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Encuentros
Por Juan Gelman

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t.gif (862 bytes) “En general, tuve suerte con las críticas (de mis libros). Sólo que al final casi siempre dicen ‘la mejor poesía escrita por una mujer en esta década, o en este año, o en este mes’. Bien, y eso ¿qué significa? ¿Alguien lo sabe? Pero una se acostumbra, hasta espera la frase y se divierte con ella.” Así reflexionaba, cerca de su muerte, la gran poeta estadounidense Elizabeth Bishop. Pensaba que la escritura no era cuestión de género y se negaba a ser incluida en antologías de poesía femenina. Feministas algo tontas -.las hay, las hay– le criticaron la actitud: “¿Qué? -.dijeron– Si fuera una poeta negra, ¿no aceptaría verse en una antología de poesía escrita por negros?”. Pero Elizabeth Bishop no era negra. En cambio, ejercía un feminismo más radical que el de las regañadoras: nunca quiso que la confinaran en el ghetto de “la poesía de mujeres”.
Nacida en 1911, huérfana de padre a los 8 meses y, a los 5 años, de madre internada en un psiquiátrico, la poeta vivió raros exilios. Fue criada por una tía y los abuelos maternos hasta que a los 6 de edad cayeron sobre ella los abuelos paternos y “me trajeron sin consulta y contra mis deseos a la casa donde nació mi padre, para salvarme de una vida de pobreza y pies descalzos”. La rama pueblerina de su familia en Massachusetts le dio afecto, la urbana y puritana de Nueva Escocia, bienestar y cultura. Arrancada de la primera infancia, vivió su orfandad como una doble pérdida que reparó Brasil.
A los 40 años Elizabeth Bishop había viajado ya por Europa, el norte de Africa, México, y jamás había pensado en echar raíces fuera de su país. Los viajes eran largas preguntas sobre dudas y angustias que la empujaban al alcohol. Una visita a Río de Janeiro cambió su destino: los paisajes le parecieron dibujados por un niño y supo que, al radicarse en el Brasil, lo que realmente estaba haciendo era recrear una infancia “de lujo. Y ahora soy mi propia abuela”, confió a una amiga. Así reescribía su niñez y el exilio geográfico le permitió el retorno a aquella patria. Además: durante 15 años de estancia en Petrópolis y en Ouro Preto vivió el amor por y con Carlota Macedo Soares (Lota), que la sociedad brasileña -.más flexible y abierta que la neoinglesa– aceptó sin sobresaltos.
Brasil fue mucho más para Elizabeth Bishop. Fue el gran río, el Amazonas, la exuberancia de la naturaleza, el calor del clima y de la gente, el comercio más humano con el tiempo. Maduró su poesía, antes tan fijada en las cosas, a la que fue incorporando más al Otro. Siguió buscando “la comunicación desnuda” y “la conciencia intensa” del mundo en la escritura, es decir, la idea nunca separada del acto de experimentarla, y también incompleta, haciéndose como proceso de la expresión, encarnando “los nervios y los músculos del habla”. Su poesía es falsamente descriptiva: nombra de tal modo que abarca un universo tenso y denso, enque el rostro a la intemperie de la persona Elizabeth Bishop y la máscara de la poeta Elizabeth Bishop parecieran fundirse.
El Brasil de la miseria, del medio natural saqueado por las transnacionales y del golpe militar de 1964 le robusteció una inquietud política que en los años 30 sustentó su apoyo a la causa republicana durante la Guerra Civil Española. En el Brasil vio -.y lamentó– “la muerte de las culturas locales” en los pueblos del interior, que “tenían maestros de música y de danza, hacían muebles hermosos y levantaban hermosas iglesias y ahora están todos muertos y autobuses derrengados traen leche en polvo y bisutería japonesa y la revista Time”. En San Francisco, donde se instaló después de que Lota se suicidara en 1967, cada noche soñaba con el Amazonas y deseaba huir de California cuando Reagan aparecía en la TV.
En el Brasil escribió su poema tal vez más conmovedor. Elizabeth Bishop, que en su poesía evitó los territorios del erotismo, que admiraba a su gran antecesora Emily Dickinson pero le reprochaba que escribiera “solamente de amor, divino y humano”, dijo en ese texto que nunca publicó en vida y que, años después de su muerte, fue hallado en su casa de Ouro Preto:
Es maravilloso despertarse juntas/en el mismo minuto; maravilloso escuchar/la súbita caída de la lluvia en el techo,/sentir el aire limpio/como si la electricidad lo hubiera atravesado/desde una negra malla de cables en el cielo./Sobre el techo la lluvia silba/y debajo, la luz que cae de los besos./Una tormenta eléctrica se está acercando o alejando;/el aire erizado es el que nos despierta./Si el rayo golpeara ahora la casa, se deslizaría/por las cuatro bolas chinas azules de arriba,/techo abajo y por las vallas que nos rodean,/y nosotras imaginamos como en sueños/que la casa entera presa en una jaula de rayo/sería deliciosa, no terrible;/y desde el mismo punto de vista reducido/de la noche y yaciendo horizontal sobre la espalda/todas las cosas podrían cambiar del mismo modo fácil,/ya que siempre tendrá que haber como advertencia esos negros/cables eléctricos meciéndose. Sin sorpresa/el mundo podría cambiar y convertirse en algo muy diferente,/tal como el aire cambia o el rayo viene y no parpadeamos,/tal como cambian nuestros besos y no pensamos.


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