Cuatro ataques, por ahora. Primero desde el barco más importante
de la VII flota, el Enterprise, llamado igual que la nave de Viaje a las
Estrellas por esto de que los norteamericanos hacen amigables sus objetos diabólicos
designándolos con nombres de la ficción y dan cuerpo a la ficción infiltrando en ella
sus creaciones infernales. Maverick llamaron a uno de sus misiles; Obi
One era el anciano benévolo de La Guerra de las Galaxias y también era
O.B.1 el avión espía utilizado en centroamérica. En fin, raptos de
nostalgia y familiaridad, similares a los del piloto que pintó el nombre de su madre,
Enola Gay, sobre el fuselaje de la máquina que descargó la bomba en Hiroshima.
En las otras tres oleadas, el castigo quedó a cargo de los B-52, con misiles de creciente
potencia. Se dice que la precisión de la USAF dejó mucho que desear y uno sabe a qué
atenerse con el eufemismo: desde Irak aseguran que fueron impactados tres barrios
populares y de alta densidad de población. En directo, los fogonazos rojizos parecen
meteoritos. Son las trazadoras que guían a la cortina antiaérea iraquí. De tanto en
tanto un estruendo y la noche iluminada a pleno por los misiles. Luego, imágenes de
Bagdad al amanecer. Tonos pastel, pocos vehículos circulando, como si fuera el despertar
de una ciudad cualquiera, y una hermosa cúpula recortándose contra el cielo que, aunque
clame Saddam, parece no enterarse de lo que pasa ahí abajo.
Los expertos consultados por CNN advierten, como un eco del Pentágono, que habrá más
machaques sobre Bagdad. En el Consejo de Seguridad, sólo dos voces condenaron la
operación Zorro del Desierto. A Kofi Annan se lo vio contrito, quizá no
tanto por el picadillo de civiles como porque queda al desnudo, que el patético Consejo
de Seguridad no sirve ni para ver quién viene. Es un adorno que si aprueba, bien, y si
no, también. De pronto alguien por allí, durante la transmisión en directo, adelanta
que las tropas rusas se preparan para apoyar a Irak. El viejo corazón sesentista y, en el
fondo, prosoviético a falta de referentes mejores, se alegra. Pero poco, porque está
curado de espanto y sabe que esta no es la crisis de los misiles, que el mundo ya no se
define bipolar y se asiste a una remake, protagonizada ahora por un alcohólico y un
sexópata. Y los rusos, a diferencia de los 60, son simplemente rusos, ni sombra de lo que
eran.
A dos años del fin de siglo la vereda tiene un solo patrón. Lo ha dicho bien el chino,
con el antiguo lenguaje: el policía del mundo. Aunque es imposible no establecer
comparaciones. Antes, las descargas de bombas y napalm, mal que nos pese, tenían un
sentido político, geopolítico. Los Estados Unidos de América, las estrellas, las
franjas, el Anchors Away e tutti gli fiocchi se enchastraban en el delta del Mekong
porque, entre otras cosas, estaba en juego su respeto y su prestigio. Bill Clinton ha
vuelto a usar el honor nacional como argumento, pero ya no es creíble. Doscientos misiles
disparados en cada incursión es el precio que paga una bella ciudad de Medio Oriente por
una fellatio practicada a lo bandido. El espectáculo es fascinante, cuesta creerlo. Dos
jóvenes lo observan azorados. Una pregunta por qué los bombardeos son siempre nocturnos.
Para evitar la localización, se le contesta. ¡Ah! acepta.
Es una buena explicación. El otro hace zapping, ve salir a Barritta, se vuelve y
comenta: Todo esto es un asco. Tiene razón. Es un asco. De cualquier modo,
ninguno de los dos tiene verdadera dimensión del horror. Es que lo que la CNN muestra es
neutro, una exhibición de fuegos de artificio. No hay miembros esparcidos, ni gritos
desgarradores, ni cuerpos en llamas. O, mejor, sí hay, pero uno debe esta vez imaginarlos
porque la gente de Ted Turner no está por la labor, a la Casa Blanca no le interesa
filmar el espectáculo y la bestia de Saddam cree que así, con el silencio y el
escamoteo, mantiene la ilusión de la fortaleza y del poder. En verdad, no nos merecemos
tanta gentileza. Ojalá y vaya a saber por qué aparece esa palabra de resonancias
árabes estuvieran allí los camarógrafos deCrónica TV. Entonces sí tendríamos
las navidades que nos cuadran: dátiles, nueces, muérdago, champagne, sangre, cadáveres
y desolación.
Albert Camus había acuñado una frase más efectista que verdadera: La vida no vale
nada, pero nada vale una vida. Era una idea muy discutible, dicha así, en general.
Lo cierto es que las confesiones de una becaria y el deshonor de un presidente nunca
costaron tantas.
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