Por Mónica Flores
Correa
Desde Nueva York
En un día tan
tumultuoso y cargado de angustia como histórico, la Cámara de Representantes controlada
por una mayoría republicana votó ayer que se inicie el juicio de destitución de William
Jefferson Clinton, acusándolo con los cargos de perjurio y obstrucción de justicia. El
mandatario demócrata es el segundo presidente estadounidense al que se le hará juicio en
el Senado, en los 210 años de democracia del país bajo la actual Constitución.
De la mano de su esposa Hillary y acompañado
por el vicepresidente Al Gore y los más altos líderes de su partido, un Clinton
acongojado instó a que el Senado decida sobre su suerte de manera "razonable,
bipartidaria y proporcionada" para que se ponga un punto final a esta crisis.
Subrayando también que piensa quedarse en el cargo hasta "la última hora del
último día de mi período", indicó así que no accederá a los pedidos de renuncia
que ya se han comenzado a oír. En los últimos días, el temor más fuerte de los
demócratas se ha concentrado en la posibilidad de no poder parar un clamor generalizado
de la clase política y los medios de comunicación exigiendo la renuncia de Clinton.
Encuestas publicadas esta semana daban sostén a esta inquietud, ya que un porcentaje
significativo de estadounidenses dijo que prefería la renuncia presidencial al desgaste
del juicio de 'impeachment'. En esta versión original de intento de golpe de Estado,
escondido en los pliegues del debate parlamentario, este ultraconservador sector de los
republicanos, que llegó a la mayoría con Newt Gingrich en 1994, nunca pudo ofrecer una
versión articulada de por qué el 'sexgate' y los presuntos delitos de perjurio y
obstrucción de justicia cometidos por Clinton constituyen "un atentado contra el
sistema de gobierno y/o alta traición al país", como especifica la Constitución
que deben haber tenido lugar para iniciar un impeachment.
Prolongando el clima de disparatada irrealidad de la jornada previa, el
día se inició con un bombazo: Robert Livingston, presidente
electo de la Cámara de Representantes, anunció, apenas iniciada la sesión en el
recinto, que renunciaba al cargo en el que habría de reemplazar a Newt Gingrich. Dijo que
lo hacía para darle un ejemplo a Bill Clinton, esperando que el mandatario lo siguiese.
Después de versiones aparecidas en publicaciones periodísticas, el jueves a la noche
Livingston había confesado públicamente su condición reiterada de adúltero a lo largo
de treinta años de matrimonio. El anuncio, aunque grave e imponente, tuvo visos de
cortocircuito en el discurso de los republicanos, ya que ellos venían deshaciéndose en
explicaciones de que lo grave del "sexgate" clintoniano, lo que ameritaba una
destitución o una renuncia, no era el adulterio sino el perjurio y la obstrucción de
justicia.
Minutos más tarde del colosal aviso de Livingston, la Casa Blanca
informó que Clinton no pensaba seguir los pasos aconsejados por el renunciante
"speaker" designado. Es más, Clinton sugería que Livingston repensase su
decisión, manifestó el comunicado.
"Insania" fue el término elegido
por Dick Gephardt, jefe de la bancada minoritaria demócrata, para describir,
inmediatamente después de que habló Livingston, la crisis política y el intento de
impeachment de la oposición, como consecuencia del affaire de Clinton con la becaria
Monica Lewinsky. Gephardt lideró a los demócratas en un gesto de protesta antes de la
votación, cuando los legisladores de ese partido se levantaron y abandonaron el recinto
en repudio de que los republicanos habían rechazado su moción de aprobar un castigo
menor para Clinton, en la forma de un voto de censura.
"Nos fuimos para demostrar nuestro profundo descontento con la
actitud del partido mayoritario, la que supone una clara descalificación de los deseos de
la mayoría del pueblo norteamericano", explicó Gephardt.
Sin demostrar la menor alteración por la protesta oficialista, los
republicanos esperaron impasibles en sus bancas. Los demócratas regresaron y la votación
ansiada y temida comenzó.
