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El juez Bagnasco pidio la captura de Acosta, que no se presento a declarar
De cómo se lanzó la cacería del Tigre

Se esperaba que el represor declarara y el juez lo encarcelara. Pero el Tigre se escapó. Ahora es un prófugo buscado por la justicia argentina y la española. Si lo detienen en la Argentina quedará incomunicado. Si lo apresan afuera, quedará a disposición de Garzón.

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Jorge “Tigre” Acosta había sido escrachado por un periodista y un fotógrafo de Página/12 el domingo.
Ayer, el amo de la vida y la muerte en la ESMA planteó una chicana a través de sus abogados y huyó.


Por Adriana Meyer

t.gif (67 bytes) El feroz represor de la Escuela de Mecánica de la Armada, Jorge “Tigre” Acosta, se asustó y no se presentó a declarar ante el juez Adolfo Bagnasco, en la causa que investiga la sustracción sistemática de los hijos de los desaparecidos. El magistrado pidió su captura nacional e internacional y lo declaró prófugo. La Policía Federal, la Prefectura, la Policía Aeronáutica y la Dirección Nacional de Migraciones lo están buscando. El abogado de Acosta, Carlos Mazzucco, dijo a Página/12 desconocer esta situación, pero no quiso responder sobre el paradero del represor porque “no acostumbro hablar con periodistas”.
El torturador estaba citado para las diez. Los policías que rodeaban el edificio de los Tribunales Federales y algunas agrupaciones de derechos humanos y de izquierda no tuvieron motivo de tensión. Bagnasco esperó hasta el mediodía, verificó que la Marina hubiera cumplido en notificar al represor de la citación y tomó la decisión. Mazzucco presentó un escrito en el que solicitó una postergación de la audiencia para después del 30 de diciembre. Pero como el pedido no estaba argumentado en forma suficiente, con relación a la gravedad de la imputación que pesa sobre Acosta, el juez decidió desestimarlo. Si alguna de las fuerzas de seguridad lo encuentra en el país deberá detenerlo y remitirlo a la Unidad de Gendarmería de Campo de Mayo, donde estuvieron Emilio Massera, Antonio Vañek y José Suppicich. Y, a partir de ese momento, quedará incomunicado. En esas condiciones sería llevado ante el magistrado. Si Acosta fuera encontrado en el exterior la situación podría complicarse porque el pedido de captura dictado por el juez español Baltasar Garzón es anterior al de Bagnasco. El Tigre podría terminar preso en España antes que en Argentina. Sus 56 años –que parecen más, según las fotografías obtenidas el domingo pasado en Pinamar por este diario– no le permiten obtener el arresto domiciliario.
Es costumbre del torturador hacerse esperar. El 3 de marzo faltó a la citación de la Cámara Federal de la Capital en el proceso que investiga la verdad sobre los desaparecidos. Se presentó recién un mes después y repitió ante los familiares de sus víctimas cuarenta veces la misma respuesta: “No voy a contestar”. Acosta estuvo tan sólo cinco meses preso en 1987, antes de ser beneficiado con la Ley de Obediencia Debida, y se acostumbró al cómodo cobijo de la impunidad. No se animó a cruzar las fronteras como Pinochet, pero pensó que podía pasar por una ciudad balnearia como un turista más, en remera y short. La impunidad para él también implica desconocer a la Justicia que ahora lo reclama para que rinda cuentas sobre la apropiación de los hijos de las detenidas nacidos en el horror de la ESMA. Lo demostró con la aclaración que hizo ante los camaristas federales en abril: “No conozco el marco legal procesal dentro del cual va a ser tomada mi declaración. Cuando esto quede claro, voy a asumir la responsabilidad que me corresponde”.
Desde ese momento quedó evidenciado su temor a quedar encerrado por los gravísimos delitos cometidos. Presentó un escrito en el que pedía que se le aclarara en calidad de qué había sido convocado, porque no le resultó garantía suficiente la vigencia de las leyes de perdón y el indulto. Hace dos meses la Corte Suprema rechazó un planteo de Acosta para no concurrir a la Cámara Federal, y estableció que los militares acusados de violaciones a los derechos humanos están obligados a comparecer ante la Justicia. El clima internacional y nacional imperante tras la detención aquí de Videla, Massera y otros de sus ex superiores, y las peripecias que vive el dictador chileno Augusto Pinochet en Londres pueden haberlo asustado un poco. La idea de volver a la cárcel le resultó más intolerable que ponerse en situación ilegal y desaparecer.
La causa que impulsan seis Abuelas de Plaza de Mayo en el juzgado de Bagnasco se inició en diciembre de 1996 para investigar si existió un plan sistemático de apropiación de sus nietos nacidos en campos clandestinos de detención durante la dictadura. Los 30 militares imputados integraron la cadena de mandos de los centros de la ESMA y de Campo de Mayo. En el expediente declararon más de 50 personas, entre sobrevivientes de esos centros y personal médico que se desempeñó allí.
El Tigre Acosta tenía más poder en la ESMA que sus directores. Tenía acceso directo al ex almirante Emilio Massera, quien alguna vez lo calificó como “un loquito e irracional que tenía una bomba atómica en la cabeza”. Como jefe de Inteligencia del GT 3.3.2 era quien decidía sobre la vida y la muerte en aquel submundo por donde pasaron 5 mil desaparecidos. Si no aparece hoy, las fuerzas de seguridad estarán una vez más a prueba. Ya podría haber abandonado el país, quizá rumbo a Sudáfrica, otrora aguantadero de la ESMA. Es posible que su ex compañero en ese infierno, Jorge Vildoza, le dé una mano ahora que comparten la clandestinidad.

