Viejos conocidos en el amor y el odio Atributos de ayer, defectos de hoy
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Por Fernando
Cibeira
Quien hubiera visitado la provincia estos últimos días no hubiera comprendido muy bien el porqué de esta reacción. En las publicidades del tramo final se veía un gobernador humano y autocrítico, admitiendo errores y aceptando el enojo de quienes debieron sufrir el rigor de su ajuste. "Yo eché de la administración pública a 16 mil radicales", reconoció esta semana en la que también dijo que algunas de esas medidas no lo dejaron dormir. Pero los cordobeses, que lo conocen muy bien porque ya lo tuvieron ocho años como intendente y ahora casi cuatro como gobernador, deben haber sospechado que conseguir el tono de ese spot publicitario les costó tres días de filmaciones, como sucedió, y que un fotógrafo se volvió loco para lograr esa cara de padre bueno mirando al futuro de los afiches de campaña. Quienes lo frecuentan aseguran que en la intimidad es distinto. Que tiene un humor bien cordobés y que le gusta jugar al truco y matear con los amigos. Que acepta hasta algunas de las rebeldías de sus hijos, aunque hasta ahí. Pero eso en la intimidad. Cuando gobierna es otra cosa. Dicen que no le gusta delegar, que no acepta consejos y, sí, es un poco autoritario. Que su relación con la prensa pasó de mala a pésima hasta que se dio cuenta de que perdía. Que hay sólo dos o tres funcionarios que le duran desde sus comienzos, como el actual ministro de Asuntos Institucionales, Oscar Aguad, y el de Hacienda, Ramón Darvitz, en quienes confía y le responden ciegamente. Que de su profesión de médico odontólogo heredó esa obsesión por construir hospitales que distinguió su administración. Que pensaba que eso sólo bastaría para volver a ganar y que ni siquiera haría falta hacer una campaña tradicional. Que la gente recordaría la provincia caótica que había recibido de su histórico rival, Eduardo Angeloz, y que pese a eso igual se las había ingeniado mostrar realizaciones. Estaba seguro de que eso sería suficiente. "Los cordobeses lo ven ahora como un tipo hosco, que choca con todos y no sabe buscar consensos", resumía ayer un político radical que tiene su suerte atada a la del gobernador. Al mismo tiempo, en la UCR sostienen que nadie se animaría a poner en duda sus condiciones de administrador. Pero ya les quedó claro que eso sólo puede no alcanzar para el triunfo. Hace un mes y medio nadie hubiera pensado en Mestre pidiendo disculpas, aceptando gustoso la hipotética renuncia de la fórmula del Frepaso y recorriendo su provincia del brazo de Fernando de la Rúa, cuando había dicho que no quería ver dirigentes nacionales poniendo un pie en Córdoba. Pero todo sea por no pasar de hombre fuerte a mariscal de la derrota de la UCR en su distrito emblema desde hace 15 años.
Por Adrián H. Mouján La campana ya marcó el final del último round. José Manuel de la Sota espera en el centro del ring a que los cordobeses, convertidos en jueces, den su fallo --su voto--, sobre la tercera pelea que sostuvo con un radical por la gobernación de la provincia. En las dos oportunidades anteriores, sus coprovincianos se inclinaron por el ahora senador Eduardo César Angeloz. En esta oportunidad el rival es otro radical, Ramón Mestre, pero las encuestas de Julio Aurelio, Manuel Mora y Araujo y Heriberto Muraro marcan que el dirigente peronista está más cerca que nunca de conseguir su objetivo más deseado. Con el regreso de la democracia, De la Sota le disputó la presidencia del PJ cordobés al veterano dirigente ortodoxo Raúl Bercovich Rodríguez quien, recurriendo a artimañas de viejo zorro, lo venció, aunque le dejó la posibilidad de enfrentar a Ramón Mestre por la intendencia, una pelea perdida de antemano en un tradicional bastión radical. El deseo de desalojar a la ortodoxia y a los capitostes sindicales de la dirección del justicialismo lo encontró en la misma vereda con Antonio Cafiero, un porteño, Carlos Grosso, y un mendocino ambicioso, José Luis Manzano. A ellos solía sumárseles, muy de vez en cuando, un pintoresco caudillo del noroeste argentino, que por su afinidad con el alfonsinismo generaba mucha desconfianza: Carlos Menem. En 1984, en el accidentado congreso justicialista de Río Hondo, De la Sota, Cafiero, Grosso, Menem, Manzano y el entrerriano Jorge Busti rompieron lanzas y anunciaron el lanzamiento de la renovación peronista. De esta forma en el '85, este cordobés llegó al Congreso Nacional, que fue la pantalla que la renovación necesitaba para proyectarse hacia todo el país. Por esa época, De la Sota se casó cono la dirigente del justicialismo sanjuanino Olga Riutort. En 1987, De la Sota resolvió disputarle la gobernación al radicalismo cordobés. En su primer enfrentamiento con Angeloz, De la Sota perdió, aunque los comicios marcaron el principio del fin de la era alfonsinista. El peronista cordobés se dedicó junto a otros renovadores a alentar la candidatura presidencial de Antonio Cafiero, lo que provocó la división de la renovación ya que Carlos Menem también lanzó la suya. A ese grupo de dirigentes se lo denominó la 'cafieradora', y fueron ellos quienes entronizaron al cordobés como compañero de fórmula del bonaerense, provocando la huida de la dirigencia sindical que prefería a José María Vernet para ese sitio. Ya en su rol de precandidato a vice, De la Sota dedicó cada uno de sus discursos a descalificar duramente a Menem. Luego de la derrota del 8 de julio de 1988, este hincha de General Paz Juniors, un club de la segunda división de la liga cordobesa de fútbol, volvió a presentarse como candidato a diputado en 1989 y consiguió derrotar a la UCR al igual que Menem, que aventajó a Angeloz. Entre 1990 y 1994 estuvo al frente de la embajada argentina en Brasil, aunque en el '91 regresó nuevamente para disputarle la provincia a Angeloz, quien volvió a ganarle. En 1997, este amante de las playas cariocas y el sabor de la feijoada que hoy se hace cocinar en su casa arribó a senador por la reforma constitucional que permite un representante para la minoría. En este último año, el padre de Candelaria, de 25 años, y Natalia, de 23, conformó el grupo de los ocho, junto a Antonio Cafiero, Eduardo Menem, Carlos Reutemann y Eduardo Bauzá, entre otros.
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