoy llenan teatros cada vez que vienen, fueron artistas de unos pocos en la Argentina, consignas pasadas de boca en boca, de discos a casetes, de entendidos a neófitos.
Correlato del fenómeno que representa la llegada a los cines de un pelotón de films de grandes realizadores ignorados por los circuitos comerciales pero que llenan salas, el de los cantantes y músicos de culto pone en claro la enorme cantidad de gente que en Buenos Aires se da el gusto de consumir arte sin dejarse manipular por los mecanismos de difusión. Mientras fenómenos de venta fabricados por las discográficas hocican a la hora de las actuaciones en público –el sábado pasado un recital de Marcela Morelo en el Luna Park fue suspendido porque se habían dado más entradas de favor que las que se habían vendido–, artistas que no cuentan con más apoyo que la calidad de su obra llenan espacios alternativos, que así van dejando de serlo. La fama de capital cultural de Buenos Aires está mucho más vinculada a su temprana recepción del cine de Ingmar Bergman que al fervor con que las mayorías se zambulleron a ver Love Story, con el apogeo de su industria editorial que con la exportación de telenovelas. Tiene mucho más que ver con su cantidad de teatros que con las cifras de venta de Luis Miguel.
Los ‘90 han sido en varios terrenos años de confusión, y en muchos momentos ha primado, aun en circuitos progres, el razonamiento de tanto vendes tanto eres, la aplicación de la lógica de mercado a un mundo, el de la creación de cultura, que no tiene nada bueno que ver con aquél. Aquello de que hay que comer mierda porque millones de moscas no pueden equivocarse. Los que el sábado por la noche en La Trastienda asistieron al debut de Marina Rossell –que lleva veinte años en el corazón de la nueva canción catalana y tiene 14 discos editados, pero aquí no era conocida hasta que Acqua Records publicó este año Ha llovido– parecían confabulados en demostrar, a fuerza de apreciar una sensibilidad extraordinaria, que además de comer mierdas impuestas y sapos a veces intragables, Buenos Aires se da el gusto de elegir cuando puede un vaso de champagne, un sandwich de jamón crudo, un durazno maduro.

 

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