 

Balza no se preocupa

El jefe del Ejército, Martín Balza, se defendió ayer de las versiones que sugieren que existe malestar en esa fuerza a raíz de las detenciones del ex presidente de facto, Jorge Rafael Videla, y del ex almirante Emilio Massera por su participación en el robo de bebés durante la dictadura militar. Esta situación –insistió a la salida del acto de egreso de oficiales de las tres fuerzas armadas– no ha producido perturbación. “Es un tema de la Justicia, a la cual respetamos”, dijo. El último lunes Balza realizó ante la nueva promoción de oficiales del Colegio Militar una autocrítica por la participación del Ejército en la represión ilegal, cuyos términos reiteró ayer. De lo que no quiso hablar es de su posible renuncia si la Justicia lo cita a declarar en la causa por la venta de armas a Ecuador y Croacia.


Persona no grata
Por Alberto Viñas

Después del escrache de Miguel Bonasso, la casa que ocupaba Jorge Eduardo “el Tigre” Acosta con su familia se encontraba, en horas de la tarde de ayer, con todas las persianas bajas, con la reja de seguridad que protege la entrada a la cocina colocada y asegurada, y sólo quedaban como mudo testimonio en el patio trasero un par de sillas de playa. En el frente ya no se veía al jeep Marutí, tampoco el BMW. Sí la Ford F 100 ubicada bajo el semicubierto del lateral derecho de la vivienda. La propiedad figura en los registros oficiales bajo la Partida Provincial Nº 00341985, y la Partida Municipal 006129/8, Código 3: un lote de 15 metros de frente y 510 metros cuadrados de superficie. Tanto la parcela 2 (que aparece como lote baldío pese a que en él está la construcción fugaz refugio del Tigre), cuanto la parcela 3, se encuentran, según estos registros, a nombre de Edda Vilma Daidone
El intendente municipal Blas Antonio Altieri evitó pronunciarse sobre el asunto. Ayer no se encontraba ni en su domicilio ni en su empresa y mantuvo su celular apagado. Distinta fue la actitud del presidente del Concejo Deliberante, Ricardo Cap, quién ayer redactó el Proyecto de Resolución por la cual se declarará en la sesión de mañana “Persona no grata en el territorio del Partido de Pinamar” al represor y hoy prófugo “Tigre” Acosta. Esta medida, inédita en este lugar, según informó Cap, será votada por consenso y unanimidad de todos los bloques con representación política en el Concejo.

 


 

UN RELATO SOBRE EL REPRESOR POR UN SOBREVIVIENTE DE LA ESMA
“Era el responsable de nuestras vidas”

Por L.V.

