QUÉ FANTÁSTICA ESA FIESTA Por Sandra Russo |
¿Cuánto puede importar un pedazo de territorio de un país usurpado en su totalidad por unos cuantos tipos desquiciados? Eso se discutía en los bares y en voz baja: nada. Una guerra de milico a milico, se decía. Que se mataran entre ellos. A la Escuela Nacional de Arte Dramático, donde a la sazón esta cronista cursaba como alumna regular en ese entonces y en donde pese a la razzia de profesores seguía existiendo un tenue culto a la sensibilidad y el decoro, donde se santificaban los sentidos, se exploraba la memoria emotiva, se hablaba de Stanislavsky y se estudiaba tragedia griega y sainete criollo, un día llegaron unos hombres de verde que pusieron mapas en las paredes, hicieron callar a todo el mundo y se pusieron a explicar la necesidad de hacerles entender a los chilenos quiénes éramos nosotros. Nadie se confundió: en esa primera persona plural era imposible hacer entrar a aquella tierna muchachada y a los tipos de verde. Donde decía ellos debía leerse ellos; donde decía nosotros, nosotros; donde decía chilenos, debía leerse Pinochet. Los chicos tenían preparada su salida. Las opciones eran varias y todas eran preferibles a la idea de quedar convertidos en soldaditos contra soldaditos, todos bajo el mando de monos con navajas. Cruzar el río y anclar en Montevideo. Salir por el norte y seguir rumbo al Cuzco o acampar en las islas del Titicaca. Pasar a Chile y hacerse el boludo. Llegar a Managua y sumarse a la embriaguez sandinista. En medio del disparate de esa guerra en cierne, fuimos cinco los que unos meses después llevamos a cabo ese otro disparate que fue la efímera mudanza a Ushuaia. Alquilamos una cabaña muy barata, porque los propietarios, como muchos lugareños, habían escapado a un refugio en la montaña con víveres y petates. La ciudad estaba casi desierta. A poco de llegar, Chile movilizó tropas y nuestras familias empezaron a mandar telegramas pidiendo que volviéramos al hogar. Contestábamos: Todo tranquilo. Stop. No hace ni frío. Stop. En el verano de 1979 estaba de moda Raffaella Carrá. En las calles de Ushuaia se escuchaba: "Qué fantástica fantástica esa fiesta, esa fiesta con amigos y sin ti". Y no sabíamos qué fiesta, porque no había ninguna.
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