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Por Mariana Enríquez El escenario de Monsters of Rock, en el estadio de Vélez, estaba sobre una de las plateas, lo que provocaba la ilusión óptica de que la cancha se había achicado. Algo que no estaba del todo mal, al menos porque de esta forma se notaban menos los espacios vacíos. El festival convocó 20.000 personas, la mayoría fans de dos grupos claves para la expansión local del género como Iron Maiden y Slayer. Durante ocho horas largas, los fans vivaron a sus bandas con una sorprendente falta de desbordes pasionales, que en ciertos tramos se acercó a la frialdad, un dato extraño para el género. Es que ninguna de las bandas que participaron de Monsters of Rock es dueña hoy de una convocatoria masiva. Iron Maiden tiene una afición fiel, y Slayer es un fenómeno de culto entre los heavies argentinos. Pero, en 1992, Maiden (con su mítico cantante Bruce Dickinson) convocó 30.000 personas. En 1996, llenó dos veces el estadio Obras, aunque en esta oportunidad Dickinson ya se había ido de la banda, y su reemplazante, Blaze Bayley, nunca logró "ganarse" a los fans. Cuando tocaron el sábado a partir de las 23, algo quedó claro: Maiden vive de recuerdos. Sus cd's más recientes, The X Factor y el flamante Virtual XI no tienen temas que puedan compararse a himnos como "2 Minutes to Midnight" o "Number of The Beast". Siguen sonando bien, siguen siendo muy profesionales... pero la magia se terminó. Eso sí: los fans hicieron estallar algunos petardos. Sin embargo, hay que decirlo: este público heavy es angelical comparado con el de La Renga, por ejemplo. Slayer estuvo sobre el escenario a partir de las 21, con un sonido que rayaba en lo insoportable: chirriante y a un volumen aterrador y desproporcionado, aun para una banda extrema. No fueron responsables de los problemas: los equipos de sonido propios nunca llegaron a Argentina, y tuvieron que tocar con material prestado. Los fans vitorearon los primeros temas (más bengalas por allí) y regalaron cantitos de "Slayer es un sentimiento", cosa que casi hizo sonreír al cantante Tom Araya ("casi" porque Araya cuida tanto su imagen de malo que una sonrisa sería casi un fenómeno de otro mundo). La banda cultiva el speed metal, una de las tantas clasificaciones del heavy, que podría describirse como muy rápido, muy podrido, muy extremo. Slayer es de difícil digestión, y el show del sábado no fue la excepción. Con letras que se dedican casi exclusivamente a las invocaciones demoníacas, la sangre y la destrucción, entregó un set atroz donde no faltaron "hits" como "Reign in Blood", "Angel of Death" y "Seasons in The Abyss". Más allá de que no contaron con una gran legión de fans, lo más interesante artísticamente de un festival devaluado fue Soulfly. La nueva banda de Max Cavalera, ex cantante de Sepultura, mostró una forma distinta de entender el heavy metal. Fusionado con ritmos latinos, tribales, macumberos, con deudas del hardcore y el hip hop, pero sin renegar de la cuota siniestra, lo de Soulfly es una suerte de música pesada pero bailable, la banda de sonido de una comparsa del Carnaval de Río de Janeiro que se hubiera vuelto loca. Temas como "Tribe" y "Attitude" levantaron a la alicaída multitud. Y aunque la insistencia en la "unión de las tribus" y todo el discurso "positivo" de Cavalera puede provocar saturación, los resultados musicales son interesantes. El micro-show cerró con Andrés Giménez y Marcelo Corvalán de A.N.I.M.A.L como invitados en un cover de los Beastie Boys, y muchos quedaron con ganas de más. El resto fue de Helloween, Angra y O'Connor. Helloween es una banda alemana que produce heavy a la antigua usanza. El sonido no la ayudó pero Andy Deris, el cantante, se las arregló para entenderse con la audiencia, que coreó temas como "Power". Un set breve y tedioso, a pesar de la excelencia técnica de los músicos. Los brasileños Angra, en el mismo estilo, son más eclécticos ya que incorporan influencias del folklore de su país. O'Connor, del ex Hermética y Malón Claudio O'Connor hizo un show correcto: más no se le puede pedir a una banda que toca música dura a las 16 de un día de sol. En resumidas cuentas al Monsters of Rock le faltó brillo, con la excepción de Soulfly. Se escuchaban por allí reclamos de una mayor variación en los estilos convocantes: hubiera sido más interesante traer bandas como Deftones o Fear Factory, los nuevos rostros del heavy, que le habrían dado al festival un renovado interés. Habrá que esperar al Monsters of Rock de 1999. Si es que lo hay.
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