t.gif (862 bytes) Alberto Girondo era militante montonero. Entre 1977 y 1978 estuvo desaparecido en la Escuela de Mecánica de la Armada, cuando el capitán de corbeta Jorge Acosta era el jefe del grupo de tareas 3.3.2 y virtual dueño del centro clandestino de detención. “El día que caí Acosta fue el primero en ir a verme; recuerdo que se presentó con su nombre real y eso me llenó de espanto, porque significaba la muerte”, cuenta ahora, de paso por Buenos Aires, donde vino para declarar en la causa que sigue el juez federal Adolfo Bagnasco.
–¿Acosta se presentó a cara descubierta?
–Sí, como nadie lo hacía. Es más: se dio a conocer no sólo con su nombre, sino que a su apellido agregó el materno. Esto era como decirme ‘ya estás muerto; estás a mi disposición, absolutamente bajo mi voluntad’. Para él era absurdo jugar a los nombres de guerra; prefería demostrarnos que nos podía matar cuando quisiera. Le gustaba demostrar su poder.
–¿Cómo?
–El era el responsable de los prisioneros; quiero decir que él dirigía los interrogatorios, torturaba, pero además era el responsable de la vida de cada detenido. En rigor los traslados, la muerte de los detenidos, se definían en una reunión grupal, pero Acosta jugaba permanentemente con eso; daba y quitaba en un juego macabro. Nos amenazaba con la muerte mientras ofrecía sacarnos la capucha o los grilletes por unas horas, esas pequeñas ventajas que son todo cuando se está golpeado, aislado, con frío, en condiciones infrahumanas. A mí no me torturó, pero sé por otros compañeros que era el más sádico de los torturadores. Iba y venía de la capucha al sótano, torturando prisioneros, dando órdenes... nos llenaba de terror porque podía entrar en cualquier momento. Un día yo estaba en la enfermería. Estaban torturando a alguien en el cuarto de al lado y se oía la música a todo volumen mezclada con los alaridos del atormentado que aullaba al otro lado. Yo no sabía si era de noche o de día, porque estaba la luz prendida constantemente, nunca sabía qué hora era. Lo veo a Acosta entrando y diciendo “¿no podés dormir, no es cierto? Vos si seguís así te vas a ir para arriba”. Irse para arriba, claro, era morir.
–¿Cómo usaba Acosta su relación con Massera?
–Se comportaba como alguien de un rango superior, trataba a los superiores como iguales. El se atribuía los éxitos de la represión del Grupo de Tareas. Y parecía que eso le daba derecho a manejarse como quería. Por ejemplo, comenzó a llevar a ciertos prisioneros a comer a restaurantes caros. Sacar a alguien de la capucha, donde estaba en la miseria más absoluta, en la suciedad, ponerlo en un auto, llevarlo a comer a un restaurante caro, mostrarle la libertad... una forma de volver loco a cualquiera y al mismo tiempo una forma de recompensa para el que colaboraba.
–También se adjudicaba la creación del staff, de la pecera, de todo lo que podía mostrar como la conversión al masserismo de los detenidos.
–Acosta tenía un proyecto propio de poder, quería hacer política y pesar políticamente dentro del arma. Sobre todo porque quería llegar a ser la mano derecha de Massera. A fines del ‘76 el Grupo de Tareas había secuestrado a cientos de personas. A principios del ‘77, se estima que dos mil o tres mil hombres y mujeres habían pasado por la ESMA, y la mayoría había desaparecido. Esto representaba poder; poder hacia dentro de la Marina y poder para Massera en relación a las tres armas. Acosta siempre trató de atribuirse la efectividad en la represión. Quería mostrar su iniciativa, su actividad. Jugó la carta de Massera: que Massera fuera presidente y él la eminencia gris de ese gobierno, su hombre de confianza.Todos ellos vivían en un estado de conciencia de impunidad total. Esto que pasa ahora nunca estuvo en sus cálculos.

 

