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Por Luciano Monteagudo El cine francés está presente en muchos festivales del mundo. Y diría también que el cine francés es usado por muchos festivales. Pero no estoy seguro de que los festivales le sirvan al cine francés, empezando por el festival de Cannes, que no es un festival precisamente fácil para nuestras películas. Quien habla es Daniel Toscan du Plantier, uno de los más experimentados productores europeos y presidente, desde hace diez años, de Unifrance, el organismo oficial dedicado a la promoción y difusión del cine francés en el mundo. Desde 1996, Unifrance viene llevando a cabo un Festival de Cine Francés en el balneario mexicano de Acapulco y allí Página/12 tuvo la oportunidad de conversar con Toscan du Plantier, un funcionario muy particular, con un concepto muy claro y dinámico de lo que significa la política cultural para su país. No por nada Francia es el mayor productor del cine europeo, con unos 125 largometrajes al año, capaces de enfrentarse en su propio mercado, en igualdad de condiciones, con el cine estadounidense, que suele hegemonizar las pantallas de todo el mundo. De esa producción, el Festival de Cine Francés de Acapulco muestra unos veinte títulos en la muestra oficial y otros tantos en las funciones del mercado, en exhibiciones que están dirigidas tanto al público en general como a periodistas, críticos y distribuidores de toda América latina. Este año en Acapulco estuvieron algunos títulos fundamentales del cine francés actual, como La vida soñada de los ángeles, la opera prima de Erick Zonca que le valió a Elodie Bouchez y Natacha Régnier el premio compartido a la mejor actriz del Festival de Cannes, y que será una segura candidata al Oscar al mejor film extranjero. Y también, en las exhibiciones del mercado, films de circulación en el circuito de festivales internacionales, como Secrete defénse, del maestro Jacques Rivette (el más secreto, precisamente, de los fundadores de la nouvelle vague) y el brutal Seul contre tous, de Gaspar Noé, el hijo del pintor argentino Luis Felipe Noé, que obtuvo en mayo pasado en Cannes el premio a la mejor película de la Semana de la Crítica. Según Toscan du Plantier, Francia es la única cinematografía del mundo que organiza este tipo de evento, destinado a la promoción de su propio cine. Y lo hace a todo trapo, con unos setenta actores y directores invitados, a un costo de tres millones de dólares, pero con el objetivo de mantener vivo el interés cultural y comercial por el cine francés en América latina. Tuvimos un festival similar al de Acapulco en Estados Unidos, pero dejamos de hacerlo porque descubrimos que para nosotros el mercado estadounidense es un mercado pequeño, seguramente por cuestiones culturales. Y también porque el costo de acceso es mucho más alto que el costo de producción de muchos de nuestros films. Prefiero producir cinco nuevos films antes que pagar la campaña de lanzamiento de una de nuestras películas en el circuito de distribución estadounidense. No es un problema político, es un problema de orden práctico. Según Plantier, resignar el festival en Estados Unidos (donde se estrenan unos 20 films franceses por año) no los disuadió de buscar nuevos mercados. Pensamos: el concepto de un festival controlado completamente por nosotros está bien, es una buena idea, y entonces iniciamos un festival similar en Japón, en Yokohama, con un enorme éxito. Más público, mucho más joven y muchísimas chicas, casi el doble que muchachos, lo que nos llevó a preguntar el porqué. A lo que encontramos una respuesta: probablemente porque muchas de nuestras películas hablan acerca de la femineidad, como La vida soñada de los ángeles. Este es el típico ejemplo del gran cine francés que le habla directamente al espectador, la película con la cual cualquier joven puede sentirseidentificado y decir Esta es mi vida. Nadie puede decir lo mismo cuando ve una película con Julia Roberts. Lo cierto es que ahora en Japón vendemos unas cuarenta películas por año. La idea de hacer un festival en Acapulco surgió de uno de los tantos viajes por el mundo de Toscan du Plantier en su función de productor, durante el rodaje de una película en México. Siempre me fascinó la experiencia de México, que tiene tres mil kilómetros de frontera con ese gigantesco vecino. Es la experiencia de un sobreviviente, que es cada vez más una experiencia común en todo el mundo. Porque cada vez más somos todos mexicanos: todos tenemos sobre nosotros gracias al cine y la televisión una frontera de tres mil kilómetros con los Estados Unidos, no importa dónde vivamos. Toscan du Plantier lo comprobó en carne propia: El primer año que vinimos a hacer el festival aquí, fuimos con Bertrand Tavernier a la Universidad, a un encuentro con estudiantes. Y les preguntamos: ¿qué saben del cine francés? La respuesta fue el silencio. Preguntamos entonces si recordaban el título de alguna película francesa. Y una chica dijo: Mi padre una vez mencionó una película llamada Emmanuelle. No hubo más comentarios, pero eso nos dio un indicio de lo que sucedía con el cine francés en una ciudad de América latina con más de un millón de habitantes. Por eso nos propusimos además de las funciones del mercado, dedicadas a profesionales proyecciones públicas en una gran sala, con un millar de personas por función, que a lo mejor nunca escucharon hablar de Jean-Luc Godard, pero que aún así están dispuestos a ver algo diferente de Sylvester Stallone o Schwarzenegger.
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