OPINION
Tema para adolescentes
Por Miguel Bonasso |
Será
un lugar común, pero es cierto: la democracia argentina es todavía una democracia
adolescente. En muchos sentidos, una adolescente perversa. Porque está desviada de su
propia esencia y etimología que la define como poder de las mayorías. Y aquí vemos que
el poder real lo siguen detentando las minorías. Es cada vez más una democracia a la
ateniense, cada vez con más ilotas, pero sin Pericles y los cerebros helénicos, que han
sido sustituidos por Gostanian y Sofovich. Es adolescente porque ha cumplido quince años
y es adolescente porque una de sus ventajas más evidentes, el goce de las libertades
públicas, tiene como sujeto histórico y principal beneficiario a los adolescentes, a los
chicos y chicas que tienen quince años o menos y nacieron, para su fortuna, después del
país autoritario y sangriento que padecieron sus padres y abuelos. Esos chicos son,
naturalmente, más libres que nosotros. Y se les nota. Han empezado a crecer en un país
donde el poder aún es impune en muchos terrenos pero donde debe, al menos, guardar
ciertas formas. En un país que perdonó a los genocidas, pero que ahora comienza a
revisar su historia reciente. En un país donde la Justicia está en gran medida sometida
al Poder Ejecutivo, pero donde se van generando condiciones políticas e instrumentos
institucionales para hacerla más independiente. En un país donde los medios
electrónicos se concentran peligrosamente en las manos de dos o tres monopolios pero
donde aún hay libertad de prensa y existen posibilidades de legislar para asegurar a la
sociedad el derecho a la información. Los adolescentes de la democracia no han conocido
al país militar que los hubiera hecho desaparecer por sospechosos o los hubiera enviado a
morir en Malvinas. No es poca ventaja y deben gozarla y aprovecharla. La generación a la
que pertenece el autor de estas líneas fue, obligadamente, una generación de ruptura
contra el país militarizado y patriarcal, manejado por aspirantes a Franco y obispos
inquisitoriales. Y debió pagar muy caro su osadía. En un sacrificio que pareció
inútil, pero no lo era, porque al derrotar las utopías de aquella generación con
métodos aberrantes, los militares acabaron derrotándose a sí mismos. Los adolescentes
actuales, en cambio, parten de una plataforma privilegiada que es a la vez derecho y
deber. El deber de luchar para perfeccionar el sistema político hasta convertirlo en el
medio idóneo para democratizar la riqueza. Que de eso se trata. |
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