De las cuatro acusaciones --o "artículos"-- para fundamentar
el "impeachment" presentadas por el Comité de Justicia de la Cámara, que
llevó a cabo la investigación después de que el fiscal Kenneth Starr presentara su
informe, fueron aprobadas dos, perjurio y obstrucción de justicia. El primero de estos
cargos, que sostiene que Clinton cometió perjurio en su testimonio en agosto frente al
Grand Jury, fue aprobado por 228 votos a 208. Cinco demócratas se unieron a los
republicanos en la votación en favor del juicio y cinco legisladores republicanos votaron
con los demócratas, oponiéndose.
El segundo artículo, que establecía que Clinton había mentido en su
testimonio en la demanda por acoso sexual de Paula Jones, fue rechazado por 229 a 205. En
este punto, los republicanos se mostraron dispuestos a ser más generosos. Casi treinta
conservadores cruzaron la frontera partidaria y se aliaron a los demócratas en el
rechazo.
En el tercer artículo, obstrucción de justicia, la suerte les volvió
a ser adversa a los demócratas. En este caso, el "impeachment" se votó por 221
a 212 votos. Según esta acusación, el presidente habría intentado influir en el
testimonio de Lewinsky ante el Grand Jury, en el de su secretaria Betty Currie, y habría
realizado otras acciones para ocultar su relación sexual con la becaria.
El cuarto y último artículo, que establecía que Clinton le había
mentido al Congreso en las respuestas a un cuestionario sobre las consecuencias legales de
su vida sexual, fue rechazado por 285 a 248 votos.
En el "South Lawn" de la Casa Blanca y liderando una
extraordinaria muestra de apoyo al presidente por parte de un grupo nutrido de
demócratas, el vicepresidente Al Gore, quien según se desarrollen los acontecimientos
podría próximamente reemplazar a Clinton, dijo que el de ayer había sido "el día
más triste que he visto en la capital de nuestra nación". Afirmó que la votación
había sido "un gran daño para un hombre a quien yo creo que los libros de historia
considerarán un gran presidente".
Clinton, que no miró la votación en la televisión, fue informado de los
resultados de la misma por el jefe de staff de la Casa Blanca John
Podesta y por el asesor Doug Sosnik. En su breve discurso de reconocimiento de su nueva
situación de acusado y de explicitación de que no iba a renunciar, dijo que había
reconocido "lo que hice de equivocado en mi vida personal", pero también
enfatizo que "debemos parar la política de destrucción personal". Horas antes,
Podesta había dicho a los periodistas que el presidente está decidido a "continuar
empujando por lo que cree e impedir que este proceso partidista ilegal lo termine
barriendo".
Según el New York Times, fue John Lewis, legislador demócrata
por Georgia, quien capturó con mayor elocuencia el sentimiento de muchos norteamericanos
frente al debate y su resolución. "A este país le duele el alma y su espíritu
está abatido", había dicho el representante afro-norteamericano a sus colegas.
Fuerte olor a rídiculo
Por Sergio Kiernan
Los americanos llegaron a Buenos Aires ayer, jóvenes, felices,
mieleros. Después de los abrazos de bienvenida, la pregunta, "¿cómo sigue el
impeachment?". El sueño del vuelo no impedía la curiosidad por saber si
"todavía tenemos un presidente". El viaje al centro mezcló preguntas sobre la
ciudad con preguntas algo incómodas sobre cómo se ve el caso Lewinsky por aquí.
"¿Saben lo del habano?" fue una de las peores.
Los americanos sentían vergüenza de estar discutiendo el tema en la
otra punta del mundo.
Hubo un tiempo en que la política americana era extremadamente seria y
sus problemas no dejaban lugar a sonrisas. Richard Nixon, para mencionar a otro que
perdió un impeachment, era un villano de verdad: malo en EE.UU., malísimo en el
exterior, mentor del golpe contra Allende, némesis de cualquier brisa de cambio,
anticomunista hasta la caricatura. El impeachment por el caso Watergate fue seguido por el
mundo entero como una crisis gravísima donde, igual que con los represores argentinos
años después, un criminal es castigado por una de sus muchas faltas, aunque no
necesariamente la peor y ciertamente no todas.
