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“BLADE, CAZADOR DE VAMPIROS”, CON WESLEY SNIPES
Un superhéroe que se da con ajo

Por L. M.

cua.gif (4690 bytes)t.gif (862 bytes) Rescatado del insondable fondo de catálogo de los Marvel Comics, Blade es –como se preocupa por informar el título local– un cazador de vampiros, un superhéroe de historieta decidido a salvar al mundo de los vivos del avance indiscriminado de los no-muertos. Aunque Blade es negro (una rareza en el universo de los superhéroes), hay algo de Batman en este Van Helsing posmoderno, y no es sólo su ominoso atuendo, a imagen y semejanza del Hombre-Murciélago, o la cueva en la que se refugia luego de sus violentos raídes justicieros, donde lo espera una suerte de Alfred hippie, interpretado por Kris Kristofferson con sus crines blancas al viento. Obsesionado con exterminar de la faz de la tierra a esas criaturas de la noche, a Blade lo mueve –como el Batman que resucitó Tim Burton– una infinita sed de venganza. El también tiene su lado oscuro, un pasado que lo tortura: su madre murió cuando él nació, poco después de haber sido mordida por un vampiro, y la sangre de Transilvania corre por sus venas. Mitad hombre, mitad vampiro, Blade (jugado por Wesley Snipes, el Stallone negro) es conocido en las catacumbas de la ciudad como “el caminante diurno”, el único de su especie capaz de exponerse a l sol. “Tenés lo mejor de ambos mundos”, le dice con envidia su archienemigo apodado “Diácono”, quizás por su voluntad de sacerdocio en nombre de los poderes de la noche. Blade no está tan seguro. Para sobrevivir a sus ansias de sangre debe inyectarse diariamente, como un adicto, un poderoso suero a base de... ¡ajo!
Que la historia sea disparatada es un problema menor. Al fin y al cabo, el film no pretende seguir al pie de la letra el espíritu de la novela fundacional de Bram Stoker (como aspiraba el de Francis Ford Coppola) sino aprovechar sus infinitas derivaciones y practicar con ellas otras, nuevas variaciones, cruzando su mitología con la de los superhéroes de papel de pulpa. La idea no parece mala, pero la realización sí lo es. A esa pendiente de la degradación que el especialista Gerard Lenne denunciaba en su género favorito, el fantástico Blade le suma un mal gusto rampante, que hace que lo más llevadero de ver sea el constante flujo de sangre.Para rescatar: la aparición, como un aristocrático vampiro, de Udo Kier, una máscara siniestra que supo descubrir en Alemania Rainer W. Fassbinder y que en su paso a los Estados Unidos tuvo su mejor momento en Mi mundo privado, de Gus Van Sant. Por momentos, Snipes pareciera infundirle algo de humor a su personaje, pero la película nunca se lo permite, porque es más pesada que su propio traje, lo que ya es decir mucho. Será cuestión de esperar a los Vampiros de John Carpenter, que llegan en los primeros días de enero, para ver si esta vez la sangre es capaz de llegar al río.

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