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En un teatro o en una carpa, el
conventillo no pierde su encanto

La versión de “El conventillo de la Paloma”, en una carpa de circo en Constitución, se ha convertido en un verdadero suceso de público: las funciones –siguen hasta el domingo– tienen una atracción especial.

En el elenco de “El conventillo...” conjugan esfuerzos actores veteranos y jóvenes murguistas.
En una respuesta inesperada, los colectiveros que pasan por la zona llevan carteles invitando a verla.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (67 bytes) “Ante un público impaciente, va a decir estoy presente nuestro teatro nacional.” La frase, dicha desde el escenario armado bajo la gran carpa emplazada en Juan de Garay y Combate de los Pozos, quiere celebrar al teatro rioplatense y a los “gloriosos artistas” de las primeras décadas del siglo. La convención asusta un poco: ¿será todo así? Pero el temor a toparse con una postal arqueológica se disipa pronto. La propuesta no es un canto a la nostalgia, aunque la obra elegida para el homenaje sea El conventillo de la Paloma, el clásico sainete que Alberto Vacarezza (1886-1959) estrenó en 1929, cuando ya se afirmaba un teatro popular de otro tono, más expresionista, con obras como Despertáte Cipriano, de Defilippis Novoa, retrato de vida “de un infeliz que no quiere serlo”, y seis años antes con el grotesco criollo Mateo, de Armando Discépolo.
La impresión de cosa viva que produce esta versión descansa en gran parte en la ductilidad de un elenco que sabe cómo equilibrar drama y algarabía y que se pliega con naturalidad al juego que proponen los bullangueros zanquistas, acróbatas y malabaristas del teatro-circo de los hermanos Videla y de Martín Carella, acompañados por los murgueros que dirige Gustavo Mozzi. Los más jóvenes son protagonistas de la apertura y de los intermedios de este peculiar sainete que dirige Julio Baccaro. Producto de una idea de Fundares (institución que preside Alejandra Boero), y del apoyo de la Secretaría de Desarrollo Social, la obra cumplió ya cuatro de las ocho funciones programadas (si no hay acuerdo para continuar, baja de cartel este domingo), movilizando a un sector de público que se suponía indiferente al teatro, y que hoy es él mismo un espectáculo.
Una franja variopinta que llena la carpa –a la que se accede gratuitamente, retirando la entrada el mismo día de la función a partir de las 11– lleva lo necesario para matear y pide más funciones. El entusiasmo se ha contagiado a los colectiveros de las líneas que pasan por ahí, que colocaron por propia iniciativa el cartelito de “Voy al conventillo de la Paloma”. Es allí donde se refugia la “percantita”, o sea Paloma (personaje que interpreta María Leal), la que huye del “malevo de cuchillo” (Pachi Armas). Dice animarla “el deseo de ser buena”. Por eso prefiere el conventillo, donde, a pesar de las habladurías de las inquilinas, cree encontrar gente honesta, inmigrantes trabajadores, aunque algo flojos para la daga. Es en ese lugar donde el porteño (que personifica Rubén Stella) la conquista, dosificando con astucia indiferencia y coraje.
En el patio confrontan criollos e inmigrantes. Entre éstos el “tano” a cargo del conventillo (Onofre Lovero), el matrimonio “gallego”, que no es tal sino andaluz (Beatriz Bonet y Rafael “Pato” Carret), otro de “turcos”, o sea siriolibaneses (María Rosa Fugazot y Mario Labardén), y un orillero y su desmañada mujer (Mario Alarcón y Diana Maggi). Gente que dialoga o discute en un lenguaje pintoresco (hablan al vesre o transforman verbos y adjetivos en apellidos (“¿Cómo te Vázquez?” o “La calle está Durañona”). En ese lugar no parece haber espacio para el drama.
Sucede que en su afán paternalista, Vacarezza lima y modera los conflictos. Si hasta los compadritos (Néstor Ducó, Aldo Bigatti y Tony Spina) –que aparecen conformando un trío, como los cuchilleros en algunas zarzuelas– se quedan con las ganas de derramar sangre. Todo es ficción, nada parecido a los inquilinatos reales, verdaderos infiernos en opinión de los cronistas de la época. La puesta de Baccaro subraya este aspecto ficcional, tanto en el desarrollo de la pieza (donde se incluye una secuencia de Juan Moreira, interpretada por los actores más jóvenes) como en los intermedios musicales en vivo, a cargo de los músicos que dirigeGualberto Rodríguez Córdoba (el cantor es Enrique Cobián), y en el “broche de oro” puesto por Elena Lucena, quien canta “Garufa” y “Niño bien”.
Representada con importante repercusión en 1980 y 1981 en el Teatro Cervantes (cuando la dirigió Rodolfo Graziano y fue incluso transmitida por ATC en 1982, a beneficio del Fondo Patriótico para la Guerra de las Malvinas), El conventillo... aparece también en esta propuesta circense como crisol de identidades, aun cuando se aparte de las concepciones que creían ver en el conventillo“la cuna de la raza forte”, como dice Don Gaetano en el Mustafá (1921) de Armando Discépolo y José de la Rosa. Según este personaje, es “per esto que cuando se ve un hombre robusto, luchadore, atéleta, se le pregunta siempre: ¿a qué conventillo ha nacido osté? Lo do mundo, La catorce provincia, El Palomare, Lo Gallinero...”.

 

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