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Por Pablo Rodríguez Hemos despedido el ciclo de la fundación de la democracia y el resultado nos demuestra el grado de frustración de los venezolanos. El candidato triunfador ha estado alimentado por el pan de la rabia, la caída violenta de nuestra moneda y el incremento.... El domingo pasado, antes del cierre del escrutinio, las palabras del ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez fueron interrumpidas por violar la veda electoral, y para colmo, con un tono derrotista. Más tarde, el ex militar golpista Hugo Chávez era consagrado el nuevo presidente de Venezuela. Además de marcar el ascenso de un personaje excéntrico que quiere freír las cabezas de los políticos y que se compara con Jesús, este triunfo parece ser el fin de los grandes años de la Venezuela democrática que escapaba de 50 años de regímenes militares y de la Venezuela potencia que nadaba en petrodólares. En 1988, Pérez, como candidato del partido socialdemócrata Acción Democrática (AD), y Eduardo Fernández, del socialcristiano Copei, habían sumado en conjunto el 92 por ciento de los votos. Diez años después, ambos partidos apenas superaron el cinco por ciento, con un agravante: una semana antes de las elecciones, les retiraron el apoyo a sus propios candidatos para dárselo al candidato independiente Henrique Salas Romer, el único capaz de alcanzar a Chávez en las encuestas. Esta desesperada unión ante el espanto fue tan inútil que ahora tanto AD como Copei dan signos de aceptación a la propuesta más desafiante del ex golpista: convocar a una asamblea constituyente para reformar el sistema político e inclusive disolver al Congreso. El shock es aún más grande cuando se piensa que la primera mitad de este siglo fue gobernada por militares y que la alternancia del AD y del Copei en el poder se había estructurado precisamente para borrar la presencia militar en la vida política. Luego de la caída del régimen del general Marcos Pérez Jiménez en 1958, se promulgó una nueva constitución y se adoptaron medidas como la rotación anual de la oficialidad para evitar que naciera en los cuarteles cualquier foco golpista. En 1959, AD y Copei firmaron el llamado Pacto del Punto Fijo para repartirse la presidencia, el Congreso y los puestos municipales y provinciales. Este bipartidismo parecía un reloj: en elecciones abiertas, el Copei ganaba en un período presidencial y AD triunfaba en el siguiente. En los años 70, Venezuela parecía la oveja blanca de Latinoamérica, junto con México y Costa Rica. No sufrió en ese período ninguna dictadura y los problemas con la guerrilla se habían terminado en 1966. También era la excepción en términos económicos. En los años 20 Venezuela conoció su salvación: el descubrimiento de enormes reservas de petróleo en el río Orinoco. Pero fue durante los primeros gobiernos de Rafael Caldera y Carlos Pérez donde estalló el boom. En el inicio de la crisis del petróleo de 1973, Caldera rompió el tratado comercial preferencial con Estados Unidos y su gobierno se puso firme en las conferencias de la OPEP para subir el precio del crudo. En 1976, éste ya se había disparado y el nuevo presidente Pérez nacionalizó el petróleo. Además de ser inmunes a la oleada militar, los venezolanos habían podido defender sus intereses ante el mundo y salir airosos. Pero detrás de esta imagen triunfante nació la Venezuela saudita, esa que Chávez ahora insiste en destruir. En esos años, hasta fines de los 80, todos los legisladores, más sus séquitos familiares, estaban exentos del pago de servicios como la electricidad. Los cuadros altos de la empresa nacional Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA) tenían viajes en avión y gastos de tarjeta sin límites y se cometieron disparates como el de regalar un barco a Bolivia para solidarizarse con sus aspiraciones marítimas. El buque sigue fondeado en Panamá. Los problemas, por supuesto, no tardaron en llegar. El precio del petróleo no iba a permanecer en su nivel para siempre y las consecuencias se hicieron sentir en la economía interna y en la deuda externa, que no cesaba de crecer. Desde 1986, la desaceleración de la demanda mundial de crudo empujó aún más la crisis para un país en el cual el 80 por ciento de los ingresos fiscales del Estado viene del subsuelo. En 1989, el mismo Pérez volvió a la presidencia y al mes de asumir anunció un shock de medidas a la usanza neoliberal. Desde ese día, todo comenzó a descomponerse: la situación social, la credibilidad política y, sobre todo, la Venezuela saudita. La respuesta a las medidas de Pérez fue lo que se conoció como el Caracazo: una ola de saqueos y violencia que dejó cientos de muertos, heridos y detenidos. Exactamente tres años más tarde, Chávez inició su primer intento golpista y en noviembre repitió la experiencia dirigiendo el movimiento desde la cárcel. Aunque las rebeliones fueron sofocadas, la mayoría de las encuestas respaldaba al teniente coronel golpista. Los políticos comenzaron a ser el blanco preferido del discurso militar, reverdecido por los errores ajenos. Pérez fue destituido por corrupción en 1993 y al año siguiente Caldera, otro presidente que ejerció su segundo mandato, dio los signos finales del moribundo. Ganó las elecciones por fuera del Copei que él mismo había fundado, y una de sus primeras medidas de gobierno fue la liberación de Chávez, a sabiendas de que estaba desatando al monstruo. Pero ese monstruo fue el que en definitiva, ayudado por una espectacular caída del precio del petróleo (de 16 a 10 dólares el barril en este año), es el que representa la vuelta de página. Pérez y Caldera, los dos héroes de la Venezuela potencia, ya le dieron a su manera la bendición.
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