Que se vayan de paseo
Por Julio Nudler |
Ni creciente ocio para las masas, ni dinero para que éstas se lo costeen. Las vacaciones se vuelven más cortas, más erráticas (no eróticas), o caen bajo la cizalla de la incertidumbre. La jornada laboral se extiende, o deja de tener un límite preciso. Hay menos feriados, o su acatamiento se desreguló. Se dilata la edad jubilatoria. Los sindicatos ya no reclaman aumentos salariales. Se conforman con que no bajen, y pelean por la estabilidad en el empleo. Algunas veces se incrementa el aporte previsional. En cualquier caso, menos gente tiene la tranquilidad espiritual necesaria para echar el cerrojo, subirse al auto o al avión y desconectarse por algunas semanas. La mayoría siente que las vacaciones y los viajes de placer son un gesto y un gasto del que quizá tengan luego que arrepentirse. Este no es, solamente, el triste caso de los argentinos, sino la realidad universal, según asegura un informe del Consejo Empresarial de la Organización Mundial del Turismo, basado en un estudio de la consultora británica Horwath. En realidad, la investigación tomó 18 países, que generan un 73 por ciento del gasto mundial en turismo, y entre los cuales no figuró la Argentina. Con matices, a veces importantes, en todas partes la competencia global impone sus leyes, que los empresarios se encargan de aplicar sin miramientos. Mientras la concentración de la riqueza coloca a algunos por encima de estos displaceres, a niveles más democráticos irá esfumándose el hábito de las vacaciones largas. Su lugar será tomado, en el mejor de los casos, por recesos cortos que aprovechen algún festivo, porque una ausencia breve cuesta menos e implica un menor riesgo de no hallar al regreso lo que se dejó. Esto también reducirá el alcance de los viajes, que tendrán más de miniturismo que de periplo. Las jornadas a países exóticos se tornarán virtuales, vividas a través de algún canal de cable especializado. Esta curiosa forma de progreso económico, que obliga a renunciar y resignar, refleja la lucha desatada entre los productores por atrapar mercados que no quieren (proteccionismo) o no pueden (pobreza) comprar tanto como se les ofrece. Esa pugna pasa, de la peor manera, por cada trabajador, cada profesional, cada empresario, que oferta más y demanda menos. Esa es la respuesta defensiva de cada individuo frente al endurecimiento de la competencia, y consigue, a nivel agregado, volver todavía peor la situación de todos porque exacerba el desequilibrio entre oferta y demanda, que se expresa en la deflación. Mejor sería que todos se fueran de paseo.
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