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SENTIMIENTOS E IDEAS ENCONTRADOS POR LOS PAGOS DEL ESTADO
La polémica de las reparaciones

En la Marcha de la Resistencia de esta semana, varios carteles afirmaron que aceptar las reparaciones económicas que  ofrece el Estado a las familias de desaparecidos “es prostituirse”. Hebe de Bonafini defiende esta cortante consigna  en su columna, mientras que Marta Dillon disiente y explica las razones  de los que aceptarán la   reparación ofrecida.

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OPINION
Tenemos derecho a ese dinero

Por Marta Dillon

OPINION
La vida sólo vale vida

Por Hebe de Bonafini

Fueron las pancartas más visibles de la 18a Marcha de la Resistencia. Las que se colgaron más alto, al parecer siguiendo una urgencia secreta que no reparó que a una de las palabras le faltaba la última letra. Bien arriba, resistiendo el viento, las telas escritas guardaban una cachetada para los pocos que entendían su mensaje: “El que cobra la reparación económica se prostituye”. Hay que estar bastante en tema para saber que reparación económica es un monto fijo de dinero con que el Estado –o sea los ciudadanos– indemniza a las víctimas de la dictadura. Claro que en el caso de los desaparecidos la heredan sus familiares directos. Es dinero, nada más. Que nunca alcanzará para silenciar el pedido de juicio y castigo. Que no nos hará olvidar ni perdonar. El dinero no repara la ausencia, no borra la historia, no empaña los ideales de los caídos. Hay quienes eligen cobrarlo y quienes no. Cada uno tiene argumentos suficientes –y respetables– para hacerlo o no.
Pero el insulto que llevaba por firma el logotipo de la Asociación Madres de Plaza de Mayo parece querer sentar una moral universal, la única: el que no lo acepta simplemente se prostituye. ¿Cómo digerirlo en silencio? ¿Quiere decir que Hebe de Bonafini –la única madre conocida por todos con nombre y apellido a pesar de que es ella misma la que no quiere nombrar a los caídos porque no son ellos sino lo que hicieron— guarda alguna verdad tan pura que se anima a calificar a quien no acuerde con ella? ¿Es que todos los que estábamos ahí y sí vamos a cobrar la reparación estamos entregando algo y necesitamos que vengan a decírnoslo? ¿Es acaso una advertencia? Semejante declaración colgada de los árboles suena demasiado a expulsión. “Me siento un imberbe”, dijo alguien ese día pensando en las columnas de Montoneros que fueron echados de la misma plaza.
Claro que si los aludidos en la Marcha de la Resistencia se hubieran retirado, la plaza hubiera quedado casi vacía. Y muchos de los jóvenes que resistieron batiendo los parches durante 24 horas eran hijos de desaparecidos que van a cobrar la famosa reparación y no van a entregar nada a cambio. Y ojalá que los miles de chicos que se enteraron que sus padres estaban desaparecidos cuando el Estado reconoció su responsabilidad hayan encontrado su lugar en la plaza antes de levantar los ojos y ver los carteles que los denigran.
En los secuestros que perpetraban las fuerzas de seguridad no sólo se llevaban a la gente. También les quitaron sus bienes y entre otras cosas mil veces más importantes –como su vida y su proyecto de una sociedad justa– la posibilidad de dejar una herencia para sus hijos. La reparación económica no repara ni nuestras heridas ni las de ellos, no guarda ninguna relación con el delito de genocidio que cometió el Estado. Ya no nos devolverán a los desaparecidos. Esa es la verdadera injusticia. Tenemos derecho a ese dinero. Y seguro que sería fantástico poder rechazarlo, decir la verdad, que la vida de nuestros familiares no tiene precio y dar vuelta la cara a los pobres valores de este mundo. Pero muchos no podemos. No queremos. Necesitamos la guita, para decirlo en buen criollo.
Esos carteles en la plaza fueron un golpe bajo. Un puño que golpea con intención de romper ¿Cómo se puede calificar despectivamente a quienes tomaron una decisión tan privada y dolorosa? ¿Acaso asociarse con un empresario como Daniel Grinbank no es prostituirse? ¿Todo el dinero que recibe la Asociación Madres de Plaza de Mayo viene de manos puras y revolucionarias?
