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 "No sé lo
que va a pasar, no está en mis manos", confesó el presidente Bill Clinton en
Jerusalén, adonde viajó para reactivar el cumplimiento del tratado firmado en Wye Mills
(Maryland) entre palestinos e israelíes. Con esta afirmación Clinton se refería al
proceso de destitución (impeachment) iniciado en su contra, pero podría aplicarse
con igual valor al Estado de las relaciones palestino-israelíes. El proceso de paz está
actualmente en un punto muerto después de las declaraciones "unilaterales" del
líder palestino Yasser Arafat de fundar el año que viene un estado nacional palestino, y
de la respuesta del premier israelí, Benjamin Netanyahu, de suspender el repliegue de
Cisjordania. Clinton intentará forjar un consenso en el encuentro trilateral que se
celebrará hoy en la frontera de Gaza. Las tensiones que la precedieron significaron que la visita de Clinton ha tenido una recepción ambigua por ambas partes. Para empezar, el líder de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yasser Arafat, no cesó sus declaraciones de crear un Estado nacional palestino el año que viene por el anuncio de la visita, lo que endureció la determinación israelí de mantener suspendido el repliegue del 13 por ciento de Cisjordania. Netanyahu dijo antes de la visita: "Si quiere venir que venga; si no, no", y exigió que la ANP elimine por votación de sus miembros las cláusulas antiisraelíes en la Carta Nacional Palestina, acto que Arafat declara ya fue consumado. Asimismo, el arribo de Clinton extremó las tensiones en Cisjordania, adonde se produjeron combates con varias bajas. Clinton se mostró solidario con la posición de Netanyahu, pero más allá de prometer desbloquear 1200 millones de dólares para "responder a las necesidades de seguridad israelíes" no pudo aportar mucho más al proceso de paz. El dinero, en realidad, tampoco lo puede donar Clinton por sí solo. El Congreso norteamericano debe aprobar todavía esta ayuda suplementaria a Israel (que recibe anualmente 2900 millones de dólares en ayuda norteamericana), pero ahora está concentrado en el debate sobre el impeachment que comenzará el jueves. En efecto, Clinton llega en un momento en el cual la posición de todos los firmantes del acuerdo (incluido él mismo) está debilitada por fuertes ataques de su oposición interna. En Israel, Netanyahu se enfrentará la semana próxima a una moción de censura de su parlamento (el Knesset) en una iniciativa que hasta ahora parece unirá a los laboristas con la extrema derecha para derrocarlo. Su par palestino Arafat, por su parte, recibió ayer el pedido de la oposición de anular el tratado de Wye y llamar a elecciones en el parlamento palestino, las cuales podrían llevar al bloque antiisraelí al poder por el desgaste que sufrió Arafat por el acuerdo de Wye. El caso más grave, sin embargo, es el de Clinton, el garante de Wye, quien enfrenta la posibilidad de ser destituido en menos de un mes. Cuando se presente el jueves a debate la moción del impeachment, Clinton no podrá contar con el apoyo en el grupo crucial de los 20 republicanos moderados, de los cuales algunos parecen incluso estar girando a favorecer su destitución. Una situación similar forzó a Richard Nixon a renunciar en 1974, un paralelo que no deja de disgustar al actual presidente. "No tengo intención de renunciar", afirmó Clinton tajante en la conferencia de prensa que se celebró en Jerusalén, adonde le preguntaron más sobre la posibilidad de su impeachment que del proceso de paz. La declaración vino en respuesta de la demanda explicitada ayer por el líder republicano de la comisión, Henry Hyde. "Tiene que marcharse con honor", explicó Hyde, agregando una amenaza final que ya parece redundante. "Si no lo hace, es difícil predecir las consecuencias".
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