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La declaración

erechos humanos: a 50 años de la Declaración Universal, su valor actual y su proyección en el futuro próximo,  expuestos desde dos cátedras universitarias.

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Por Eugenio Raúl Zaffaroni *

t.gif (862 bytes) Cuando en 1948 se aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos, Nuremberg e Hiroshima eran recientes, el Plan Marshall volcaba dinero sobre Europa, comenzaba la Guerra Fría y Perón preparaba la Constitución con los derechos del trabajador. Hoy el riesgo nuclear puede provenir de algún demente incontrolado, los lores ponen preso a Pinochet, Estados Unidos compite por los mercados con Europa y Japón, la Guerra Fría es historia y Menem acabó con los derechos del trabajador.
Los Derechos Humanos nacieron ante el horror del Holocausto, pero luego fueron un arma de lucha dual en un mundo bipolar: los bastardearon como valores de un pretendido occidente quienes cubrieron de dictaduras todo el continente; los esgrimieron las víctimas de esas mismas dictaduras, como último refugio de su dignidad.
Pero el mundo bipolar terminó, y con él las dictaduras a su medida. Los asesinos sobrevivientes son fantoches decrépitos, útiles sólo para que el poder muestre lo que siempre hace con sus descartables lacayos homicidas.
El nuevo poder globalizado no pretende asegurar los derechos de los explotadores, porque ya no hay explotados sino excluidos: su ideal es un 80 por ciento out y su objetivo es asegurar que se quede outside y sin chistar.
Al control social requerido por este poder, no le sirven los métodos de las viejas dictaduras ni de las policías empíricas que provienen de vicios del siglo XIX deteriorados aún más en el XX. Por eso está montando un control policial centralizado, basado en la tecnología de información. El Estado para la sociedad 80 y 20 cruza datos y confecciona radiografías de sus habitantes, con mayor información que la disponible por ellos mismos.
Incluso no serán necesarias muchas cárceles, porque es más barato y efectivo controlar electrónicamente la conducta, mediante chips, ya disponibles para encontrar perros.
Pero el 80 por ciento sobrante no se suicidará masivamente, por mucho que lo distraigan o envenenen. Tarde o temprano surgirán culturas alternativas a la del 20 por ciento incluido. La competencia por el mercado de la información bajará cada vez más los costos: las culturas alternativas dispondrán de información barata. Los excluidos del mundo se comunicarán. Los tanques de saber perderán su exclusividad: se podrá escribir una tesis, con idénticos materiales, en Harvard, en la Sorbona o en el Camino Negro.
La condición será que en el Camino Negro tengan un nivel mínimo de alimentación, salud y acceso a la educación. La lucha por estos objetivos deberá librarse en los municipios y las provincias e incumbirá en buena medida a los organismos de derechos humanos.
Pero satisfechas estas exigencias mínimas, a los excluidos les sobrará lo que les faltará a los incluidos: tiempo, es decir, existencia. Igual que los universitarios en las cárceles actuales, obtendrán mejores notas que los incluidos, porque tendrán todo el tiempo.
Se iniciará una nueva dialéctica entre la cultura incluida y las culturas excluidas, y la primera será cada vez más insatisfactoria y superficial. Esa será la dialéctica del mundo globalizado producido por la revolución tecnológica, diferente de la del mundo colonizado de la revolución mercantil y a la del neocolonizado de la industrial.
Pero el control social globalizado tratará de impedirla e inventará nuevos pretextos para su tecnología de vigilancia y represión. Y los organismos de derechos humanos tendrán nuevas tareas: defender los espacios de información y de expresión de las culturas alternativas.
Aunque parezca extraño, el discurso de Derechos Humanos del siglo XXI será en parte semejante al del siglo XVIII; recobrarán mucha prioridad los derechos individuales, a cuyo amparo se cobijarán las culturas alternativas.
De este modo, la perspectiva de los Derechos Humanos es devenir garantes de la nueva dialéctica entre incluidos y excluidos. La lucha por losderechos humanos no se extinguirá, sino que cambiará como lo hizo hasta ahora: al compás de las mutables amenazas del poder.

* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho. Universidad de Buenos Aires.

Por Osvaldo Bayer *

t.gif (862 bytes) Cincuenta años de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas”: la más hermosa página que pudieron concebir los seres humanos de la Libertad y la Dignidad. Principios convertidos hoy en la gran mentira y la burla por los poderes políticos y económicos que dominan el mundo.
Leamos el artículo primero: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
Es una de las máximas más sabias, comparable con la letra de una canción de cuna o de una poesía de amor. Pero ha quedado sólo en el papel, en un mundo en que hay millones de esclavos reales, de desocupados, de hambrientos, de niñas y niños prostituidos, de villas de emergencia, de exiliados, de minorías perseguidas y despreciadas, de cárceles indignas, de torturas, de genocidas libres.
La Argentina firmó ese documento ejemplar y décadas después se convirtió en el país donde se persiguió con los métodos más cobardes y repudiables a toda una generación. Pero lo más triste de esta Argentina es que después, los gobiernos constitucionales dejaron libres a todos los culpables de secuestros, torturas, robos a los detenidos, rapto de sus hijos y finalmente el asesinato y el ocultamiento de los cuerpos de las víctimas.
Luchemos para que los criminales terminen sus días en la cárcel y para que el pueblo repudie y no los vote más a todos los políticos de la obediencia debida, el punto final y los indultos que abusaron de sus mandatos democráticos pisoteando la Declaración de Derechos Humanos.
Pero no sólo son los verdugos uniformados que echan su sombra sobre nuestro presente y futuro sino todos aquellos poderes económicos, políticos y religiosos que los utilizaron para reafirmar aún más su poder y hoy siguen siendo los que ponen y sacan a los peones del tablero de la política.
Derechos Humanos significan esclarecimiento, educación, enseñar y dar el ejemplo en la vida cívica: por eso nuestra vocación democrática debe acompañar a la escuela pública y a la Universidad. Derechos Humanos significan restablecer la Salud Pública, el derecho al descanso de los ancianos y a la infancia feliz de nuestros niños, y la seguridad de un techo y un trabajo al hombre y a la mujer que se inician en nuestra sociedad.
Pero no olvidemos al mundo que nos rodea: estudiemos el sistema globalizado que lo domina y al conocer sus fines perversos apoyemos todo gesto de rebeldía de los humildes por llevar a la realidad el bello y poético artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

* Profesor titular y todos los docentes y no docentes integrantes de la Cátedra de Derechos Humanos. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires.

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