Nixon mereció un sombrío film de Oliver Stone donde aparece como una
figura trágica y oscura. La historia de Bill Clinton merecería una versión de los
hermanos Sofovich, con Nito Artaza como protagonista.
El guionista de esa película no sabría por dónde empezar. ¿Qué es
más patético? ¿Un presidente que cae porque no puede dejarse puestos los pantalones?
¿El puritanismo extremo de todo el asunto? ¿La torpeza terminal con que la Casa Blanca
manejó el tema? Francamente, cuesta imaginarse a un político argentino que tenga el
menor problema por asuntos de polleras. Más aún, cuesta imaginarse que alguien se
enteraría siquiera.
A la mayoría del pueblo norteamericano lo que hizo Clinton le parece
malo, y a la mayoría le molesta que mintiera para protegerse. En consecuencia, afirman
que ya no le tienen confianza a su presidente. Pero es una minoría la que piensa que las
cosas son tan graves como para hacerle juicio político: el precio de la crisis política
lo paga la nación entera. Muchos hablan ya, como dijo abiertamente una diputada
demócrata en el Congreso, de un golpe de Estado institucional.
En su discurso después de perder la votación, Clinton se mostró
dispuesto a dar pelea. No va a renunciar, va a buscar un "arreglo bipartidario"
para salir del brete. Queda por ver si puede superar el fuerte olor a ridículo que tiene
toda la situación.
Un golpe constitucional
Por Carlos Escudé
Esto es un intento de golpe de Estado de la Cámara de Representantes.
Ellos están buscando destituir a un presidente que tiene el apoyo del pueblo
estadounidense. Además, están intentando transformar el actual sistema presidencialista
estadounidense en un sistema parlamentario. Van a fallar, sin embargo, ya que el Senado no
lo va a aprobar. Es imposible que los cruzados de la destitución logren consumar el
impeachment porque no tienen la mayoría para hacerlo. Asimismo, la destitución no va a
afectar la autoridad presidencial. Clinton se ha inmunizado contra esta situación al
atacar a Irak. La autoridad presidencial no puede debilitarse en tanto que el Poder
Ejecutivo esté llevando a cabo una actividad afirmativa desde su potestad.
No se puede argumentar, por otro lado, que la acción de atacar a Irak
estuvo determinada por el proceso de impeachment. Por sí sola la idea implicaría que
Gran Bretaña está dispuesta a poner su poderío y su política exterior --rubro que
evidentemente incluye una acción militar-- al servicio de un encubrimiento de los
problemas generados por un escándalo sexual del presidente Clinton --lo que es claramente
absurdo--. En efecto, en Gran Bretaña los medios tratan la acción como una ofensiva
británica.
El juicio político a Clinton no afectó la operación Zorro del Desierto. El
Pentágono la continuó hasta decidir que los objetivos se habían cumplido. En Saddam
Hussein ellos enfrentan a un dictador que admite tener varias veces la cantidad de armas
bacteriológicas para eliminar a toda la población del planeta, y que ya ha demostrado
una inclinación para utilizar este tipo de armas. Este problema no me cabe ninguna duda
de que debe ser enfrentado de una u otra manera, pero que debe ser enfrentado de una
manera efectiva. Si el Consejo de Seguridad de la ONU no está dispuesto a apoyar una
acción militar para tratar de acortar las posibilidades que tiene este hombre para usar
armas tóxicas, me parece perfectamente bien que Estados Unidos y Gran Bretaña tomen
medidas para terminar con este riesgo.
La estrategia del putsch
Por Claudio Uriarte
La votación de la Cámara de Representantes en favor del juicio
político a Bill Clinton significa que la presidencia norteamericana va a quedar
paralizada durante un buen período, que puede llevar desde tres semanas a partir del fin
del receso del Senado el 6 de enero hasta meses. La parálisis más grave será en la
relación entre el Ejecutivo y el Legislativo: con el Presidente procesado por un Senado
convertido en tribunal, la capacidad de la Casa Blanca para hacer aprobar legislación
crítica va a reducirse al mínimo. Un ejemplo ya se tuvo el año que pasó, cuando la
focalización de la atención en el affaire Lewinsky detuvo el financiamiento del FMI en
los momentos más desesperados de la crisis asiática. Y eso era cuando el tema todavía
no había llegado al Congreso.