OPINION
El Tigre de papel

Por Miguel Bonasso

El hallazgo de Pinamar es el corolario de una búsqueda de veinte años, que se convirtió en obsesión personal. El primer escrache histórico del Tigre Acosta, fue la denuncia –en plena clandestinidad– del primer fugado de la Escuela de Mecánica de la Armada, Horacio Domingo Maggio, el entrañable “Nariz”, que la hizo circular por el mundo en 1978, a través del coraje del periodista Richard Boudreau de Associated Press. Hasta ese momento nadie sabía, ni en el país ni en el mundo, que el demonio mayor del infierno ESMA era el entonces capitán de corbeta Jorge Eduardo Acosta (alias “el Tigre”). Acosta se puso tan paranoico con esa denuncia –que silenció en forma unánime la prensa argentina– que hasta cambió su alias: dejó de ser “Santiago” y pasó a ser “Aníbal”. Pocos meses después de realizar su denuncia, el Nariz cayó enfrentando con piedras a una patota del Ejército. Su cadáver acribillado y ensangrentado, arrojado sobre el piso de una camioneta, fue exhibido por el Tigre ante una ronda de aterrados prisioneros. El segundo escrache tuvo el honor de organizarlo el que escribe estas líneas y fue en París, hace exactamente veinte años, en la sede del Partido Socialista Francés, con la presencia solidaria del actual primer ministro Leonel Jospin y el fallecido presidente François Mitterrand. El protagonista de esa histórica rueda de prensa (que también fue censurada en la Argentina) fue Jaime Feliciano Dri, el segundo fugado del inframundo ESMA. En aquellos días me asomé con espanto a los secretos de la Escuela y a la personalidad siniestra del jefe de Inteligencia del campo de concentración. En un humilde departamento de la banlieu parisina, el Pelado Dri me contó decenas de historias terribles: el calvario de las monjas francesas, el asesinato de Elena Holmberg, los partos clandestinos en la llamada “maternidad Sardá” que funcionaba en la Escuela y el robo de niños que eran arrancados a sus madres y entregados a los represores, bajo la supervisión y el mando del Tigre y su jefe, el capitán de navío Vildoza, prófugo de la Justicia (desde hace años) por haber robado para él mismo al hijo de Cecilia Viñas y Hugo Penino. Pero hubo una historia en aquel otoño francés que me pareció particularmente reveladora sobre el personaje del Tigre, que Dri me describía. La de Sergio Tarnopolsky, que era conscripto y asistente de Acosta. Porque fuera en verdad militante o porque el Tigre simplemente lo sospechara, Sergio Tarnopolsky fue secuestrado junto con cuatro miembros de su familia: Betina, Blanca y Hugo Abraham Tarnopolsky y Laura De Luca de Tarnopolsky. Sólo quedó vivo y libre de casualidad Daniel Tarnopolsky, un muchacho de 19 años que anduvo deambulando como un sonámbulo por las calles de Buenos Aires hasta que pudo escaparse a Francia. Sin saber por qué había perdido a todos sus seres queridos en dos golpes brutales asestados en la madrugada de los días 14 y 15 de julio de 1976, por la patota del Tigre. Su hermano Sergio, el asistente de Acosta, fue bárbaramente torturado por el oficial de la Policía Federal Roberto González (alias “Federico”) y por el propio jefe de Inteligencia de la ESMA. Que amaba la tortura al punto de ir los domingos por la tarde al sótano de la Escuela vestido aún con su atuendo de yatchman. Dri me contó también que Acosta ya era, además de un feroz represor, un corrupto, que hacía negocios con el botín de guerra; con todas las pertenencias de los desaparecidos (ropas, heladeras, televisores, radios) que se acumulaban en el Pañol Grande en macabras hileras, como en un inverosímil almacén del terror. El Tigre volvía una y otra vez a nuestras conversaciones, hasta que decidimos exorcizar su macabra figura plantándolo para siempre en un libro que fuera, como quería Quevedo, recuerdo de la muerte. Y esas charlas de la banlieu parisina, pobladas de gritos en el sótano y madrugadas de espanto en Capucha, vinieron a mi cabeza el domingo pasado, cuando crucé la avenida Bunge, seguro ya de que teníamos al Tigre en el cepo. Intuyendo que, sin el Estado por detrás, era un tigre de papel.

 


 

La búsqueda de la verdad en pleno Campo de Mayo

Jueces, peritos, antropólogos y miembros de HIJOS asistieron a una excavación en busca de los restos de Santucho y Urteaga.

Las excavaciones realizadas en pleno regimiento demostraron la existencia de un “museo de la subversión”.
“Es un logro que la Justicia permita que entremos y tratemos de encontrar los cuerpos”, explicó un hijo de Urteaga.

