OPINION
Walsh y la democracia
argentina
Por José Pablo Feinmann |
En
su Carta a la Junta Militar fechada el 24 de marzo de 1977, Walsh, en lo que
puede considerarse la segunda parte del texto, su parte económica, escribe que los hechos
que acaba de narrar en la primera parte (las atroces violaciones a los derechos humanos
que sacuden la conciencia del mundo civilizado) no son los que mayores
sufrimientos han traído al pueblo argentino. Hay, para Walsh, algo aún más
terrible que las desapariciones, las torturas, las represiones políticas y culturales. De
este modo, escribe: En la política económica de ese gobierno debe buscarse no
sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de
seres humanos con la miseria planificada. Habría dos planificaciones: 1) la
planificación del exterminio, la planificación de los crímenes; 2) la planificación de
la miseria. La primera se hizo para posibilitar la segunda. Luego Walsh se lanza, con
admirable prolijidad y precisión, con admirable información en medio de un país
aterrorizado y, por consiguiente, sin información ni deseos de informarse, a explicitar
las cifras del horror económico videlista. Leer hoy esas cifras produce también terror.
Otro terror. Porque cuando Walsh le espeta al régimen videlista la infamia de haber
elevado la desocupación al record del 9 por ciento uno permanece perplejo. Si
ese 9 por ciento le parecía a Walsh la verdadera y última explicación del genocidio de
la Junta, ¿qué diría de las tasas actuales de desocupación? Diría que ese genocidio
ha logrado sus mayores éxitos en plena democracia. Diría que ninguno de los proyectos
económicos de la Junta (para cuya implementación, perdón por insistir, se implementó
el terror) ha dejado de realizarse bajo la democracia. En 1977 escribía: Dictada
por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al
Zaire o a Chile, a Uruguay o a Indonesia, la política económica de esa Junta sólo
reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía
especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la
Esso, las automotrices, la U.S. Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el
ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete. La actualidad de
estos textos estremece porque el proyecto económico que denunciaban se ha realizado; y
aun con mayor hondura e impiedad que las señaladas por Walsh.
La democracia argentina puede ofrecer sus facetas positivas. Puede exhibir, por ejemplo, a
Videla en prisión. No obstante, si nos atenemos al encuadre conceptual de Walsh, Videla
fue el ejecutor, la mano política de un proyecto económico que le exigió dureza extrema
para imponerse. Una vez impuesto nada pierde con entregarlo. ¿Para qué valerse de
monstruos si cada vez son más los profesionales de la cautela, los campeones de los
buenos modales que aceptan impelir prolijamente las políticas del establishment? Si hoy,
a quince años, con nuestra democracia no se come, no se educa y no se cura (como tan
vanamente prometiera el demiurgo del Pacto de Olivos) es porque algo anda muy mal con
ella. Tan mal que el neofascismo populista a la venezolana asoma en el horizonte incierto. |
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