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SAFARI

Por Antonio Dal Masetto


t.gif (862 bytes) Lamentos en el bar. Esta vez el problema es la proximidad de las fiestas. Nadie tiene un mango partido al medio. Nos preguntamos: ¿Y los regalos? ¿Y

el pan dulce? ¿Y la sidra? ¿De dónde sacamos para todo eso? Por si esto fuera poco, el gallegona32fo01.jpg (21866 bytes) acaba de colgar un cartel detrás del mostrador: Se fía pero no demasiado, consultar en gerencia.

--Hagamos una vaquita --sugiere Nancy--, juntemos lo que podamos, armemos una cooperativa de consumo para una compra general y después repartimos las adquisiciones por partes iguales.

Nos damos vuelta los bolsillos y lo que cae son algunas monedas, tarjetas de crédito con el crédito agotado, vales de comida, rifas y unas cuantas pelusas. Escarbando, logramos juntar 112 pesos.

--Organicemos un safari --dice Espoleta.

La propuesta nos suena rara, pero igual lo miramos con interés porque cualquier señal de posible solución nos da ánimo.

--Pongo mi jeep Mehari al servicio de la expedición --sigue Espoleta--. El safari parte a las nueve de la mañana. Vistan ropa holgada, camisas cazadoras, de esas que usaba Hemingway, con muchos bolsillos. Zapatillas. Traigan talonarios y biromes para ir anotando las ofertas, y si es posible una calculadora. También tuppers y una heladerita de telgopor. No se olviden de las cantimploras y los bidones de plástico.

--¿Cantimploras y bidones llenos de agua?

--Vacíos, ya los vamos a llenar.

--Bien, jefe --decimos todos.

--El safari se divide en dos fases. Una es la recolección de productos gratuitos. La segunda es la inversión del capital. Compraremos sólo cuando encontremos una oferta extraordinaria. Yo decido lo que es barato y lo que es caro.

--Sí, jefe.

A la mañana siguiente nos volvemos a encontrar en el bar.

--Nancy, usted se queda acá --le indica Espoleta--. Va a coordinar el safari desde el campamento base. Pídale prestados al kiosquero los suplementos con las ofertas de los supermercados. Escuche la radio. La llamaremos para cotejar las ofertas que nosotros encontramos con las que usted tiene. Su tarea es fundamental. Repito: la plata no se gasta hasta que descubramos una pichincha. En marcha.

Nos acomodamos en el Mehari. Espoleta trae un mapa de la ciudad y un largavista. Tomamos por una avenida. Espoleta rastrea con el largavista la presencia de promotoras de productos alimenticios en las puertas de los negocios.

--Presa a la vista --avisa Espoleta.

Paramos y desfilamos de a uno por los puestitos de las promotoras. Las bebidas van a parar a los recipientes que están prolijamente diferenciados: gaseosas, aperitivos, vinos, licores, sidra y champagna. Los bocaditos, sandwichitos, chizitos, yogures, galletitas con paté, van a los tuppers y luego a la heladera de telgopor.

Realizamos el mismo trabajo cuando entramos en los supermercados.

--No se distraigan, no miren las gambas de las promotoras --dice Espoleta--. Y que a ninguno se le ocurra comerse algo porque le corto los dedos.

--Sí, jefe.

--Yo no le sugiero a nadie que robe, pero si pueden traerse algunas bolitas de los arbolitos de Navidad que están en las entradas de los supermercados, bienvenidas sean. No hay que desperdiciar nada. Todo hace panza.

--Sí, jefe.

Mientras tanto anotamos las ofertas y hacemos algunos llamados al campamento base. Nancy está cumpliendo una tarea de gran eficacia. El safari nos ha ido llevando hacia los barrios del sur de la ciudad.

--En Avellaneda hay un montón de hipermercados nuevos --dice Espoleta--. Hagamos una incursión en la provincia. Ahí deben de estar las mejores piezas.

Cruzamos el puente y del otro lado nos para la cana. Terminamos en la comisaría porque los papeles del Mehari no están en regla. Nos confiscan la mercadería y nos hacen esperar en una habitación. Del otro lado de un vidrio opaco divisamos a unos cuantos policías sentados alrededor de una mesa masticando y bebiendo. Es la hora del té.

Comenzamos a sospechar que se están lastrando nuestras provisiones.

Una hora después aparece un sargento:

--Bien, muchachos, por hoy pueden seguir viaje, pero pongan los papeles del coche en regla porque cada vez que pasen por acá están fritos.

--¿Y los productos? --preguntamos.

--Pónganse contentos que los dejamos ir, podrían quedarse acá hasta el seis de enero.

Nos agarra una gran depresión. Pero Espoleta no se rinde:

--Empecemos de nuevo. Hagan de cuenta que caímos en un pantano y nos atacaron los reducidores de cabeza. Estas cosas pasan. El error fue venir al sur. Los supermercados cierran a las diez de la noche, tenemos unas cuantas horas por delante. Partamos para la zona norte, Vicente López, Olivos, que ahí están los ricos, regalan más cosas y los canas están mejor comidos.


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