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El crimen de la guerra


Por Martín Granovsky

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t.gif (862 bytes) Sólo diez segundos de concentración para contestar esta pregunta: ¿cuántos iraquíes murieron en la Guerra del Golfo de 1991?

Ayuda: fue un bombardeo quirúrgico con armas inteligentes. Los misiles buscaban sólo destruir objetivos materiales. Querían evitar pérdidas humanas propias y ajenas y, sobre todo, víctimas civiles.

Respuesta: murieron 150 mil iraquíes.

Siete años después, casi ocho, Washington y Londres descargaron sobre Irak un bombardeo que supera el poder de fuego de aquél. El segundo día del último ataque, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas norteamericanas, general Henry Shelton, se negó a informar cuántos misiles había ordenado arrojar, pero dio un indicio a los periodistas: "Puedo decirles que han excedido el total de los disparados durante la Operación Tormenta del Desierto".

Es razonable suponer que los portaaviones y los bombarderos B-52 habrán lanzado hasta ayer el doble de bombas que en 1991. Que la tecnología es aún más precisa. Y que esta vez no hay un ejército iraquí desplegado sobre el desierto, por lo cual los blancos humanos deberían ser menores. No debiera calcularse automáticamente, entonces, un número de bajas situado en las 300 mil. Tal vez sean, otra vez, sólo 150 mil. O cien mil. O cincuenta mil.

Podría admitirse, por un momento, que pensar en víctimas es cosa de humanistas pavos, que el uso de la fuerza es un mal necesario y que miles de muertes son el fruto desdichado de una operación que evitaría desastres mayores.

¿Es así?

En enero 1991 un valor estaba en juego: Irak había invadido otro país, Kuwait, y el Consejo de Seguridad de la ONU entendió que no debía permitirlo. En 1998 la dictadura de Saddam Hussein no cruzó las fronteras de su país.

En el ‘91 Irak era un país poderoso. Hoy tiene un ejército mal entrazado y una fuerza aérea sin capacidad de infligir daños serios en la región. La amenaza más mentada –una descarga de armas químicas sobre Israel– suena absurda cuando Irak no cuenta ni con los torpes Scud de hace siete años y teme, además, una represalia atómica israelí.

En el anuncio del primer ataque, Bill Clinton dijo que Hussein no sólo tenía armas de destrucción masiva que no dejaba controlar a la Unscom, la comisión especial de la ONU encargada de vigilar y castigar, sino que ya las había usado.

La segunda parte del argumento es interesante. Efectivamente en el pasado Saddam usó armas químicas contra iraníes y kurdos, pero la reacción internacional consistió en suministrarle materia prima para que pudiera reponer su arsenal.

La primera afirmación de Clinton, en cambio, es muy discutible.

La Unscom suprimió más armas de destrucción masiva que la coalición multinacional en la guerra del Golfo. La lista incluye 40 mil armas químicas, 700 toneladas de materiales químicos, un centro de producción de antrax, 48 misiles balísticos de largo alcance, 14 ojivas clásicas, seis lanzadores de misiles, 28 lanzadores fijos, 32 lanzadores fijos en construcción, 30 ojivas químicas para misiles, tres mil toneladas de precursores químicos, 426 dispositivos para producir armas químicas y el laboratorio de armas biológicas de Al Hakam. La asignatura pendiente de la Unscom era, la semana pasada, que los técnicos consideraban imposible de verificar la destrucción unilateral de otras armas biológicas, como ojivas adaptadas a los misiles Al Hussein y medios de cultivo para desarrollar nuevas armas tóxicas. Saddam, según el jefe de la Unscom, el australiano Richard Butler, obstruía la verificación. Pero investigaciones internacionales que reflejan por ejemplo Le Monde y Libération apuntan a un verdadero fraude:

u Butler informó de sus gestiones primero al representante de los Estados Unidos en la ONU y recién luego al secretario general, Kofi Annan.

u Su documento final describe los obstáculos puestos por los iraquíes a la Unscom, pero no registra las 300 inspecciones exitosas de los últimos tiempos.

u Indicó lugares donde la Unscom no había podido entrar, pero omitió que después lo consiguió.

u Criticó que Saddam hubiera bloqueado el acceso de doce inspectores a la sede del partido Baas, oficial, cuando Irak había aceptado la entrada de cuatro.

La prueba definitiva de que Irak guarda armas de destrucción masiva sería que la Unscom no las encontró. Una lógica similar a la del general Shelton cuando dijo que "algunos de los objetivos alcanzados eran instalaciones en las que se producían o podían ser utilizadas para fabricar y guardar armas químicas y biológicas". Una lógica insuficiente, por cierto, para justificar el bombardeo masivo de un país, así sea un país gobernado por una feroz dictadura que practica el asesinato sistemático de opositores, disidentes y críticos potenciales.

Nadie discute, en el mundo, los datos de la represión de Saddam. El dictador multiplicó los servicios de inteligencia, para controlar a la población e impedir la consolidación de uno sólo de ellos, y puso a sus hijos a pilotear la vigilancia interna. Oudai Hussein dirige a los Fedayines de Saddam. Qoussaï Hussein fue el responsable de la campaña de "purificación de prisiones" a fines de 1997, que según la Comisión de Derechos Humanos de la ONU llevó a la ejecución de 1500 presos políticos.

¿Derrocar al tirano fue el objetivo de la Operación Zorro del Desierto? Ningún análisis serio dice que los bombardeos masivos son suficientes para erosionar el poder de Saddam, más aún cuando la oposición está desarticulada y sus dirigentes se enfrentan entre sí en Jordania, Irán o Siria.

Convendría preguntarse, además, si los B-52 y los misiles Tomahawk son la combinación política y moralmente más apta para acabar con un régimen tiránico; si la supresión externa de miles de vidas es el medio para terminar con la supresión doméstica de miles de vidas; si para matar a un dictador corresponde sembrar de bombas el país que gobierna y le sirve de refugio.

La dictadura argentina secuestró a 30 mil personas dentro de un plan criminal para matar y torturar. Habría sido ridículo imaginar un bombardeo con 30 mil bajas, la mayoría de ellas civiles, para derribar al régimen de Jorge Videla y Emilio Massera. Habría sido, también, injusto con la población e ineficaz para la noble meta de terminar con una dictadura sangrienta.

Si este razonamiento es correcto, ¿por qué para la Casa Blanca sería inaplicable al Golfo?

Ayuda uno: piense en su auto.

Ayuda dos: piense en una fellatio.

Respuesta: la zona del Golfo alberga el 45 por ciento de la producción mundial de petróleo y Washington quiere demostrar que, incluso con una crisis de liderazgo interno y un presidente jaqueado por la moralina de la Inquisición, los Estados Unidos pueden actuar como policía del mundo.

Poco, muy poco para que ésta haya sido una guerra justa.

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