En una nueva visita que reeditó el suceso de todas las anteriores, el legendario blusero se permitió bromear con su estatura de leyenda.
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Por Pablo Plotkin El pequeño saxofonista de la banda, Melvin Jackson, dejó por un momento su función de músico: tomó el micrófono, impostó la voz para que sonara como la de un presentador de Las Vegas y anunció la entrada al escenario del hombre de la noche. Cuando B. B. King apareció en su tradicional saco plateado, lo recibió un estrépito de aplausos y gritos que duró lo que una zapada blusera. Saludó con un gesto, abrió los ojos como si fueran a salirse de sus órbitas y dejó que Lucille su guitarra hablara por él. La velada había empezado con Pappo, una especie de ahijado sureño de B.B., que se ganó casi tantos aplausos como su padrino. Blues local, El tren de las 16, Sube a mi voiture y El blues de Santa Fe fueron algunos de los clásicos que abrieron el fuego azul de la noche del debut ante un público que colmaba la capacidad del Gran Rex y que celebró esta sexta visita del Rey del Blues a la Argentina como si fuera la primera. Después de comprobar que, aun a los 73 años, B. B. King puede dar una performance llena de talento y emociones, el romance con el público local no parece necesitar más explicaciones. A diario pienso en Dios y en ustedes, confesó el guitarrista a las 3500 personas que ocupaban las butacas del teatro, mientras punteaba la introducción de Ill survive, tema incluido en su último álbum, Blues on the Bayou. La presentación del disco fue la excusa, pero este sobreviviente lleva cincuenta años en esto de la música y tiene tantas canciones como canas. En las dos horas que duró el show, tuvo tiempo de emocionarse, bailotear y desplegar su colección completa de muecas, aunque casi todo tuvo un tono triste, con él sentado en un banquito, haciendo llorar a Lucille y roncando sus penas de viejo hombre negro de Mississippi. Ahora que tengo 73 años, me dan una silla para que me siente y un vaso de jugo con apenas un poquito de ginebra. De cualquier manera, estoy feliz de estar aquí. En realidad, estoy feliz por el solo hecho de estar, dijo con una sinceridad implacable. Momentos después, su solo cobraba velocidad y se fundía con la sección de vientos que estallaba desde un costado del escenario, mientras el público multigeneracional bramaba de felicidad. Cuando tocó Please, accept my love (Por favor, acepta mi amor), B.B. explicó que ése era el mensaje que quería dejarles a sus seguidores. Para el final, en el epílogo de la extensa versión de Shake it up and go, el guitarrista convocó a su co-star, su amigo. Entonces Pappo que una vez tocó como invitado de King en el Madison Square Garden entró en escena y se abrazó con su maestro. ¡Pappo!... ¡Pappo!, gritó B.B., exultante, al tiempo que exigía una ovación. El público se arremolinaba al pie del escenario y él repartía púas, autógrafos y apretones de manos. Durante la larga zapada, el líder presentó a su banda (incluyendo a Lucille, que arrancó los aplausos más entusiastas), mientras James Bolden, el carismático trompetista y director musical, se encargaba de las voces del tema. Ya habían pasado canciones como Let the good times roll, Why I sing the blues, Darling you know I love you, Thrill is gone, Rock me baby (aquí brilló el notable tecladista James Toney), Since I met you, Dont make your move too soon y Payin the cost to be the boss. En lo que respecta a B.B. King, el Blues Boy de Mississippi que llegó a rey, parece pagar con satisfacción el costo de ser el jefe.
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