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“Hay varios que vieron cargar las
armas pero no se animan a hablar”

Un testimonio que confirma que, como adelantó Página/12, las armas argentinas salieron hacia Croacia desde la terminal 6 del puerto porteño.

Graciela Alcaraz, dispuesta a contar ante un juez lo que su marido le reveló antes de morir.
Ella vio cajas que creyó de vino o de “repuestos para Zulemita”. Eran las cargas de fusiles.

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Por Adriana Meyer

t.gif (67 bytes) “A ‘Doña María’ la apagaban y nadie sabía nada. Como yo no entendía, mi esposo me explicó que María es un sistema informático de control aduanero. Estuvo 72 horas en el puerto y en ese momento le dieron 400 pesos”. El marido de Graciela Alcaraz estaba a cargo del depósito portuario de Intefema y ella cree que se mató porque se sentía culpable de haber participado en forma involuntaria de los embarques de armas que salieron de la terminal 6 del puerto de Buenos Aires hacia Croacia, en febrero de 1995. Ahora tomó la lucha de sus compañeros portuarios como una bandera propia, lo cual la llevó a pedirle en forma personal al sobrino del ministro de Trabajo que los ayude. Pero Alcaraz dice que a cambio le pidieron que dejaran de hablar sobre las armas y que ella abandonara el grupo que protesta frente al Ministerio de Economía. No hubo arreglo.
“Mi marido tenía la llave del depósito de la terminal. (La muestra.) Si lo abren van a encontrar sus cosas. Cuando lo llamaban tenía que llevar vino porque los señores cenaban allí. El capataz se iba. Ricardo Alessandrelli (titular de Marítima Buenos Aires) y Mario Franchia andaban por allí.” La señora Alcaraz, ama de casa, 56 años y militante de la Democracia Cristiana en La Matanza, cuenta su historia con pasión, casi sin respirar. El eje del diálogo que mantuvo con Página/12 estuvo centrado en la noche del 2 de febrero de 1995. “Cuando lo echaron tuvimos que ir a mendigar a Plaza de Mayo. El estaba muy triste. El año pasado, un domingo de julio estaba mirando el patio. Me llamó y me dijo: ¿vos sabés que soy un pelotudo? Cuando le pregunté por qué, me respondió que lo habían usado en la terminal. ¿Te acordás las cajas que yo decía que tenían vino y vos me decías que eran repuestos para las motos de la hija de Menem, que lastratábamos con cuidado? Bueno, no había nada de eso. Había armas”. Este diario preguntó lo mismo que ella en aquel momento.
–¿Qué tipo de armas?
–Fusiles grandes. El las vio y me contó que había que cuidarlas, taparlas si llovía. Y un día estaban cargando y se rompió una de las cajas. Cayeron armas al agua. Esta gente –que no eran del puerto– les dijeron que siguieran cargando. Le pregunté cómo era posible que no hubiera control y me contestó que “a Doña María la apagaban” y nadie sabía nada. Como yo no entendía me explicó que María es un sistema de control. Estuvo 72 horas en el puerto y en ese momento le dieron 400 pesos. Tenía una ropa especial, blanca. Y yo le creí todo porque la persona que va a morir no miente. Me dijo que eso lo iba a tener que defender yo. Ese día me anunció su muerte dos veces.
–¿Cuándo falleció?
–Tres días después de contarme esto. El martes 1º de julio de 1997. Iba a cumplir 55 años. Se electrocutó en una obra en construcción en la que estaba trabajando cerca de casa. Yo no averigüé si fue o no un accidente. Me hace mal... (se emociona). No creo que lo hayan matado, quizá se quitó la vida. El estaba muy triste y deprimido por lo que había pasado. Se sentía como culpable porque era una persona muy sana y había participado involuntariamente de los embarques de las armas. Yo le leía los diarios sobre la causa de las armas y el tema de los muertos que hubo y eso lo afectó porque era muy católico. Y no se llevó el secreto a la tumba porque sabía que yo lo iba a contar.
–¿Cómo es su situación ahora?
–Yo estoy cobrando la pensión muy mal. Tenía muchísima bronca acumulada. Entonces se me ocurrió hablar con el ministro Antonio Erman González, pero me atendió el sobrino, Marcelo Nicolás, que es asesor. Estuve en su oficina en el piso 13 del ministerio y le expliqué que quería que me resolvieran el tema de la pensión. Me preguntaron qué sabía y les dije que mucho. Algunas de las cosas que no digo ahora se las voy a contar al juez que me convoque. Ellos me hicieron una oferta: si yo me apartaba del grupo de los portuarios que sigue protestando y denunciando lo de las armas, me solucionaban el problema. Les contesté que no. Si se hubieran ocupado de las 290 familias de los portuarios, yo no hablaba. Ya había dicho en la televisión que eran unos atorrantes porque habían usado a los estibadores y nunca les pagaron. Si a esta gente le dieran algo de dinero se termina el problema porque están cansados, tienen hambre, tienen deudas, perdieron esposas e hijos, no tienen nada. ¿Sabés lo que es perder la dignidad de persona por no poder llevar el pan a la casa? Parece que quisieran eliminarlos a todos.
–¿Hay más testigos de esos embarques de armas?
–Sí, hay uno que está muy enfermo. No puedo dar el nombre porque tiene temor, pero él me confirmó que lo que me dijo mi marido es cierto y lo saben más personas. Mi marido se murió muy triste por esto, yo ahora me siento liberada por haber hablado. El se fue livianito, pero me había dejado la carga a mí.

 

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