Ahora, puede esperarse una parálisis multiplicada, que fue la razón
por la cual Clinton eligió aparecer ayer en la pradera de la Casa Blanca con las espaldas
bien guardadas por una nutrida delegación de representantes demócratas. El show de
unidad --completo, con figuras competitivas dentro del Partido Demócrata, como el líder
parlamentario Dick Gephardt y el vicepresidente Al Gore-- tuvo el sentido de enviar un
mensaje preciso: esta administración no se rinde, y no cederá a quienes empiezan a
reclamar la renuncia del Presidente --como lo hizo taimadamente Bob Livingston, al ofrecer
su propia dimisión como líder republicano de la Cámara por haber sido adúltero, con lo
que el eje del debate volvió a desplazarse del perjurio y la obstrucción de justicia a
la moral personal--. De hecho, la no renuncia aportó la única frase sustancial de
Clinton durante su lloroso discurso de ayer, cuando dijo que seguirá cumpliendo con su
deber "hasta la última hora del último día" de su mandato.
Sin embargo, esta voluntad de resistencia va a ser severamente puesta a prueba en las
próximas semanas. El procesamiento de Clinton implica que cualquier cosa que haga va a
quedar bajo la sombra de una duda: si lo hace porque debe hacerlo o para escapar al
escándalo. El ejemplo más próximo son los bombardeos a Irak, precedidos este año por
los ataques a Afganistán y Sudán, similarmente nublados por la sospecha. En estas
condiciones, si el proceso empieza a arrastrarse y la administración queda cada vez más
maniatada, el consenso demócrata contra la renuncia puede mostrar signos de erosión. Ese
es el sentido del virtual golpe parlamentario iniciado ayer, porque los republicanos no
tienen suficiente fuerza en el Senado para garantizar el impeachment.
Las polleras y las bombas
Por Raúl Alconada Sempé
Me llama la atención la contradicción de que la Cámara de
Representantes tolere que el presidente ejecute un bombardeo a otro país sin la
autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, pero que al mismo tiempo busque su
destitución por el affaire con Monica Lewinsky. No es atípico. Estados Unidos invadió
Panamá, bombardeó varios países, montó golpes de Estado, y no pasó nada. Pero ahora
por un asunto de polleras que no reconoció en un primer momento lo están intentando
destituir.
Con todo, no es golpe de estado parlamentario sino meramente una
actitud demagógica del Partido Republicano que está cargada de hipocresía. Apunta a la
renovación de la presidencia, pero con la opinión popular en contra de la destitución
sólo se van a perjudicar ellos mismos. Asimismo, no van a conseguir debilitar la
autoridad presidencial ya que el vicepresidente Al Gore tomará las riendas del poder si
Clinton renuncia. Lo que es preocupante es que en Estados Unidos sólo se ha criticado el
momento escogido para el ataque que comenzó el jueves, pero no el derecho del país para
realizarlo en el primer lugar. Y ninguno de los congresistas que hablaron ayer
cuestionaron el derecho de atacar a Irak.
Personalmente, no creo que dos países tengan el derecho de decidir
--como han hecho EE.UU. y Gran Bretaña-- cuándo se agota la vía diplomática. Sin
embargo, es cierto que el Consejo de Seguridad de la ONU tendría que tomar una actitud
más firme. Me preocupa el manejo que le dieron a la crisis algunos de sus miembros,
particularmente Rusia. Sus fantasmas del tiempo imperial y de cuando era una potencia
mundial la han llevado a posiciones indefendibles.
No obstante, no veo a la ofensiva como una maniobra de desviación del caso Lewinsky,
en principio puesto que hubo otros países involucrados en el ataque. En general, este
tipo de versiones proviene de una teoría conspirativa de la política en la cual yo no
creo. A veces existe por parte de la prensa mundial una suerte de explicar todo por lo
obvio. Como tiene este problema hace lo otro. Pero cuando un gobierno toma una decisión
de Estado tiene como 15 motivos que la determinan. |
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