Hebe de Bonafini nos tiene acostumbrados a sus opiniones lacerantes. Se opuso a que los hijos de desaparecidos cobraran una pensión. Se opuso también a que se los exceptúe del servicio militar obligatorio. Está en contra de que se levanten monumentos, que se coloquen placas, que se los llame con su nombre y apellido, que se ubiquen sus restos para tener una referencia, una, que nos permita hacer el duelo. Es muy respetable que ella se fije sus límites. Pero son los suyos. La vara de la ética no le pertenece. Es triste que todavía no se pueda reconocer al enemigo. No somos los que vamos a cobrar la reparación económica ni tampoco quienes nos insultan. El enemigo es el que nos hambrea y nos reprime, el que deja impunes a los asesinos. Cuando me toque el turno de recibir ese dinero mi hija sabrá que la casa en que vivimos es nuestra porque su abuela desaparecida nos ayudó. Y como lo hacemos cada cumpleaños llevaremos flores a una placa que se colocó en tribunales con los nombres y apellidos de los abogados desaparecidos. La nombraremos y gritaremos presente. Y deseo con todo mi corazón que esa casa que puedo conservar –la misma en la que viví con mi mamá– siga contando historias a mis nietos. La del horror del secuestro en ese jardín verde esperanza y la alegría de no haber bajado los brazos. Ellos también podrán rasparse la garganta gritando presente cuando escuchen su nombre. Y si estoy volveré a decir también presente para todos los compañeros. Para entonces seguro que esas voces filosas que intentan amputarnos la dignidad ya se habrán hecho silencio, aunque nunca calle la causa. Porque la lucha no es de uno o de otro. Es de todos. Es nuestra.
Las consignas de las Madres de Plaza de Mayo siempre fueron muy radicalizadas. Desde el mismo momento de nuestra creación, salir a la Plaza y no abandonarla en 22 años fue una acción revolucionaria y extrema. “Aparición con vida” fue una consigna muy cuestionada por todos los que escuchaban las voces de los partidos que ya empezaban a pedir muertos, cementerios y duelos. Muchos decían que exigir “aparición con vida” era una ofensa para los desaparecidos y una locura de las Madres.
Hoy sentimos que nuestros hijos están más vivos que nunca. Ellos viven en cada uno que lucha junto con su pueblo.
Ahora se nos cuestiona la consigna de la reparación económica.
Las Madres de Plaza de Mayo hacemos dos o tres encuentros nacionales por año en distintas provincias donde discutimos las consignas y las decisiones políticas de lucha. Nuestra Asociación tiene miles de Madres asociadas y 450 Madres en actividad agrupadas en las 15 filiales de todo el país.
Cuando llegó la “democracia” de la mano de los militares, se nos ofreció cadáveres, una pensión y algún monumento.
Después de muchas reuniones, la inmensa mayoría de las Madres de Plaza de Mayo decidimos rechazar todos estos ofrecimientos. Unas pocas que quedaron en minoría se fueron de la Asociación.
Hoy afirmamos que “el que cobra la reparación económica se prostituye”. Porque cobra de la misma mano que perdonó a los asesinos de nuestros hijos. Cobrar de los mismos políticos que golpearon la puerta de los cuarteles es prostituirse.
Nuestra Asociación hace 18 años llena la Plaza con todos los que luchan. Desde hace 22 años mantiene latente la lucha revolucionaria de nuestros 30.000 hijos desaparecidos. Las Madres de Plaza de Mayo sostenemos el compromiso de no abandonar la lucha, apoyadas por miles de jóvenes, 20 grupos de solidaridad en Europa, Australia y Canadá.
Las Madres de Plaza de Mayo socializamos la maternidad como forma única de lucha por todos y para todos. Jamás recibimos ni recibiremos dentro de los partidos políticos dinero o de los sindicatos cómplices de la represión.
El amor y el compromiso de la Plaza se gana y se demuestra cada jueves desde hace 22 años. Con frío y con calor, en Navidad o en Año Nuevo, si es jueves, allí estamos. También cada jueves, las Madres de Plaza de Mayo del interior del país marchan en sus plazas.
Tenemos el orgullo de haber realizado marchas en otras plazas del mundo, Pion Yangh, Bonn, Barcelona, Madrid, Milán, Roma, La Plaza de la Revolución en Cuba, Torrelavega, Galicia, California, Los Angeles, Perú, País Vasco, etc. En cada plaza reafirmamos nuestras consignas.
Reafirmamos que nuestros hijos jamás van a morir mientras haya jóvenes que sientan que la vida es el valor máximo de todo revolucionario, que la sangre no se vende, y, como decía Camilo Torres: “Ser revolucionario y amar la vida es no venderse jamás a cambio de gratificaciones, promesas y prebendas”.
¡Ni un paso atrás!

 

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