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Por Victoria Ginzberg

t.gif (862 bytes) Los albañiles levantaron la alfombra amarilla, rompieron el piso y empezaron a cavar. Estaban en una dependencia administrativa de la mutual del Círculo de Suboficiales del Ejército, dentro de Campo de Mayo, y comenzaban la búsqueda de los restos de los máximos líderes del Ejército Republicano del Pueblo (ERP), Mario Roberto Santucho y Benito Urteaga. Trataban de encontrar el sótano, parte del “Museo de la Subversión” que funcionó allí durante la dictadura. “Un sótano hay acá”, dijo un oficial que presenciaba el trabajo y levantó una tapa del piso. En ese momento se descubrió un pozo que conducía a una réplica de la “Cárcel del Pueblo” donde estuvo detenido el mayor Argentino del Valle Larrabure, secuestrado por el ERP, una prueba irrefutable del funcionamiento del museo y una pista importante para localizar los cuerpos.
El funcionamiento normal del Regimiento de Campo de Mayo fue interrumpido ayer por la presencia de jueces, abogados, peritos arquitectos, antropólogos, familiares de Santucho y Urteaga y un grupo de chicos de la organización HIJOS. Cerca de la Puerta Cuatro, adentro de una casa de unos veinte metros de frente donde actualmente funciona una dependencia administrativa de la mutual del Ejército, se hicieron dos pozos de unos dos metros de profundidad. Allí, según el testimonio del suboficial Víctor Ibáñez, se encuentran enterrados los cuerpos de los máximos dirigentes del ERP. Se presume que en ese lugar podría estar sólo Santucho y que los restos de Urteaga se encontrarían cerca de donde funcionó el Centro Clandestino de detención El Campito, también en Campo de Mayo.
Aunque el dictador Jorge Rafael Videla y los generales Santiago Omar Riveros y Fernando Verplaetsen negaron que hubiese existido un Museo de la Subversión, varios testigos –militares y civiles– aseguraron que existió y que funcionó donde hoy está la mutual del Ejército. De hecho, en los planos que la fuerza entregó a los peritos, el lugar está señalado con la palabra “museo”. Según Ibáñez, los cuerpos de Santucho y Urteaga fueron exhibidos en esa casa como “trofeos”.
“Las cosas estuvieron acá hasta el ‘95 y fueron llevadas al Museo del Ejército de Ciudadela”, reveló ayer un oficial. Desde hace tiempo se sabe que la colección del museo estaba formada por armas, volantes, el diploma de contador de Santucho y hasta discos de Mercedes Sosa. Manuel Gaggero, abogado de los familiares de las víctimas junto a Elena Mendoza, aseguró que iniciará querellas por falso testimonio contra Videla, Verplaetsen y Riveros. En esta causa se espera que declare el actual jefe del Ejército, el general Martín Balza, y el último presidente de facto, Reynaldo Bignone. El testimonio de Balza fue pedido porque Videla señaló que aún podría haber documentación en el Estado Mayor del Ejército.
“Es una ocasión importante para conocer la verdad, que es un derecho de todos los familiares. Demuestra que la Justicia funciona cuando existe un consenso en la sociedad”, aseguró por la mañana Julio Santucho, hermano del líder del ERP. Mario y Ana, hijos de Santucho, y Facundo y José, hermano e hijo de Benito Urteaga, también estuvieron en Campo de Mayo presenciando la tarea iniciada ayer por arquitectos y miembros del Equipo Argentino de Antropólogos Forenses.
“Ya es un logro que la Justicia permita que entremos y tratemos de encontrar los cuerpos, es como desmitificar lo que significó la impunidad de los militares”, afirmó José, testigo, a la edad de dos años y medio, del operativo en el que cayeron Santucho, Urteaga, Domingo Menna, Liliana Delfino y Ana María Lanzillotto. Para José, entrar a Campo de Mayo fue como “meterse en la boca del lobo”. “Nunca tuve mucho respeto por el culto a la muerte pero es muy importante reconstruir la historia. Encontrar loscuerpos es una deuda con mi abuela y mi familia. Pero además, puede ayudar a saber qué pasó con otros desaparecidos”, dijo José a Página/12.
El tiempo que puede durar la búsqueda es incierto y tampoco se sabe si finalmente los restos serán hallados. El juez federal de San Martín Alfredo Bustos amplió la medida cautelar que existía para que no se altere el lugar, a un importante predio que rodea la casa en la que se excavó. Además se mostró proclive a ampliar el área de la investigación a las proximidades de El Campito, a unos seis kilómetros del lugar en que se trabajó ayer. Se presume que allí no sólo podrían encontrarse los restos de Urteaga sino también los de otros desaparecidos. Sin embargo, la tarea de los antropólogos es más difícil cuanto menos restringida está el área de búsqueda y la zona cercana al ex centro clandestino no está bien precisada. “Si estamos acá es porque pensamos que los podemos encontrar, no tenemos certezas pero tenemos grandes expectativas”, afirmó el arquitecto Emilio Grass, quien participó en el relevamiento y peritaje de lugar. Grass informó que los únicos restos óseos que se encontraron ayer en los pozos son de procedencia animal. El jueves, cuando se reanude la investigación, se abrirá un túnel al costado de la réplica de la cárcel del pueblo. A partir de allí se espera acceder al sótano, donde estarían los cuerpos.

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