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El Arbol de la vida
Por Daniel Goldman *
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t.gif (862 bytes) El libro del Génesis relata en su inicio que en el centro del paraíso existían dos árboles. Uno era el del conocimiento y el otro el de la vida. Adán y Eva consumieron únicamente el fruto del primer árbol. La exégesis acompaña el hecho de haber tomado el fruto del conocimiento con una imagen muy poderosa: la primera pareja humana instantáneamente transmitió al resto de las generaciones la tramposa falacia de creer que la realidad es un asunto tan sencillo que, como dice A. J. Heschel, basta con interpretarla y organizarla para poder dominarla.
El hombre se convenció de que el mundo es el reflejo de su propia explicación, y que la consecuencia de su deducción racional es el dominio del universo.
Pero del otro árbol no sabemos nada, porque nada se dijo. Permaneció casi eternamente en la égida del misterio. De este modo el misterio pasó a ser una dimensión que el ser humano no conquistó.
El hombre fue tan necio que creyó que al dominar un solo árbol, subyugaba a todo el bosque. No percibió que el misterio era infinitamente mayor que el conocimiento. El devenir imprimió la sensación de que Vida y Misterio resultaran sinónimos. Finalmente el hombre no dominó el misterio porque tampoco dominó la vida, aunque suponga lo contrario.
Luego de este escenario inicial del Génesis la historia continuó. En los capítulos siguientes, el texto bíblico relata que el patriarca Jacob creía que después de haber engañado a su hermano Esau podría escaparse de las garras de sus manos, marchándose. Es lo que el conocimiento le indicaba: la forma de evitar una persecución es evadiéndose. Nuevamente el fruto del conocimiento omnipotente actuó como un espejismo.
Pero el relato describe que en medio de esa fuga lo sorprende la noche. Y el cansancio ante el firmamento opaco, como si fuese la sombra del árbol de la vida, lo obligó a recostarse y a percibir el temor que provoca el vacío de la oscuridad. Ese pavor lo enfrentó con el misterio, y ese misterio con su propio pasado. Mientras que el fruto del conocimiento le indicaba que el pasado ya es historia, la sombra del árbol de la vida le advirtió que la historia puede ser futuro.
Si algo enseña esa sombra es que en la vida se puede evitar casi todo. Lo único inevitable es la consecuencia de lo que uno haya hecho.
Aunque el conocimiento le señale al patriarca que al escaparse su persecución cesa, la vida le revela que él cargará consigo las consecuencias de la historia que él mismo forjó. Finalmente deberá enfrentarlas aunque transcurra un tiempo incalculable.
La historia repite esta enseñanza generación tras generación. Y así como los genocidas nazis después de 50 años de haber perpetrado las masacres sienten que la sed de justicia los asedia estén donde estén, hoy Videla, Massera y Pinochet se suman a la lista de ejemplos del árbol de la vida. El fruto de la justicia, su realización, tarda misteriosamente en madurar. Pero llega.

* Rabino. Comunidad Bet El.

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